Rod Stewart o cualquier otro: A 30 años del primer concierto masivo en Chile

Rod Stewart o cualquier otro: A 30 años del primer concierto masivo en Chile

Por: Claudia Montecinos | 07.03.2019
Aunque íconos de la música ya habían visitado este país, con Rod Stewart se marcó un precedente en la historia de los espectáculos y dio paso a una oleada de megaconciertos de extranjeros, que incluyó artistas como Michael Jackson, Paul McCartney, Guns N’ Roses y Rolling Stones.

Hace exactas tres décadas resonaba el hit setentero “Hot Legs” en el Estadio Nacional y era cantado a todo pulmón por las 80 mil eufóricas gargantas que finalmente podían reunirse en masa sin el temor a ser perseguidos. Tras 16 años de dictadura, las galerías del Coliseo de Ñuñoa se repletaron de adultos, ancianos, jóvenes y niños que prestaban oídos a un solo individuo –de procedencia británica e ícono rockero– plantado con su característica chaqueta amarilla y con la energía de un torbellino.

Durante la noche del 7 de marzo de 1989 todo era novedad. Además de realizarse el primer evento a gran escala en mucho tiempo, ese día comenzó el formato de los conciertos masivos en Chile, del modo que los conocemos actualmente: miles de ojos posados sobre un músico, rodeado de un ritual que incluye llegar varias horas antes al estadio y esperar en largas filas, la venta anticipada de entradas y el despliegue de merchandising en torno a él. Es decir, la masividad que implica un show de nivel mundial como los de Estados Unidos y Europa.

Aunque íconos de la música ya habían visitado este país, con Rod Stewart se marcó un precedente en la historia de los espectáculos y dio paso a una oleada de megaconciertos de extranjeros, que incluyó artistas como Michael Jackson, Paul McCartney, Guns N’ Roses y Rolling Stones. Eso sí, esto conllevó enfrentarse a un nicho poco desarrollado de equipamiento técnico y por eso el crecimiento fue inminente y las empresas de sonido, estructuras y escenarios, iluminación e incluso seguridad, se vieron forzadas a responder a las exigencias de los músicos internacionales. Fue una maduración acelerada que hacia fines de los 90 ya ubicaba a Chile en lo que la jerga del espectáculo denomina la “trilogía de Latinoamérica”, junto a Brasil y Argentina, algo que se mantiene en la actualidad.

Podría haber sido el británico o cualquier otro de igual masividad. Lo importante no eran sus canciones, que rotaban frenéticamente por las emisoras radiales y los programas de videoclips de su época. En realidad, lo que convirtió el show en un éxito rotundo fue el evento social que desencadenó: un instante, por fin, de distracción y placer, que permitía no pensar en la realidad nacional. Era el momento adecuado, en términos políticos, económicos y sociales, para la apertura del mercado musical. En otras palabras, la transición hacia la democracia se veía al final del túnel, el sistema económico neoliberal ya estaba instalado y con él la capacidad de endeudamiento. En definitiva, la sociedad chilena necesitaba un cambio de aire y el espectáculo musical logró atar todos estos cabos.

La estrategia era evidente: generar una válvula de escape inofensiva para un país que hace tan sólo unos meses había dicho NO a la dictadura cívico-militar en el plebiscito de 1988. En medio de este panorama aún tenso y expectante, la presencia de Rod Stewart no podía más que apaciguar los ánimos y poner toda la atención pública en su rubia y erizada cabellera.

A Stewart se le vio pasado de revoluciones y corriendo de un extremo a otro en el escenario del Estadio Nacional, lanzando el atril del micrófono y seduciéndolo como a una pareja de baile, chuteando pelotas de fútbol –tradición que evidencia su fanatismo por ese deporte–, sudando y dando todo de sí. Parecía un juguete recién salido de su envoltorio y depositado en el centro del recinto de Ñuñoa con la única finalidad de divertir a las masas, algo que logró con creces.

El músico nunca imaginó que su presentación se transformaría en un hito criollo, muchísimo más allá del despliegue de sus canciones. Hoy es claro que fue una velada histórica para las personas que llegaron al estadio y también simbolizó un signo de apertura al mundo y de las libertades personales para una parte de los chilenos, a pesar de que fuera superficial y ficticia. De hecho, en septiembre de ese mismo año se promulgó la ley que prohibía el aborto bajo cualquier circunstancia y fue asesinado el dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Jécar Neghme Cristi, en plena calle General Bulnes de Santiago, último crimen político en dictadura.

Era una apertura a medias y fue en ese contexto en que la industria de los espectáculos masivos encontró tierra fértil para asentarse y crecer con vitalidad. Desde ese momento los megaconciertos se instalaron entre los nuevos objetos de consumo y, con el pasar de los años, se convirtieron prácticamente en una necesidad para el ávido público de la música. Treinta años después el éxito de este mercado es indiscutible y se refleja en que la venta en verde (sin conocer el cartel de artistas) de entradas a festivales se agota en tan sólo horas, en el precio de tickets que pueden llegar a cuadruplicar el sueldo mínimo y en la evolución del formato de evento que actualmente prioriza la experiencia por sobre la música y quien se pare en el escenario.

El primer gol fue anotado por Rod Stewart, de ahí la industria sólo tuvo que seguir marcando.