No Molestar: Chile decimonónico durmiendo
Desde hace un tiempo, distintos medios y espacios de reflexión chilenos hacen uso y abuso del concepto de origen estadounidense 'woke', con el que hoy se designa un nuevo tipo de sensibilidad política vinculada a activismo social y reivindicaciones identitarias, en su definición más general. El reciente lanzamiento en Santiago del libro Izquierda no es woke, de Susan Neiman, no fue la excepción, considerando la forma con la cual la autora, y los comentaristas presentaron sus lecturas de lo que hoy se entiende por woke.
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El concepto woke suele usarse en un sentido negativo e incluso peyorativo, como un adjetivo que permite descalificar cualquier planteamiento que ose desafiar –desde reivindicaciones históricas sobre pueblos originarios, población afrodescendiente o más recientemente del movimiento feminista– la arquitectura filosófica que arguyen los y las gendarmes del statu quo.
Pero la verdad es que el concepto tiene un origen bastante claro, ligado directamente a la historia negra estadounidense. Y así como suele repetirse que «dato mata relato», siempre es bueno recordar que la filosofía sin historicidad es una pérdida de tiempo y tinta. Por lo tanto, aunque les resulte muy funcional a algunos, y a la autora, hablar y escribir del concepto sin hacerse cargo de su origen, la obligación de la academia es impulsar discusiones intelectualmente honestas y serias.
Presentar la discusión del concepto, como lo hizo Neiman, desde un énfasis en una periodificación que plantea una masificación global de cierta sensibilidad reivindicativa de estos grupos obliterados históricamente con la caída del muro es a lo menos cuestionable.
Existen registros históricos que demuestran que la idea de “waking up” fue utilizada por intelectuales negros durante los años 20. Este el caso del activista social negro de origen jamaiquino, Marcus Garvey; quien escribiera el famoso ensayo “Wake up Ethopia, ¡wake up África!”, como un llamado al despertar de la consciencia solidaria de la población negra alrededor del mundo. Garvey es uno más de una larga tradición de pensamiento negro que debiese ser pie forzado para debatir sobre el concepto woke.
Pero no, sorprendentemente se nos “explica” el concepto desde una periodificación arbitraria y a partir de una cajita de herramientas diminuta y tradicional, para usar el concepto del vilipendiado Michel Foucault. Lo que resulta tragicómico, es que esta pulsión conservadora vuelve a obliterar al sujeto histórico que desarrolló la noción.
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Así como el sociólogo negro W.E.B. Dubois acuñó el concepto de doble conciencia de la población afroamericana como americana (con la modernidad que eso implicaba) y a la vez negra (con las limitantes de historicidad que eso conlleva); una discusión sobre lo woke sin respetar la tradición intelectual que la generó cae en una doble obliteración: de la historicidad negra y de la tradición intelectual negra.
La izquierda (y nuestras sociedades) ha sufrido la falta de un macrorrelato aglutinador que se erija como alternativa al neoliberalismo desde la caída del muro de Berlín. Eso es así, que duda cabe. Pero asumir que la izquierda debe volver a universalizarse desde las lógicas tradicionales de la clase social, tal como lo hacen hoy los impugnadores de lo woke y las nuevas sensibilidades asociadas a la izquierda, es un error que solo demuestra ignorancia histórica.
La izquierda tradicional latinoamericana durante mucho tiempo hizo un análisis fallido de la situación de desigualdad. Lo importante para el marxismo clásico brasilero, por ejemplo, no era que existiesen negros, pardos, mulatos o caboclos pobres, lo relevante era que eran pobres. En 1950 llegaría una importante misión de UNESCO para tratar de complejizar los diagnósticos desde las ciencias sociales de la desigualdad brasilera. A partir de esos años se empezó a tensionar el artilugio ideológico super-estructural de la democracia racial brasilera.
Esa supuesta condición que los transformaba en una nación excepcional no racista. Solo la incorporación a los análisis de las variables de raza y género permitieron ver de mejor manera los legados coloniales en las relaciones sociales contemporáneas en Brasil. Eso mismo ocurrió en otras latitudes del continente a diferentes ritmos e intensidades.
Que un sector de una supuesta izquierda global quiera volver a un pasado donde la hegemonía de las unidades de análisis la tuvo la clase social nos debiera hacer pensar que entienden realmente por progreso, justicia y relaciones de poder.
Las caricaturas bien trabajadas han demostrado ser una herramienta única para entender hechos, procesos y las mentalidades de una época. Pero el construir caricaturas como las que leemos y escuchamos en medios sobre la idea lo woke le hace un flaco favor al desarrollo de una esfera pública informada. La agenda con la cual se utiliza la noción de lo woke busca trivializar la critica histórica que se la hace a las formas en las cuales se ha desarrollado el capitalismo en América y el mundo.
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En un país como el nuestro, la agenda anti-woke pareciera se abrazada por sectores que añoran no despertar del largo peso de la noche, ese Chile decimonónico que se enorgullecía por romper con ciertos lazos de dependencia económica y política, pero que no les incomodaba la estructura colonial heredada.