La derecha y el Caso Hermosilla: Cuando llega la hora del comodín anticomunista
Cuando un corrupto-ladrón es pillado tiene un sin fin de maneras de actuar. La más sensata es reconocer, enmendar y pedir perdón. Pero hay otra bastante menos honrosa: hacer como que nada pasó.
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Si el corrupto-ladrón elige la segunda opción se abre un camino peligroso, pues necesita un elemento distractor que desvíe las miradas: necesita una víctima (otra más dentro de toda esta cadena de delitos y/o actos de mala fe). Si no encuentra a nadie o nada que le sirva de carnada, el corrupto-ladrón no tiene ningún tipo de escrúpulos para mentir e inventar teorías fantásticas que, con ayuda de sus protectores, algunos confunden con reales, y se fabrica la carnada.
De manual, manual que se ha puesto frenéticamente en práctica a raíz del Caso Hermosilla. Inmediatamente después de ser descubierto -junto a influyentes políticos, en su gran mayoría de derecha- comenzó a funcionar la operación ya descrita. Como no había carnada a la vista, se inventaron una, la misma de siempre, “la vieja confiable”: el Partido Comunista.
A raíz de una declaración del senador Daniel Núñez en que invitaba a la población a ejercer su legítimo derecho de “presión ciudadana”, la derecha puso el grito en el cielo y comenzaron fantasiosos ataques contra la centenaria colectividad de la hoz y el martillo.
“Los comunistas son un peligro para la democracia” declaraba un diputado UDI, “Los comunistas deben salir del Gobierno”, fanfarroneaba un legislador RN, “Los comunistas son violentistas, delincuentes, criminales” se leía en las redes sociales de insignes personajes de la derecha y extrema derecha criolla.
Este tipo de declaraciones solo pueden venir de personas compulsivamente mentirosas o exageradamente ignorantes. En lo personal, creo que son las dos.
No hay que ser experto en historia, tampoco hay que ser comunista para saber que, desde su fundación, el Partido Comunista ha sido históricamente perseguido tanto por el Estado de Chile como por las distintas expresiones de la derecha política.
Hay dos hechos insignes que demuestran aquello: la Ley de Defensa Permanente de la Democracia -conocida como Ley Maldita- promulgada en 1948, y el asesinato sistemático de las y los militantes comunistas durante la dictadura civil-militar de Pinochet.
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Más allá de estos episodios, víctimas comunistas hay por doquier a partir de los primeros años del siglo XX.
Ahora bien, quienes nos apuntan con el dedo (y con la metralla) tienen un fundado miedo para hacerlo y no se equivocan en su totalidad: efectivamente somos una amenaza, no a la democracia, sino que a sus intereses, que son las privaciones de la gran mayoría de la población.
Y con la vocación democrática que desde nuestra fundación nos ha caracterizado, hemos actuado siempre “desde abajo”, fuera de las orbitas de poder de las cuales se nos excluye. ¿No tenemos grandes medios de comunicación? Pues tenemos los muros de la ciudad que son infinitamente más democráticos; ¿No tenemos acceso a las grandes decisiones políticas? Pues somos parte de los movimientos de trabajadoras y trabajadores, de las organizaciones civiles que son la esencia de la democracia.
Y eso es lo que le molesta a la derecha: no representamos al pueblo, somos parte del pueblo. Por tanto, somos la natural contraparte de sus intereses, de sus negocios, de sus privilegios.
Entonces su argumento es fácil. Como somos su contraparte, nos atacan con mentiras si es necesario: que las y los comunistas somos antidemocráticos.
Lo insólito es que para tener la actual democracia de la que tanto se enorgullecen, las y los comunistas jugamos un relevante papel donde nos asesinaron a centenares y centenares de compañeras y compañeros. Quienes hoy nos acusan de antidemocráticos fueron, o directamente los asesinos, o cómplices de los asesinos. Muchos aun los defienden.
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Ahora bien, hay que reconocerle a la derecha algo: son tremendamente eficaces en sus propósitos. Lograron instalar un debate ficticio en torno a las y los comunistas, mientras Luis Hermosilla y sus secuaces -como lo dijimos, la gran mayoría de derecha- siguen esquivando la justicia y los grandes medios de comunicación.