Noam Titelman: "El Partido Republicano va a tener la maldición del vencedor"
"Hay en este libro un tono de alerta (...) ¿Por qué hablar de desesperanza? Titelman pareciera decirnos que la desesperanza emerge como la amarga conclusión de la incapacidad, compartida, de conexión entre un proyecto político y una ciudadanía esquiva y exigente".
Estas son palabras de Michelle Bachelet en el prólogo de La nueva izquierda chilena (Planeta, 2023), el reciente libro de Noam Titelman que busca describir la fuerza que llevó a Gabriel Boric a La Moneda. El título sugiere cierta esperanza, pero en sus páginas se percibe más un pensamiento de que, tras la celebración, solo viene la resaca.
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"Esa fuerza que le permitió a esa izquierda llegar tan rápido al poder es la misma fuerza que hace tan difícil gobernar después. Con el mismo dedo que tú apuntabas, te empiezan a apuntar a ti después", dice en entrevista con El Desconcierto.
- ¿Pero por qué ganaron los republicanos?
Uno de los puntos principales del libro es que la fuerza que ha empujado la política en los últimos diez años es antipolítica, antiincumbente, algunos la llaman una fuerza destituyente. En el fondo se caracteriza porque la gente, más que votar a favor de un proyecto, ha estado votando en contra de otro.
En algunos momentos, eso tiene una expresión más de izquierda o progresista, pero en otros momentos puede tener, como estamos viendo ahora, una expresión más por la derecha. En ambos casos es una fuerza antiélite que está muy expresada en un sentido antipartidos.
Hoy día, en torno a un 20% de la población se identifica con cualquier partido. En el 2006, eso era más del 50%. Somos uno de los niveles más bajos de América Latina, solo superado por Guatemala. Hay un desplome tremendo en la identidad del partido y las ideologías de izquierda o derecha. Por lo mismo, uno de los errores que se ha repetido en todas las elecciones, y ojalá no se repita en esta, es sobreinterpretar la votación como una afirmación del que ganó, cuando en verdad es más bien pura negación.
- El senador Chahuán planteaba que esta elección era un plebiscito sobre el gobierno. ¿Coincides con esa lectura?
Hubo una táctica desde un sector de la derecha de volver esta votación un plebiscito sobre el gobierno. Pero justamente lo que pasó con Chile Vamos muestra que era mucho más que eso. No era un plebiscito solamente del gobierno. Yo creo que tanto esta elección como las últimas tres elecciones que hemos tenido han sido plebiscitos sobre la clase política.
En el fondo, el que gana las elecciones es el que se presenta como más outsider, más contra la política, contra la institucionalidad, contra lo que esté en ese momento percibiéndose como el espacio del poder. Quizás el principal error de Chahuán, en ese sentido, es no darse cuenta que mucho de este voto de rechazo también es contra él.
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- ¿Puede el Partido Republicano avanzar en resolver esta crisis que planteas?
A ver, si uno mira el proceso constituyente anterior, partió con muchísimo más apoyo que rechazo. Las emociones que más se le asociaban eran esperanza y alegría. Este proceso parte con muchas más desventajas. El desafío que tendrá este Consejo Constitucional, en teoría, es dar vuelta una situación adversa.
Uno de los problemas que va a tener este nuevo proceso es que se va a dar una dinámica en la que el Partido Republicano va a tener el poder de veto para cualquier disposición que incluya el nuevo texto constitucional. En algún sentido, el Partido Republicano va a tener la maldición del vencedor. Le fue demasiado bien.
Habría sido más fácil para ellos conducirse en este proceso si hubiesen tenido una mayoría de la oposición, pero no el poder de veto.
- ¿Por qué?
Porque eso implica que en la práctica Chile Vamos va a estar enfrentado a un dilema que suelen enfrentar las derechas tradicionales cuando emergen derechas radicales o derechas populistas.
Cuando son pequeñas, las derechas tradicionales pueden ocupar una estrategia de cerco sanitario. Es decir, no tener relación con ellas, evitarlas y básicamente mirar el espectro político hacia el centro, o incluso hacia la izquierda.
Pero una vez que crecen suficiente, las derechas tradicionales se enfrentan a dos posibles estrategias. La estrategia de cooptación, que significa empezar a parecerse lo más posible a esas derechas radicales y tratar de cooptar sus temáticas, como lo hizo el Partido Conservador en Reino Unido, que cooptó la agenda del Brexit y, con eso, marginalizó y terminó con la existencia del UKIP y del partido Brexit, que eran dos partidos de ultraderecha.
Ahora, en el último tiempo le ha ido mal al Partido Conservador. O sea, a lo mejor en el corto plazo le sirvió para tener una de las mayores victorias de su historia con Boris Johnson, pero después eso se le fue en collera.
- Pan para hoy, hambre para mañana...
Probablemente. Y la otra estrategia es de confrontación, que es lo que ha hecho la Democracia Cristiana alemana con Alternativa para Alemania. Implica enfrentar al partido de derecha extrema en su cancha y abiertamente. El peligro que tiene esa estrategia es que, cuando se pelea por esos temas, se realza su importancia. Inmigración, delincuencia, son temáticas en las que la derecha extrema se siente más cómoda.
Entonces, ahí hay una tensión que es difícil de manejar. Y concretamente, después del resultado electoral que tenemos ahora, yo creo que se va a dar una situación en la que los republicanos no van a estar dispuestos a llegar a un acuerdo que incluya a la izquierda. Tienen poder de veto y, por lo tanto, Chile Vamos tiene bastante cerrado su espacio de movimiento.
No solo eso. Yo sospecho que, desde el Consejo Constitucional, los republicanos pueden utilizar esa plataforma para incidir en los debates que se están teniendo en otros lados, sobre la reforma de pensiones, la reforma tributaria, etc. En el fondo, van a estar acusando a Chile Vamos y a la derecha tradicional de ser demasiado dialogantes.
Quizás el único foco de esperanza que todavía va quedando es que a Republicanos le fue tan bien que el proceso constituyente ahora carga sobre sus hombros. Entonces, si el proceso fracasa, ese cuerpo estará sobre los hombros del Partido Republicano. Y eso es relevante si es que están pensando en la presidencial. Si termina siendo un proceso fracasado, esa derrota en el plebiscito de salida va a tener costos para ellos.
[caption id="attachment_836074" align="alignnone" width="700"] Noam Titelman | Foto: David Gómez @huasohipster[/caption]
"La tesis de la Nueva Mayoría era la correcta"
- Es extraña esa dualidad del Partido Republicano. Primero se marginaron del acuerdo, pero ahora tendrán que gobernar el acuerdo.
Bueno, podríamos decir que es la primera voltereta de Republicanos, de un partido que empieza a tener poder de verdad. Y eso es muy lógico, porque a medida que los partidos empiezan a tener más poder, tienen más responsabilidad sobre sus hombros y no pueden solamente tener un discurso de denuncia.
Efectivamente, los titulares en varios medios internacionales ha sido la paradoja de que un proyecto constituyente va a estar liderado por los que no querían que hubiera este proceso. Otra cosa es con guitarra, como dicen.
- Pero en tu fuero más interno ¿Ves a Republicanos con posibilidades reales de responder a esas exigencias de gobernabilidad, o crees que pasará lo mismo que en la Convención anterior?
Mira, no lo sé, esa es la verdad. Lo que sé es que, si no lo hacen, es muchísimo más probable el Rechazo que el Apruebo. Si eso es suficiente para disuadir, al menos, a un sector del Partido Republicano, no lo sé.
Lo que sí me parece bastante claro es que esta fuerza de identidades negativas, de rechazo a la política y al establishment, no se agota en la última elección. Y tan fácil como esa fuerza le permitió al Partido Republicano llegar a donde llegó, puede volcarse en contra de ellos, como ya le ha ocurrido a todos los que han llegado a una posición de poder hasta ahora.
Además, una Constitución no puede sólo hablar de inmigración y delincuencia. Tiene que hablar de otros temas relevantes para discutir: Qué pasa con los recursos naturales, el modelo económico, los derechos sociales, el derecho a la salud, a la educación, las pensiones, la diversidad sexual.
Hay una serie de discusiones que el Partido Republicano va a tener que entrar a discutir. Y lo vimos durante la campaña de José Antonio Kast, que era una cancha en la que esa fuerza se sentía incómoda.
- ¿Y qué pasará con el oficialismo en este escenario?
Evidentemente cambió el escenario después de estas elecciones. Había bastante claridad en que esta no iba a ser una elección en que el oficialismo iba a ganar, pero fue una sorpresa que el Partido Republicano le haya ido tan bien.
El otro resultado que fue bastante contundente fue el desfonde del centro político y el fracaso de la tesis de camino propio, que intentaron levantar algunas personas en la ex Concertación. Creo que eso puede ser una oportunidad para consolidar la Alianza de Gobierno.
Yo siempre he sido de la visión de que la tesis de la Nueva Mayoría, del segundo gobierno de Bachelet, de una coalición que vaya desde el social-cristianismo hasta el Partido Comunista, incluyendo al Frente Amplio que en ese momento no existía, era una tesis correcta dada la correlación de fuerzas hoy día en Chile, pero que no ha podido cuajar porque hay una serie de disputas identitarias, generacionales y de otra índole.
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- ¿Qué estrategia debiera adoptar el oficialismo en este escenario? ¿Pensar desde ya en llamar a rechazar o ser más dialogante?
Más que darte una respuesta, porque quién soy yo para responder una pregunta tan difícil, veo el problema de la siguiente manera:
Manuel Canales explica que el 2011 hubo una confluencia de dos luchas generacionales. Una en la élite, de una juventud progresista que se rebeló contra el sistema económico, político y social. Y por debajo, una de nuevas juventudes populares, que habían accedido por primera vez a la educación superior, universitaria o técnica. En el fondo, esta imagen de jóvenes pateando piedras.
Yo creo que uno de los desafíos que va a tener el gobierno es ver cómo expande su base de apoyo y la hace más amplia para incluir otros mundos. Un mundo no solamente que no sea joven, sino ver qué pasa con el mundo rural, qué pasa en las regiones, con toda la diversidad de la población que va más allá de esta clase media emergente, pero sin olvidar de dónde vinieron.
- ¿Por qué?
Porque creo que una de las cosas que va a pasar ahora, con el proceso constitucional, es que se va a reactivar ese mundo. Yo creo que va a haber una mayor tensión desde ese sector de la sociedad que se movilizó en el 2011 y en el estallido social.
Y yo creo que es importante que los pasos que dé la izquierda en el Consejo, y también la coalición del oficialismo, es que sea capaz de convocar, llegando a un público más amplio, pero sin olvidarse de los que estuvieron pateando piedras.
Ese es un desafío que se le presenta básicamente a todas las izquierdas cuando llegan al gobierno. De hecho, hay una famosa tesis de Przeworski y Esping-Andersen que habla del dilema electoral del socialismo. Los socialismos cuando optan por la vía electoral, de alguna manera tienen que diluir su identidad de clase, porque en ninguna parte del mundo el proletariado había alcanzado más del 50%. Y eso implicaba en general proyectos políticos e ideológicos más amplios. Pero el riesgo era que, en ese proceso, se perdiera su base original.
De alguna manera, esa es también una de las cosas de las que se alimenta el surgimiento de la ultraderecha en el mundo. Una clase trabajadora que ya no se siente representada por esa izquierda. En el caso chileno es un poco distinto, porque esta izquierda tiene su base en otro grupo social. Pero creo que se enfrenta a un dilema parecido.
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"El camino debe ser empujar lo más posible al diálogo"
- En ese marco, ¿cuál es la dimensión que le otorgas a este proceso?
La gran deuda que ha tenido la política en estos últimos diez años es un nuevo pacto social. Eso significa sentar a la mesa los distintos intereses de la sociedad: Trabajadores, estudiantes, empleadores, sociedad civil organizada, el Estado. E implica también tener actores con la legitimidad suficiente para sentarse a esa mesa.
El proceso constituyente no es un nuevo pacto social, pero puede ser una parte de eso. Yo creo que el proceso anterior al menos se parecía más, este se parece menos. Pero en cualquier caso, en torno a las discusiones que se den allá, creo que puede ser una oportunidad, al menos, para dar esos debates.
Pero ese pacto social requiere de colectivos, de organización, de un trabajo de muy largo plazo que no se agota tampoco en un solo gobierno.
- ¿Pero qué sentido tiene proponer un pacto social en un espacio con mayoría republicano? ¿No existe el riesgo de pecar de ingenuo?
La otra vez tenía una conversación con un amigo que anuló en estas elecciones y trataba de convencerlo de por qué no debía anular. Yo creo que un punto importante es que la política siempre hay que pasarlo mal. La política nunca es el escenario en el que a uno le gustaría estar. Se da como se da.
En ese sentido, yo creo que va a ser un periodo difícil y no creo que valga la pena tratarlo con eufemismos. Va a ser una serie de decisiones muy complejas y no quiero mostrar ni un atisbo de intento de superioridad moral frente al que opte por uno u otro camino.
Yo creo que el camino debe ser efectivamente empujar lo más posible al diálogo, sabiendo que todas las posibilidades y las probabilidades están en contra. Y creo que los que lo van a tener más difícil en ese debate no va a ser la izquierda, va a ser Chile Vamos. Ellos son los que se van a sentir más tironeados para no tener ese espacio de diálogo.
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- ¿Por qué crees que el centro político se desfondó en esta elección?
Uno podría hacer una antología del relato de un centro huérfano, que es un relato que ha persistido en las élites pese a sucesivas derrotas. Uno podría mirar elección tras elección y siempre va a encontrar, al menos en los últimos 10 años, un candidato que sostiene lo siguiente:
"En Chile hay un enorme público de votantes que se identifican con el centro, pero que por alguna extraña razón incomprensible, casi suicida, los políticos han decidido no llevar las banderas del centro, porque son cobardes, y por lo tanto, cualquier candidato que lleve el rótulo de centro debería tener un éxito descomunal en la próxima elección".
De alguna manera también eso se traduce en algunos que han sostenido que si a la ex Concertación le fue mal en algunas elecciones, sobre todo a partir del 2009, eso sería resultado de una especie de pulsión autodestructiva. Y yo no creo en la tesis del harakiri.
Los políticos se pueden equivocar en muchas cosas y pueden cometer muchos errores, pero ganar elecciones, eso es algo para lo que en general tienen bastante talento y, si es que no las ganan, no es porque no quieran ganarlas. Más bien me parece que lo que ha ocurrido es que ha habido un vaciamiento del centro, o de la identidad de centro.
Uno puede verlo en las encuestas muy nítidamente. Si bien es cierto que para la ciudadanía son importantes cosas como la capacidad de diálogo, nadie quiere que haya apuestas alocadas desde el gobierno, pero la idea de que la gente asocie eso al centro es más bien un relato muy persistente en la élite, pero que ha tenido malos resultados electorales sistemáticamente y no solo ahora último. Uno puede verlo en la lista del proceso constituyente anterior. Se replicó exactamente la misma situación.
- Me gustaría cerrar preguntándote por un concepto que aparece recurrentemente en tu libro, que es la desesperanza. ¿Cómo se entronca ese concepto con el actual escenario y tras la derrota electoral?
Leí una columna donde el autor habla que, más que una crisis de la democracia, lo que tenemos es una especie de estancamiento mediocre en el que, más que votar a favor de una opción, terminamos votando por descarte. Lo interesante es que no está hablando de Chile, está hablando de España. Sin embargo, pareciera que hay algo global que está pasando parecido.
Efectivamente la desesperanza tiene que ver con la caída de los metarrelatos. Yo creo que desde la izquierda fueron particularmente notorios los proyectos de largo plazo, los horizontes de construcción que le dieron sentido a una construcción que vaya más allá de la última elección. Y cuando se desploma eso, ¿Qué es lo que queda?
Lo que creo que es relevante de apuntar, al menos desde la izquierda, es que hay que reconocer ese vacío. Que la manera de abordarlo no es el autoengaño, no es desconocer esa ausencia de horizonte, sino que es enfrentar ese vacío y aceptarlo. Aceptar que hoy día, en la izquierda, tenemos más preguntas que respuestas.
Y ante eso, ir construyendo con bastante humildad.