'Justicia por mano propia' y la deshumanización de la sociedad chilena
Estas situaciones de extrema violencia (ver aquí o aquí) podrían abordarse desde la mal llamada “justicia por mano propia”, es decir, aquellas conductas aparentemente inspiradas en lo que se considera justo, pero que transgreden normas, leyes, convenciones y hasta la propia vida humana. Si bien esto es relevante, estos actos deberían también llamarnos la atención por un asunto distinto: su violencia deshumanizante, es decir, el nivel de desprecio por la vida humana que ellos exhiben.
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Desde la perspectiva de la “justicia por mano propia”, podrá argumentarse que la sensación de inseguridad, la desconfianza en la Justicia y el hartazgo con la impunidad son los móviles que explican ambas situaciones. En tal sentido, el problema se resolvería desde una acción estatal más fuerte (o, como sugieren posiciones extremadas, alejadas de la evidencia, desde una ciudadanía armada).
Pero el desprecio por la vida tiene una connotación distinta y su explicación no es para nada evidente. La incapacidad racional de frenar el impulso de matar a otro en este tipo de situaciones no se debe sólo a inseguridad, desconfianza o hartazgo; su inspiración opera en una dimensión distinta.
En estas breves líneas sería imposible y hasta irresponsable aventurar explicaciones, pero sí parece urgente llamar la atención sobre conductas que, si devienen hábito, pondrían en grave riesgo nuestra convivencia.
No sólo en el sentido evidente de sus consecuencias fatales, sino que en un sentido humano: tras el asesinato de un supuesto asaltante o tras el linchamiento grupal de una persona subyace una mirada cosificante del otro. Y cuando el otro deviene una cosa cuya existencia es susceptible de ser terminada por arbitrio individual, la vida en sociedad deviene insostenible.
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Sobre la deshumanización se ha reflexionado mucho: Adorno y Horkheimer la atribuyen al predominio de la técnica, cuyo efecto es la reducción de la subjetividad a una masa alienada carente de autonomía y de autorreflexión. Sartre la explica desde fuerzas sociales que transforman a los individuos en meros átomos incapaces de definir su propio destino.
Arendt, a partir de la espantosa experiencia del holocausto, la analiza desde la pérdida de humanidad y de moralidad que provoca la obediencia ciega. Por supuesto, teorizar sobre este asunto parece irrelevante en lo inmediato. Lo apremiante es garantizar seguridad, reconstruir la confianza en la justicia y acabar con la impunidad (toda impunidad, no sólo la de la delincuencia común).
Pero, como hemos dicho, la deshumanización se mueve en otra dimensión y en algún momento tendremos que retomar su discusión. Una vida social insegura es compleja, pero una vida existencialmente vacía será insoportable.
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Al respecto, tal vez valga la pena recordar la advertencia de Axel Honneth: las sociedades no sólo fracasan por la lesión de sus principios de justicia, sino que también pueden naufragar por “patologías sociales” provenientes de la cosficación de las relaciones sociales (alienación laboral, marginación social, anomia moral, entre otras) cuya teorización suele escapar de las reflexiones críticas habituales.