Piñera y la sociedad del espectáculo
En un mundo donde la comunidad internacional –representada al menos en la Corte Internacional de Justicia– ha logrado condenar a Israel por el genocidio contra Palestina, pero sin tener consecuencia alguna, ni entregar descanso para el masacrado pueblo palestino, podemos constatar el fracaso de la Humanidad, por lo menos de Occidente, luego de la conformación de la ONU tras la Segunda Guerra Mundial, en pos de evitar un nuevo Holocausto, que ahora nos toca revivir.
Un fracaso de tal envergadura ha sido posible debido a cómo el poder se ha impuesto a la verdad, más allá de los intereses de la mayoría.
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Gran parte de la influencia que tiene el poder está dada tanto gracias a que es propietario de los medios de comunicación masivos y a la dirección que ejerce sobre ellos, como a su estratégica intervención a punta de bots en las ágoras modernas que son las redes sociales, al direccionar a las personas en favor de sus intereses, en vez de priorizar tanto el acceso a la información, como la búsqueda de la verdad en favor de mejorar las condiciones de vida en la sociedad, en el mundo, para encaminar su propio destino de la manera más justa.
Lo que hemos visto estos últimos meses y estos días sólo constata el amplio deterioro de nuestro modus vivendi, que refleja lo atrapados que estamos en cuanto humanos de un sistema globalizado voraz.
¿Pero cómo es factible que vivamos esta suerte de esclavitud posmoderna sin que mayormente nadie se entere, ni haya resistencia al feroz poder imperante? En palabras del filósofo situacionista Guy Debord, en la sociedad del espectáculo «la mercancía se contempla a sí misma en el mundo que ha creado». El discurso sistémico (re)crea la realidad a su antojo. Un espejo que se miente a sí mismo. Prevalece.
Tras la muerte del expresidente de la República, los medios y sus personajes políticos se han desmadrado tratando de exaltar a la persona que el empresario no fue. Al menos no preponderantemente.
Si bien la política –«las buenas costumbres»– sostiene el juego de apariencias, en tiempos en que la representatividad de la democracia está mundialmente en crisis, cabe hacerse algunas preguntas: ¿Qué hacemos con una sociedad en la que la corrección «invita» a no celebrar la muerte de alguien –cualquiera que haya sido el daño y/o la bondad que haya desplegado el fallecido en vida–, pero sí a permitir abiertamente mentira sobre mentira, sin ningún tipo de consecuencia para sí misma, a la vez que aspira a un ilusorio y falso nivel de corrección?
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En rigor, ¿cuál es la idea? ¿Aceptar este nivel de hipocresía, de doble estándar, o aspirar a cumplir lo que decimos y anhelamos ser como sociedad, ergo, abrazar lo positivo, y lamentar y condenar lo negativo? ¿Se cumplen los ritos mintiendo, para –quizás– luego dar paso a la verdad? A no olvidar la columna «Prontuario», de Daniel Matamala.
¿La sociedad será capaz de encontrar lo mejor de sí y para sí en la búsqueda de la verdad, y en el necesario juicio a quienes la manipulan en favor de los sempiternos y abusadores intereses mezquinos de unos pocos? Por ahora, las evidentes contradicciones de cómo vivir en este constructo orgánico guardan el intocable espíritu de la voluntad de esos pocos por sobre la mayoría. El fracaso, otra vez.
Se podrá urdir que es aceptable hablar de los grises, de lo discutible, ciertamente, lo que no resta la necesidad de hacerse cargo: no se pueden tener dos criterios para lo mismo, no en el ámbito de lo público, como bien lo señaló el sociólogo Alberto Mayol hace algunas semanas. En la misma línea, no se puede llamar demócrata a alguien que prefiere mentir declarando estar en guerra, sólo por no aceptar las injusticias que provocaron un estallido social.
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Esquivando este espejo de feria de ilusiones, es factible constatar que al mundo, a Chile, la falta de verdad nos hace mal. La falta de memoria, también. Al parecer romper este espejo espectacular podría mejorar nuestra suerte y destino, camino en el que está la prensa independiente, algunos cronistas que no callan, algunos fiscales contra viento y marea, y algunos políticos como lágrimas en la lluvia.
A ver cuándo las trizas; a ver cuándo esto irá a terminar.