La crisis de seguridad tiene género
De acuerdo con el último informe IPSOS, el 90% de las mujeres se siente siempre o casi siempre insegura cuando camina de noche a su casa, 78% en el transporte público, 77% cuando sale de su casa al trabajo, estudio u otra actividad y 74% en eventos o lugares como bares, discotecas o conciertos.
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Esto no es extraño si consideramos que, según la misma encuesta, el 57% de las mujeres encuestadas dijo haber sufrido violencia física o psicológica, y además, de acuerdo con la ENSSEX 2023, 6 de cada 10 mujeres han sufrido acoso callejero, el 28% de las mujeres dice haber experimentado “agarrones”, “punteos” o “acercamientos intimidantes” y el 19,7% “exhibición de genitales” o “masturbación” frente a ella.
Esta realidad tiene consecuencias graves para el despliegue, desarrollo y experiencia de vida de las mujeres, debido a que el temor nos lleva a dejar de hacer cosas para no tomar riesgos. De acuerdo con la misma encuesta (IPSOS), 58% de las mujeres ha dejado de salir, viajar o conducir solas, 41% dejó de usar ropa que pueda considerarse provocativa, 39% evita tomar aplicaciones de transporte por miedo a viajar con desconocidos y 26% porta aparatos de defensa personal como spray pimienta.
Ampliando el foco, de acuerdo con la ENUSC de fines de 2023, la percepción de inseguridad en nuestro país fue del 90,6%, cifra más alta de los últimos diez años. La situación evidentemente es grave y es también justificada, pues hemos visto un cada vez mayor número de homicidios y un cambio en las conductas delictuales, con tendencias propias del aumento del crimen organizado y el narcotráfico. La seguridad pública está en crisis y, por supuesto, cabe preguntarse qué pasa con sectores de la población que tradicionalmente sufren mayores niveles de inseguridad, como somos las mujeres.
Entre los estudios sobre el temor, un factor muy importante es la vulnerabilidad, la que se ve influida por género, edad, nivel socioeconómico, estado civil e incluso tamaño físico, estado de salud y la habilidad de defenderse en caso de ser atacado -de acuerdo con un estudio de 2018 de Lilian Kanashiro, Lucía Dammert y Wilson Hernández-. En este también dan cuenta de que el género es la variable más relevante, en tanto las mujeres sufrimos mayores niveles de vulnerabilidad que los hombres.
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Mientras aumenta la percepción de inseguridad a nivel nacional, aumenta la sensación de temor que sentimos las mujeres de estar en el espacio público, por el solo hecho de ser mujeres. Se evidencia el miedo frente a un sistema que concibe nuestros cuerpos como “elemento” de consumo, ultrajable, violentable e incluso eliminable. Sabemos, por múltiples experiencias internacionales y estudios, que cuando aumenta el crimen organizado y el narcotráfico, aumentan también las cifras de violencia hacia mujeres y de femicidios, lo que incrementa, evidentemente, nuestra sensación de temor.
De acuerdo con el mismo estudio enunciado anteriormente (Kanashiro, Dammert y Hernández, 2018), hay dos cuestiones especialmente interesantes para comprender por qué las mujeres experimentamos mayor vulnerabilidad, sensación de temor y percepción de inseguridad. Por un lado, el grado más alto de victimización se da cuando la violencia que se ha ejercido es contra el cuerpo, incluso más que cuando se ha sufrido un delito patrimonial armado. Y por otro lado, las vulnerabilidades físicas autopercibidas tienen un rol más importante en la generación del miedo, en contraste con otras variables.
Las múltiples expresiones de violencia que se evidencian todos los días hacia nuestro cuerpo son razones por las cuales tendemos a sentir mayor inseguridad y temor, lo que no puede verse sino acentuado en momentos de crisis de seguridad pública nacional, cuando quedamos aún más expuestas.
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¿Cómo no vamos a sentirnos inseguras cuando caminamos de noche a casa, cuando andamos en transporte público, cuando salimos de casa al trabajo, estudio u otra actividad y cuando estamos en eventos o lugares como bares, discotecas o conciertos?