La corrupción institucional o las antonimias del proyecto (neo)liberal
Ciertos acontecimientos sociales se presentan con una nitidez tal que no requieren de un análisis exhaustivo para discernir su naturaleza. Su evidencia se impone a la intuición más básica, tornando superflua la verborrea academicista. En este sentido, y siguiendo el espíritu del filósofo cínico Diógenes, es posible desenmascarar algunas paradojas que corroen el seno del (neo)liberalismo chileno. Un sistema que, a la luz de la reciente dimisión y formalización del exdirector de la PDI (y su implicación del abogado Luis Hermosilla), la negativa a renunciar del director de Carabineros, y la reticencia del ejército a participar en el combate al crimen organizado, parece impregnar todas las esferas, bordeando a ratos un peligroso anarquismo.
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En efecto, resulta ilustrativa la anécdota que narra la célebre respuesta que dio Diógenes a un discípulo de Zenón de Elea. Este último negaba la existencia del movimiento y pretendió refutarlo mediante una serie de soporíferos argumentos. No voy a detallar ese patético episodio aquí. Solo me limitaré a decir que, ante semejante maraña de argumentos, Diógenes no hizo otra cosa que ponerse de pie súbitamente y echar a andar, dejando atrás y pasmado a su sofisticado interlocutor. Y con su solo acto demostró que, sí, el movimiento existía. No en balde Alejandro Magno dijo que “Si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes”.
Pues bien, tan evidente como la existencia del movimiento en esa fábula cínica parece ser hoy la directa proporcionalidad que hay entre la corrupción moral e institucional y el proceso de (neo)liberalización de nuestro Estado (y acaso también de la nación).
Hay varias instancias que lo demuestran, partiendo, como se advirtió al comienzo, por la formalización del ex director de la PDI, Sergio Muñoz, quien fuera nombrado por el gobierno anterior, defensor vigoroso del (neo)liberalismo económico, si tan solo consideramos el enriquecimiento multimillonario del ex presidente Sebastián Piñera a la luz de este sistema, además de la cosmovisión economicista que promovía y que, en el éxtasis, le llevó junto a sus ministros a proferir declaraciones disparatadas que fueron la chispa del estallido social de 2019.
La filtración del chat de la otrora autoridad policial con el abogado Luis Hermosilla –vinculado a los dos gobiernos del ex mandatario e históricamente al primo de este, además de empresarios de alto perfil– pone de manifiesto el circuito ilegítimo con el que un orden habría orquestado las instituciones para salvaguardarse.
Luego está el caso del general director de Carabineros, quien se negó a renunciar –un recurso útil para calmar las aguas– en medio del incremento de la percepción ciudadana acerca de la corrupción de las instituciones. Uno podría pensar que Ricardo Yáñez considera injusta su salida y que se le usa como chivo expiatorio, pero si se considera su decisión de remover la tradicional escolta de motoristas que poseen diversas autoridades del país, entre ellas, los comandantes en jefe de las FFAA y el ex director de la PDI, al sentir que ellos literalmente “le quitaron el piso”, está claro que ya no estamos ante el ejercicio de una institucionalidad Estatal o nacional, sino personalista y corporativa, esto es, la pugna del poder que se da ahí es la misma que puede darse entre las corporaciones competidoras en una industria, o el muñequeo entre una empresa proveedora y la empresa mandante que está amarrada a ella.
Otra instancia demostrativa es la del descuido de la frontera, en medio de un escenario descontrolado de inmigración –que incluye a delincuentes del crimen organizado que están intentando sentar en Chile sus corporaciones criminales–, donde pudimos enterarnos hace algunos meses de la alcoholizada fiesta que al interior de una oficina en el Complejo Fronterizo de Colchane realizaron funcionarios públicos que estaban de turno.
La escena recuerda a la película El Hundimiento, cuando los nazis se emborracharon en el búnker de Hitler después del suicidio de este. A pesar de las excusas, filosóficamente es legítima también la sospecha de que en lo más íntimo de algunas de esas conciencias transgresoras alguna especie de autosabotaje se hubiera tramado (porque no cae en gracia el gobierno de turno, o bien, porque se considera que lisa y llanamente no hay apoyo desde el mismo, si no que está todo perdido).
Otro paradigmático caso es el del escolta del presidente de la república removido a mediados del año pasado, quien era parte de un club de tiro ilegal llamado “V-Raptor”, gerenciado por Juan Pablo Ruiz, alias “El Vengador”, un exmilitar venezolano que actualmente reside en el país y quien pasó a prisión preventiva por ello. Por lo demás, ya de cara a su asunción como primer mandatario, el presidente Boric había sido víctima igualmente de los dichos controversiales de un funcionario de las FFAA, quien había puesto de manifiesto su reticencia a prestarle protección. ¿Dónde quedó esa devoción por el Estado, la República o la Democracia Chilena? Se fue al traste ideológico, obviamente.
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La senadora Ximena Rincón ya había presagiado a su modo todas estas cosas en la antesala del gobierno de Boric, cuando su siniestra carcajada estalló en el hemiciclo como la de un(a) brujo(a) invocando un demonio en un aquelarre: "¡Cómo va a sufrir el próximo Gobierno, y yo voy a tomar palco de abajo!”. Qué duda cabe que esto es uno de los mejores ejemplos de la degeneración política en la línea también de los personalismos y la búsqueda de los propios beneficios y la vendetta, más bien que los intereses de la democracia chilena. Así y todo ella y los suyos se hacen llamar “Demócratas”.
Finalmente quisiera referir la deplorable situación de la institución académica. Muchos viven la academia –especialmente en la filosofía y las humanidades –como un ministerio de sobrevivencia (o “balsa salvavidas” para profesiones que son marginadas por las lógicas de mercado) y como una catapulta de la fama, y hacen carrera ahí lo mismo que un joven manager que aspira a convertirse en gerente o director de una empresa privada.
Podrán echarle la culpa al capitalismo, pero ellos nunca hacen nada para revertirlo. Simplemente se entregan a su imperio, poniendo en ejercicio los mismos maquiavelismos y la misma lógica escaladora. Por supuesto, nunca lo admitirían de cara al público (en este sentido, son más honestos los empleados de las corporaciones capitalistas), pero se hace indiscutible, por ejemplo, cuando sostienen que una tesis debe tener “rendimientos” para ser válida o de interés, lo mismo que en la empresa dicen los ejecutivos cuando emprenden una acción o evalúan la situación de un empleado o partner del negocio: “Debe agregar valor, sino deséchale”.
En particular, los profesionales o técnicos de la filosofía chilena llegaron al extremo de creer que podían pensar cualquier cosa, metiéndose incluso con la sexualidad de los niños, como demostraron las tesis repudiables de la Universidad de Chile hace ya dos años. Lo cierto es que la libertad, como bien sabían los padres del liberalismo (el auténtico), no significa hacer cualquier cosa, pues ella conlleva el cuidado de la institucionalidad sobre la que se asienta. A veces es mejor enfundar la pluma entintada (o contener los dedos inquietos sobre el teclado, para actualizar la metáfora de la no pocas veces anticuada filosofía académica).
Pero más palmario resulta, creo yo, cuando se tienen académicos autodenominados “liberales” que promueven el exitismo académico en sus columnas de opinión, invitando a los colegas a publicar en revistas especializadas del extranjero y hacerlo como quien solo le interesa el renombre internacional, en lugar de promover también una institucionalidad de conocimiento nacional, resaltando las virtudes y el sacrificio personal que esto implica.
Resulta lamentable, pues instiga a sus colegas en regiones que centren su atención en Santiago o los grandes centros urbanos, dejando de lado las ventajas competitivas y la capacidad crítica que es necesario construir desde la localidad (la región) para maximizar el potencial intelectual nacional. Además, resulta hipócrita, cuando esos mismos que prescriben esas recetas egoístas buscan el éxito internacional publicando sus ideas con la ayuda de otros que ya se han ganado una tribuna, es decir, con un sponsor que aparece como coautor de un paper que con suerte hojearon.
Todo esto da cuenta más de su capacidad como negociantes que de la de genios revolucionarios que van a reescribir la historia de sus disciplinas: no es el sujeto libre cantándole sus ideas al mundo y logrando que ellas se posicionen internacionalmente por su propio mérito.
Ni hablar cuando esos mismos académicos, tras su doctorado, se convierten en mercenarios al servicio de think tanks creados para la defensa en última instancia de intereses económicos, o se afilian a universidades que hacen parte de esa trama, debiendo entonces cerrar la boca –es decir, reprimir su libertad de juicio– cuando sus mandantes tienen problemas o se enfrentan a escándalos, como ocurrió recientemente con el ex ministro y familiar de Piñera, Andrés Chadwick y la puesta en duda de su decanato en la Universidad San Sebastián.
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Sobre todo si el académico liberal ya ocupa posiciones dentro de la jerarquía académica. Y es que cuando un liberal no puede criticar el liberalismo cuando este se descarría, no hace parte entonces de un orden liberal, sino de otra cosa, posiblemente un liberalismo que ha degenerado o simplemente de uno que nunca fue.