De decano a decano, con amor
Mercurio era el dios romano del comercio. También señor de los caminos y patrono de los viajeros. Por supuesto, en su rol más conocido, era el mensajero de los dioses. En la versión actual, El Mercurio es un portavoz de la Iglesia Católica, la que, a su vez, es la vocera de Dios. No es menor. Hablamos de gente influyente: Dios, el papa y los Edwards.
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Pero en el mundo de la prensa, a El Mercurio se le conoce sobre todo como “el decano”. Y este decano es solidario con uno de sus pares: Andrés Pío Bernardino Chadwick Piñera, otro decano, pero de la Facultad de Derecho de la Universidad San Sebastián. Esta es una historia de amor entrañable entre dos decanos, siempre incomprendidos y vilipendiados por la inquina izquierdista y progre.
Tras el caos desatado por el abogado Hermosilla y el caso “Audio”, El Mercurio arroja luz en la oscuridad, en especial en tiempos en los que se pretende enlodar a Andrés Pío. ¿La razón? Haber recibido, sin consentimiento, de Hermosilla información que, a su vez, este recibió de Sergio Muñoz. Parece una cadena clara de apenas tres eslabones: Muñoz-Hermosilla-Chadwick. Que haya un cuarto eslabón son solo especulaciones de malintencionados.
Se ve mal, pero tal vez no hay nada realmente malo.
Creer que Andrés Chadwick haya hecho mal uso de esa información no es de buen cristiano. Solo el comunismo ateo podría pensar así de un hermano que seguramente es, además, un feligrés en permanente comunión. No, lo más probable es que Andrés Pío ni siquiera haya leído esos impropios mensajes; o que, si los leyó por mera casualidad e inadvertencia, se haya forzado, en un rasgo de rigor moral que deberíamos elogiar, a olvidar de inmediato lo leído, orando fervientemente para resistir todo tipo de tentaciones de un mal uso.
Pero ¿quién ha causado este grave problema a Andrés Pío Bernardino? Un abogado hasta hace poco exitoso y lleno de amigos poderosos que lo invitaban a picotear con chardonnay sour y hasta a bailar en un yate con el Chispa. Lo contrataba Sebastián Piñera, pero también Miguel Crispi. Transversalidad, que le llaman. Y trabajaba muchas veces ad honorem, muestra innegable de su generosidad y desprendimiento. Que luego las personas fueran agradecidas, cuestión natural y esperable de todo ser humano decente, se ha tomado inexplicablemente mal por la ciudadanía.
Pero está bien: con un mero afán teórico y analítico, asumamos la fantasía de que hay o puede haber eventuales indicios (solo posibles, y siempre meramente hipotéticos y sujetos a verificación), de algún grado indeterminado, (pero seguramente menor), de corrupción o, mejor, de malas prácticas, que involucran a un grupo de personas que se coordinan pero que no constituyen, hasta aquí, una red en el sentido estricto de la palabra “red” (si esta redacción le parece pesada, excúseme que haya tomado estos resguardos retóricos, no vaya a ser que el Fiscal Nacional me cite a entregar información).
De cualquier forma, si así fuera, lo de Hermosilla sería un caso aislado, porque todos sabemos que si hay gente honesta en nuestra sociedad somos los abogados, cuyo sentido de la justicia es proverbial. Y la virtud despierta el odio del vicio. De ahí que nos dediquen tantos chistes (algunos son buenos, no lo niego, pero muy resentidos). Solo el exministro de la Corte Suprema, Pedro Pierry, se ha quejado de que este tipo de cosas son sabidas desde siempre y que el cacareo y griterío por el comportamiento de Hermosilla demuestra bastante hipocresía. Pero es una opinión solitaria, insisto.
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Pero bastó un poco de descuido y un I Phone superpoblado de indiscreciones sabrosas para desplazar a las teleseries turcas del centro de atención. Porque, ¿quién se resiste al atractivo de más de 700.000 páginas de transcripciones indiscretas? Si alguien tuviese la osadía de obtenerlas y publicar un libro con títulos como “Los whatsapp de Luis” o “El celu de don Lucho”, sería un best seller. ¿Usted no saldría corriendo a la librería más cercana para comprarse uno y leerlo ansiosamente en el metro, en la micro o en la soledad de su baño? ¿Yo? Claro que no, pero usted sí, no mienta.
La primera víctima de ese I Phone fue Sergio Muñoz, director de la PDI. Y aquí empieza el drama para Andrés Pío Bernardino. Porque Muñoz le envió a Hermosilla información sobre el caso Dominga, en el que Sebastián Piñera figuraba como imputado. Luego, Hermosilla le reenvió (o le “rebotó”, para usar la feliz expresión de La Segunda) esa información a Andrés Pío. Y de esto se arma un escándalo.
Sí, se ve mal, pero tal vez no haya nada realmente malo.
Es que la gente mal pensada y llevada por las teorías afiebradas que ve el mal en todas partes, como Camila Vallejo, hace nata en Chile. Es del tipo de gente que cree que la obtención de información normalmente tiene por objeto emplearla posteriormente. Y en sus fantasiosas mentes imaginan, por ejemplo, que podría usarse para advertir de futuras diligencias a imputados y abogados de imputados, entorpeciéndolas.
¿Quién, con un alma generosa, podría aventurar semejante hipótesis? ¿Desde cuándo reunimos información para usarla? ¿Lo hace usted acaso? Yo no, porque soy un sujeto normal que se informa para olvidar y adquiere conocimientos para no usarlos.
Por eso, la rabieta del Fiscal Nacional con la ministra Vallejo tiene sentido. Si ella tiene información, pues que la entregue. Así le evita al Ministerio Público investigar y trabajar, lo que es no solo cansador y tensionante, sino un irresponsable despilfarro de recursos fiscales. Pero que no se dedique a elucubraciones que a nadie le interesan. Que sus palabras hayan sido exactas, precisas y lógicas no le quitan su falta de atingencia (no sé si se entiende a lo que voy… sospecho que no).
El repentino enojo del Fiscal Nacional nos obliga a recordar una alegre foto en que compartía con Andrés Pío poco antes de ser nombrado a la cabeza del Ministerio Público. Debe molestarle que insinúen cosas de gente con la que se comparte de forma tan amena. Yo lo entiendo.
Su enojo se ve mal, es cierto, pero tal vez no haya nada realmente malo.
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Probablemente, solo somos mal pensados. Quizás es toda gente súper inocente y nunca ha habido redes de personas que se ayuden mutuamente a obtener cargos o nominaciones. Tantos parientes son meras casualidades de la rueda de la fortuna que llamamos meritocracia. Y por lo demás, si se pagan favores recíprocos, ¿qué tiene de malo? ¿Acaso no es importante la reciprocidad? Después de tantos libros melosos de autoayuda que hablan de la empatía, ¿nos vamos a escandalizar por un grupo de primates con corbata que practican ejemplarmente la empatía, la colaboración y el autocuidado grupal? ¡Quién entiende a la gente! Resulta que ahora es malo ser agradecidos y empáticos.
Pero volvamos a lo inicial. A la solidaridad entre decanos. ¿Qué nos cuenta El Mercurio?
Andrés Pío Bernardino Chadwick solo es nombrado en la edición del 19 de marzo, en la página C2, bajo el título “El abogado comparte antecedentes con Chadwick”. Nos cuenta del famoso reenvío de la información. El 18 de marzo, El Mercurio había precisado que la información que fue “rebotada” se refería al caso Dominga (ver aquí).
Agrega el Decano que Andrés Pío recibió esa información el 25 de octubre de 2021, a las 22:03 horas, cuando ya no era ministro del Interior de su primo, cargo que ocupó por razones estrictamente meritocráticas y no por primo, como todos sabemos.
Y el jueves 21 de marzo, en la página C4, se reitera que Hermosilla envió “… datos reservados del caso Dominga, entregados por Muñoz, al exministro del Interior Andrés Chadwick, con quien hasta el caso Audio compartió una oficina en Vitacura, aunque se ha indicado que era solo una comunidad de techo”. ¡Qué fineza para el detalle, qué periodismo este que destaca lo ínfimo y nos lo pone delante de los ojos! Porque si usted no ha reparado lo suficiente en ello, era solo una “comunidad de techo”. No fuéramos a creer que para Andrés Pío haya sido Hermosilla “un amigo y compañero de toda la vida” o algo semejante. Y si alguna vez dijo eso, bueno, para eso está El Mercurio, corrigiendo la realidad.
Sí, las cosas se ven mal, lo admito, pero, tal vez, realmente no haya nada malo.
¿Mi conclusión? Simple: si el decano absuelve al decano, si El Mercurio no advierte nada escabroso en todo esto, ¿quiénes somos nosotros para deslizar fantasías paranoicas sobre redes de corrupción? Respondo: nadie, no somos nadie.
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Es por el decano que sabemos lo que realmente pasa en los subterráneos de nuestra sociedad y no nos dejamos engatusar por teorías izquierdistas que, aunque lógicas, no nos hacen sentido. ¡Gracias, decano!