El sacrificio derechista y la búsqueda de la democracia sin política
Cuando la oposición descarga contra el gobierno lo hace a mansalva, de una forma que mella no sólo a la coalición o a la presidencia, sino que a la democracia entera. Es el último estertor que les queda: agigantarse, aleonarse, disparándose a los pies de su estabilidad democrática futura.
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Detrás, una lógica sacrificial: la capacidad de gobernanza democrática futura por la supervivencia actual. Pero ¿tiene sentido el sacrificio democrático, por una supervivencia actual, si las encuestas dicen que son los mejores aspectados para ganar el 2026? ¿Es posible que tengan capacidad de gobernanza con la mella democrática que provoca su actual rol opositor? Quiero desarrollar una propuesta de lectura.
No es ninguna novedad que las derechas no tengan hoy ni imaginación ni creatividad política para el futuro. Lo he argumentado en varios de mis micro-ensayos: el modelo económico-político desarrollado y logrado en Chile les es tan apreciado que han descansado intelectualmente en él sin la necesidad de pensar y crear horizontes nuevos. Sin imaginación y creatividad para una nueva institución política, no les queda más que jugárselas por la restitución.
Sin embargo, restituir implica -en términos hegemónicos- reencantar. Pero la forma en que han desempeñado su condición de oposición en los últimos dos años muestra que pocos recursos tienen para reencantar a la sociedad.
La encuesta Criteria lo decía hace unas semanas: cerca de un 70% desaprueba a la oposición. La politización obscena del asesinato de los tres policías en Cañete es el ejemplo más siniestro de su carencia politica; la polémica del negro Matapacos su ejemplo más absurdo.
Sin recursos creativos ni imaginativos, para el quehacer político, la altisonancia del verso, en estos tiempos de aguda crisis de seguridad, aparece como comodín valiosísimo para mantenerse a flote. Mientras más sangrienta la cuña, mejor.
El éxito de la figuración pública se mide con un termómetro político devenido brutalómetro. Por ejemplo, la brutalidad verbal de Kaiser, Carter o Kast, y tantos otros que sin densidad política, sin capacidad alguna de imaginación ni creatividad para sortear la crisis política, hallan en la sangre, las balas y la muerte el asa para sostener su sobrevivencia.
Usufructuar de la conmoción con tal de energizar sus maniobras políticas. Desde marzo de 2023, mes en que se aprueba la ley Naín-Retamal, hasta hoy ha venido ocurriendo un engarce parasitario del clima de inseguridad pública.
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Aquí se produce lo interesante: la guerra contra el crimen organizado, lejos de ser un asunto que suscite consensos políticos, comienza a ser, interesadamente por las derechas, un recurso valiosísimo para la política.
Se produce un contrabando de los recursos de la guerra extra-política para la política misma. Una militarización de la política. De la guerra extra-política a una guerra intra-política. Pero el bombardeo supone el riesgo de provocar un forado tal que, una vez asuman el gobierno, su propio suelo democrático les será inestable. Como decía antes, el sacrificio.
Fausto, insatisfecho con su vida, entrega a Mefistófeles su alma a cambio de placer y conocimiento. En este caso no es tan claro que sea su alma lo transado: históricamente, un alma autoritaria, patronal y dictatorial; sino que es su vida democrática al futuro lo que ofrendan, pero, ¿a cambio de qué?
Las derechas sacrifican la institucionalidad y su gobernanza democrática, primero, a cambio de sobrevivir en el día a día de la política; pero, segundo, y he aquí lo más importante: a cambio de la supervivencia del modelo.
Pero ¿cómo puede sobrevivir el modelo con tal mella a la institucionalidad democrática y a la gobernanza? La vía autoritaria.
Sin creatividad ni imaginación, las derechas ven hoy en la política misma un riesgo, pues fue la política la que en 2019 abrió la posibilidad de un cambio democrático al modelo. Con la política como riesgo, y sin pergaminos democráticos para su disputa, bien las vale erosionarla desde adentro; una implosión de la sustancia democrática. ¿El resultado? una democracia sin política, si algo así fuese posible.
El forado que le están haciendo a la institucionalidad democrática, sin embargo, debe ser a resguardo de algo que les es mínimo para el sostenimiento futuro del modelo: la pura formalidad democrática, es decir, la estructura electoral.
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Lo electoral, en este escenario, es puro esqueleto. Un cuerpo democrático vaciado hasta una pura estructura ósea. Forma sin sustancia. Sin densidad política, sin carne democrática, tanto Carabineros como las Fuerzas Armadas, les pueden ser útiles para el forzamiento de una gobernanza que sacrifica su fundamento democrático.
Así las cosas, la pretensión de amnistía policial, reposición de tribunales militares, himno nacional obligatorio, protección del general Yáñez, reglas de uso de la fuerza, etc., más que estrategia sensata de lucha contra el crimen organizado, es la ofrenda para fidelizar al que suponen un aliado extra-político que pueda colaborarles a la restauración del orden.
Todo, claro está, a expensas de la democracia. Es la culminación de la militarización de la política que, a diferencia de la experiencia histórica del ‘73, tendría ahora legitimidad electoral a su haber.
La historia no se repite, pero rima: un contrabando de la guerra extra-política, contra el crimen organizado, al recurso de la guerra intra-política como relleno de una política democrática sacrificada.
Por eso, el escozor que en los sectores transformadores produce el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas y Carabineros no es por un trauma de hace 50 años, ni por no considerarlas fundamentales contra el crimen organizado, sino que es por el rol político que las derechas les pretenden para, post 2026, forzar una gobernanza democrática sacrificada.
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Sin creatividad ni imaginación para el reencantamiento de la sociedad, no les queda más que proteger el modelo a la fuerza.