El dinero corrompe la política y deteriora la democracia
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El dinero corrompe la política y deteriora la democracia

Por: Roberto Pizarro Hofer | 26.10.2024
La oligarquía se ha adueñado de la política y con ello el deterioro de la democracia es creciente. Por tanto, urge enfrentar su accionar, para evitar el uso del dinero como instrumento de subordinación de la política en beneficio de la minoría.

En estos días se conoce que Elon Musk, el multimillonario dueño de Tesla, regala un millón de dólares a votantes de Donald Trump, que cumplan con el requisito de firmar una petición de su comité de acción política, América PAC. Intenta con ello asegurar los votos para que Trump tenga éxito en los estados clave o "estados bisagra", de Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin.

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A la fecha, el magnate ha donado 75 millones de dólares para la campaña de Trump, lo que prueba el extremo a que ha llegado la oligarquía para financiar políticos que cuidan sus intereses.

En Chile, también el expresidente de los empresarios (CPC), Juan Sutil, invierte dinero para las actuales elecciones municipales y de gobernadores: ha entregado 48 millones de pesos a los candidatos de la derecha. En Estados Unidos, en Chile y en todo el mundo los ricos, mediante el dinero, se adueñan de la política y deterioran la democracia.

Como señala Jeffrey Winters, en su libro Oligarquía, recientemente aparecido en español, los ricos utilizan su poder económico para financiar a políticos que garanticen su protección y eviten reducir las desigualdades.

Ha sido así a lo largo de la historia y, sobre todo en las últimas décadas, dónde se constata un notable crecimiento de la desigualdad en las democracias liberales, mientras se multiplica la concentración de la riqueza en el 1% de los más ricos.

Ello es evidente en nuestro país, cuando se observa que el 1% de los más ricos se lleva el 33% de los ingresos generados por la economía, los que además se han adueñado del 50% de toda la riqueza nacional. Ello coloca a Chile entre los países más desiguales del mundo.

Los acumuladores de tanta riqueza son los dueños de grandes empresas, propiedad de reducidos grupos económicos, controlados por familias de nombres y apellidos conocidos, Esa elevada concentración del ingreso y riqueza se explica por el extremo desequilibrio entre el capital y el trabajo en la actividad productiva, pero también por un sistema impositivo de tasas reducidas al 1% más rico y que además facilita la elusión de sus empresas, especialmente mediante el mecanismo del FUT (Fondo de Utilidades Tributables).

La riqueza ha servido a los grupos económicos para intervenir en política, financiando campañas electorales a gran parte de la clase política (muchas veces de forma ilegal), de distintas orientaciones, pero también mediante la instalación en los directorios de sus empresas a exautoridades de gobiernos, como lobistas para favorecer sus negocios. Así las cosas, la democracia tiene una capacidad limitada para favorecer una competencia política justa.

También, como señala Winters:

Los oligarcas usan el poder de la riqueza para moldear las ideas de la sociedad. Muchos oligarcas en todo el mundo financian centros de investigación, institutos y departamentos de Economía en universidades para difundir la idea que sin oligarcas y sin riqueza concentrada no se crearán puestos de trabajo y las economías se derrumbarán”. Pero “…nunca se dice que lo que hacen los oligarcas con su dinero es defender su propia riqueza” (BBC News Mundo, 17-07-2024).

Es lo que ha sucedido en Chile no solo con la multiplicación de universidades privadas, financiadas por el gran empresariado y al servicio de éste, sino también con las donaciones de grupos económicos a las universidades tradicionales y a centros de estudios, ligados a partidos políticos, que con la aportación de esos dineros buscan frenar la crítica al poder económico y favorecer su reproducción.

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Algo similar sucede con la propiedad de medios de comunicación, controlados en su totalidad por grupos económicos, los que se dedican a reproducir las bondades de los grandes negocios y evitar información y análisis sobre las trampas, colusiones y maquinaciones empresariales.

Así las cosas, los dueños de la riqueza aseguran sus puntos de vista en la agenda pública, por sobre los intereses de la mayoría. La imposibilidad de concretar una reforma impositiva, cambios en el sistema AFP y la permanencia de la ISAPRES es hoy día la expresión más evidente del control que ejerce la oligarquía económica sobre el sistema político.

Jeffrey Winters, nos dice además en su libro que la democracia es posible siempre que la oligarquía no se vea amenazada. Y, a veces, cuando el control oligárquico sobre la democracia fracasa y ésta produce candidatos o partidos que no son aceptables para los oligarcas, se produce un quiebre institucional. Así fue con Allende en Chile, quien era inaceptable para las corporaciones y los ricos, y el resultado fue el fin de la democracia.

En Chile resulta indispensable frenar el accionar incontrolable de la oligarquía, lo cual no es fácil y requiere partidos políticos y organizaciones ciudadanas moralmente intachables y ajenas al poder de los grupos económicos.

En consecuencia, para impedir que el dinero inunde la política resulta indispensable terminar con el indiscriminado financiamiento de los ricos a los partidos políticos. Y, al mismo tiempo, debieran encontrarse mecanismos para regular el control de los grupos económicos sobre los medios de comunicación, universidades, centros de investigación y estudios.

Igualmente, para reducir la brecha de ingresos se precisa el fortalecimiento del movimiento sindical, permitiendo un mayor nivel de sindicalización y la instalación de la negociación colectiva, para compensar el poderío empresarial y elevar el nivel salarial de los trabajadores.

Además habrá que perseverar en reformas para implementar políticas sociales universales en salud, educación y previsión social, para superar las inaceptables diferencias entre ricos y pobres en el acceso a esos servicios fundamentales.

Y, en sintonía con lo anterior, se requiere un régimen impositivo más efectivo. Por una parte, que redistribuya desde las empresas y personas de altos ingresos hacia los sectores de menores recursos. También que sirva para reorientar al empresariado desde la producción de recurso naturales hacia sectores de transformación y, desde luego, un sistema que cierre las puertas a todo tipo de elusión y evasión impositiva.

Finalmente, es hora de insistir en una discusión seria sobre un impuesto a la riqueza, ojalá en todo el mundo y en especial en América Latina.

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La oligarquía se ha adueñado de la política y con ello el deterioro de la democracia es creciente. Por tanto, urge enfrentar su accionar, para evitar el uso del dinero como instrumento de subordinación de la política en beneficio de la minoría.