Minería e industria bélica: Metales chilenos en el negocio de la guerra

Minería e industria bélica: Metales chilenos en el negocio de la guerra

Por: Luciano Badal | 26.01.2021
En colaboración con El Desconcierto, Juan Pablo Orrego S., ecólogo y presidente de la ONG Ecosistemas, analiza la relación que existe entre la industria minera y el negocio global de la guerra, y muestra que parte de los minerales extraídos en Chile con un alto costo socioambiental por compañías mineras europeas como Anglo American, Glencore y Rio Tinto estarían destinados a abastecer la industria bélica del viejo continente.

Cualesquiera que sean las iniciativas y medidas de mitigación que emprendan e implementen las empresas mineras respecto del masivo impacto socioambiental negativo de sus operaciones, estas nunca serán suficientes, y la minería seguirá siendo un callejón sin salida para las comunidades y el medio ambiente. Esto a nivel local, nacional y global.

Lo notable es que el sector que más consume metales en todo el orbe es por lejos la industria bélica. Basta pensar en el acero incorporado en las ciudades flotantes que son hoy los portaaviones (70.600 ton; 280 mt de largo; 6.000 tripulantes; 20 misiles intercontinentales), y todo lo metálico que contiene el monstruo bélico acuático en su interior -maquinaria, cazabombarderos, tanques, camiones-. Los diversos misiles -MICA IR, Aster 30, Exocet, Scalp- pesan entre 112 y 1.300 k. De hecho, E.E. U.U. anunció recientemente el lanzamiento de dos mega portaaviones de 100.000 ton cada uno, que transportarán 75 cazabombarderos a través de los océanos.

Portaaviones HMS Queen Elizabeth. Foto: Wikipedia.

Visualizar los metales incorporados en todos los barcos de guerra de todas las naciones; en los aviones militares gigantes; en los miles de cazabombarderos; en los innumerables tanques (60 ton promedio) u otros vehículos blindados activos o varados oxidándose en los desiertos en el medio oriente; en los incontables camiones militares y otros vehículos, todos de metal, así como las infinitas cantidades de balas perdidas en el entorno, dan una idea del monstruoso consumo de materias primas asociado a la industria bélica.

Un letal submarino nuclear actual puede pesar 50.000 toneladas de aceros compuestos. Los cascos de algunos submarinos nucleares rápidos, de ataque, están hechos de titanio, y pueden pesar 7.900 toneladas, un misil nuclear 100 ton; un torpedo 2 ton. Visualizar esas cantidades de titanio, y la huella ecológica de todo el ciclo de explotación y producción del ‘precioso’ metal, que termina, más encima, transformado en un submarino bélico, un artefacto subrepticio destructivo. Muchos reactores nucleares de los antiguos engendros yacen en los fondos marinos. Cuesta imaginarse la cantidad asombrosa de buques de todo tipo hundidos, desintegrándose lentamente en el fondo de los océanos. Incontables toneladas de metales perdidos.

¡La minería nos está matando!

Y, mientras tanto, las comunidades en muchos lugares del mundo claman: "la minería nos está matando". Lo hemos escuchado muchas veces últimamente de boca de habitantes de diversas naciones latinoamericanas. A pesar de este sufrimiento, la gran mayoría de los metales están destinados fundamentalmente a abastecer la industria bélica y la guerra, así como ‘raros’ elementos no-metálicos que explota la humanidad en los territorios de estas comunidades.

Es una locura tan paradójica como autodestructiva. Minería que, además de los túneles, forados, rajos abiertos y tortas de “estériles”, consume una gran parte de la electricidad generada en nuestros países, o sea, crea la necesidad de termoeléctricas -en Chile todavía muchas de ellas a carbón- y de otras fuentes de generación que también provocan y suman impactos socio-ecológicos negativos.

El sector minero es uno de los principales responsables del consumo energético del país. Las últimas cifras disponibles (2019) indican que el sector consume el 14% de la energía producida. En el caso de la electricidad, la minería lidera la demanda con un 34%. Fuente: Comisión Nacional de Energía.

Minería que consume una gran parte del agua de nuestros territorios, secando ríos, valles, bofedales, humedales y pueblos. Minería, que más encima plaga el territorio de tranques de relaves tóxicos, contaminando napas freáticas, aire, y suelos de cultivo con metales pesados.

Los antiguos andinos la tenían clara: la minería es del diablo. Hasta hoy en modernas minas chilenas hay altares en los profundos piques para aplacar al “tío” vestido de granate, rodeado de ofrendas y del humo de velas e incienso. En las trágicas minas de carbón de Lota, al explosivo gas grisú se lo llamaba el “chiflón del diablo”.

Lo siguiente es duro e incómodo de decir.  Perdonando las numerosas excepciones, muchos hombres que participan en esta explotación de la madre tierra, curiosamente se tornan "mineros", o sea desarrollan actitudes predatorias y mercantiles hacia las mujeres. ¿Quién más que ellos comenzaron en Chile a decirles "minas" a las mujeres y a hablar de "minas ricas"? Prostíbulos y cabarés rodean y ofrecen sus servicios a estos sacrificados trabajadores cuando emergen desde la oscuridad más negra en las entrañas de la Tierra y las polvorientas faenas, necesitados de cariño (¿desahogo?) después de otra jornada más cerca de la muerte que el común de los mortales. ¿Eros hipertrofiado para compensar el Tánatos cotidiano?

En Chile, la minería e industrias relacionadas -generadoras eléctricas en primer lugar- es el sector industrial que más ha contribuido a la proliferación de zonas de sacrificio que hoy caracteriza a nuestro país, y que lo ha hecho tristemente célebre a nivel mundial. ¡Calama! Tocopilla, Mejillones, Huasco, Puchuncaví, Ventanas, Quintero, Coronel.

Tanto por el bien de nuestra aporreada Pachamama como por la calidad de vida de las comunidades, idealmente debiéramos producir con infinito cuidado los minerales estrictamente necesarios para satisfacer demandas esenciales. Necesitamos limitar severamente la escala de la minería en todo el mundo.

Lejos de esto, otro sector que consume metal en enormes cantidades es la construcción, tipo civilización occidental…  "rascacielos" de vidrio y acero, y sus ascensores, cables y poleas, y sus escaleras mecánicas en movimiento perpetuo, todo metálico, todo eléctrico... Otro sector ávido de metales es el automotor. Se puede venir el mundo abajo, pero el fetichismo con los petrolíferos y contaminantes automóviles con motores a explosión sigue campeando.

Y el infaltable concreto 'armado' con fierro que hizo posible este “nuevo” mundo que nos rodea en las distópicas megalópolis... Y los cementos metálicos que dieron origen, entre otros, a las monumentales presas de las megacentrales hidroeléctricas, asesinas de ríos y cuencas hidrográficas, de estuarios y ecosistemas marinos.

Con estas prácticas, y la actual forma de vida de gran parte de la humanidad ‘occidentalizada’, la generosa y resiliente biosfera actual se derrumba, y nosotros con ella, poniendo en jaque la supervivencia de la civilización, e incluso de la frágil humanidad. En todo caso, es innegable que la calidad de vida de muchos y muchas ya es más que precaria, es indigna y atroz. Mil millones viven en la miseria según la ONU. Ni hablar de la biodiversidad no humana.

¿Vamos a seguir escarbando y perforando y trastocando y penetrando nuestro planeta y biosfera como si nada estuviese ocurriendo, mientras se desploma todo en nuestro interior y alrededor?

Hay que cuestionar duramente a la minería con las siguientes preguntas: ¿cómo se hace?, ¿con qué medidas de resguardo con el ambiente y las comunidades?, ¿a qué costo socioambiental?, ¿para qué, para abastecer qué tipo de “desarrollos” y tecnologías?, ¿para beneficio de quiénes?

Es imperativo frenar a las corporaciones de la industria bélica con mil demandas y juicios por crímenes pasados y presentes perpetrados con sus armas, y empezar a trabajar para la desmilitarización de la humanidad.

Llevamos unos once mil años matándonos industriosamente, pero la industria bélica nunca había llegado al paroxismo de inversión, producción y tecnología como hoy en el siglo XXI. Sin duda, hoy son los barones de la industria bélica los que intentan manipular nuestro destino colectivo mientras promueven focos bélicos en diversos lugares del orbe.

Mucho antes de hacer nada, en todo caso, antes de instalar otra mina, lo primero que hay que hacer es preguntarle a la biosfera, a los ecosistemas locales, a las cuencas, cuál es su capacidad de carga, cuánta ya soporta, si hay pasivos ambientales o zonas que necesitan restauración, o ecosistemas extraordinarios en buen estado que necesitan protección. ¿Cómo está la calidad de vida y la salud de las comunidades en esas regiones y localidades?

Necesitamos vidas de calidad para todas y todos, incluyendo la comunidad biosférica. Es evidente que requerimos cambios radicales de prioridades y de estilos de vida. Lo que está en juego a estas alturas es la supervivencia… o no, del buen vivir biosférico, no se trata ya de gustos, opciones, estilos, modas o ideologías. ¿No les parece?

Huella de la industria bélica

En la Segunda Guerra mundial, solo EE. UU. consumió 875.300.070.000 kilos, o 875.300.070 toneladas, de metales. 94% hierro, 3% cobre, 1% entre plomo y manganeso y 1% entre antimonio y tungsteno, y cromita. Equivalente a un volumen de 7.645.548 m3, 10 canchas de fútbol contiguas cubiertas de metal hasta una altura de 1,6 km.

Consumo de metales EE.UU. en la Segunda Guerra mundial. Fuente: Nature at War: American Environments and WWII” – T. Robertson, R. P. Tucker, N. B. Breyfogler, P. Mansoor – 2020.

Entre 1939 y 1945, esta cantidad de metal se utilizó para fabricar 42 mil millones de municiones para armas pequeñas, 6.5 millones de rifles, 6 millones de carabinas, 2.7 millones de ametralladoras, 0.5 millones de bazucas (lanzacohetes), 1.5 millones de cohetes para las bazucas, 2.5 millones de camiones, 200.000 tanques, 500.000 aviones y 100.000 barcos.

Setenta y cinco años después, el apetito de la industria de la guerra no ha disminuido, sino que ha aumentado en forma exponencial, y con él la depredación de la biosfera y los impactos negativos en la calidad de vida de las comunidades humanas más directamente afectadas.

Hay que considerar que, debido a la velocidad e intensidad de la producción de la industria bélica, las empresas fabricantes no pueden depender solo de un abastecimiento directo de estas materias primas, dado que la extracción, producción y transporte de los metales en el mundo fluctúa por diversas causas. Así, la estrategia utilizada por las empresas que los utilizan es funcionar con amplios márgenes de reservas. Las empresas compran significativamente mayores cantidades de las necesarias en lo inmediato, y las acopian. Esto aumenta aún más las operaciones mineras y la enorme demanda.

Materias primas utilizadas por la industria de defensa europea. Fuente: Raw materials in the European defence industry.

La Unión Europea es 100% dependiente de las importaciones para la obtención de 19 de estas materias primas (berilio, boro, disprosio, germanio, oro, indio, magnesio, molibdeno, neomidio, niobio, praseodimio, y otras tierras raras, samario, tantalio, torio, titanio, vanadio, circonio e itrio), y 50% dependiente para más de ¾ partes de todos los metales que utiliza. China es el mayor productor; produce un tercio de las materias primas identificadas en aplicaciones de defensa en Europa.

La combinación de estos elementos permite la producción de 47 compuestos metálicos, o aleaciones, indispensables para las tecnologías bélicas modernas.

Componentes y materias primas utilizadas en diferentes partes del avión de combate Rafale producido por Dassault Aviation (Francia). Imagen extraída de Raw materials in the European defence industry.

Las Fuerzas Armadas Británicas tienen los siguientes artefactos bélicos metálicos: Marina Real, 2 portaaviones, 2 buques de asalto anfibios, 6 destructores, 13 fragatas, 10 submarinos, 7 patrulleras de alta mar, 18 patrulleras costeras, 13 dragaminas, 13 buques de apoyo; Ejército Británico: 386 tanques, 575 vehículos de combate; Fuerza Aérea Real: 1.074 aeronaves entre cazabombarderos, aviones y helicópteros de entrenamiento, aviones de transporte, helicópteros de transporte, búsqueda y rescate, aeronaves de reconocimiento.

A esto se suman los artefactos bélicos de las fuerzas armadas de las 54 naciones “aliadas”, muchas de ellas ex colonias, y ahora miembros del “Commonwealth” -¡Fortuna Común!-, hoy, Mancomunidad de Naciones, a secas; hasta 1950 era la Mancomunidad Británica de Naciones. Entre ellos: Australia, Canadá, India, Nueva Zelanda, Paquistán, Sudáfrica, Uganda, Singapur, Tanzania, Papua Nueva Guinea…etc. etc. La actual “Commonwealth” delata la vastedad del imperio global que tejió Gran Bretaña a sangre y fuego con el poder de las armas.

Las estadísticas norteamericanas son asombrosas. Literalmente increíbles. EE. UU. tiene hoy una flota de 430 navíos de guerra; 11 portaaviones; 54 submarinos de ataque. Han hundido o desguazado 50 portaaviones en las últimas décadas. Al 2009, la Fuerza Aérea de los EE. UU. tiene en servicio 5.573 aeronaves tripuladas (3.990 en las unidades de servicio activo de la USAF, 1.213 en la Guardia Aérea Nacional, y 370 en la Reserva de la Fuerza Aérea), aproximadamente 180 aviones de combate no tripulados, 2.130 misiles de crucero de lanzamiento aéreo y 450 misiles balísticos intercontinentales. El Ejército cuenta con 14.886 tanques, 32.066 vehículos tácticos blindados, 160.000 Humvees, 6.034 transportes blindados, 2.550 vehículos de combate de infantería, 49.099 vehículos utilitarios, y 164.158 camiones de diversos tipos.

Cabe preguntarse las cantidades de artefactos bélicos metálicos que tienen hoy las fuerzas armadas de la República Popular China, la Federación Rusa, la República de la India, Norcorea, Israel, Arabia Saudita, Libia, Siria, Irán, Irak, entre otros. Difícil saberlo dada la escasa transparencia respecto del tema de varias de estas naciones.

Emisiones

Toda esta flota de máquinas creadas para matar tiene un impacto significativo en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) causantes de la emergencia climática que enfrentamos hoy.

De acuerdo con datos del Dr. Stuart Parkinson; Scientists for Global Responsibility, un vehículo pesado Humvee rinde 10 km por cada 4 litros (2.5 km x lt); un cazabombardero F-35 rinde 1 km por 4 lt, o sea 250 mt por litro y emite 28 ton de dióxido de carbono equivalente (CO2e) por misión; un F18 cuesta entre 29 y 57 M de US$ y lleva 8.500 lts de combustible; mientras que un bombardero B-2 de largo alcance, “Stealth”, rinde 0.5 km por cada 4 lts, o sea 125 mts por lt y emite 251 ton CO2e por misión.

Entre 2016 y 2017, la industria militar asociada al United Kingdom Ministry of Defense emitió 3.2 M de ton de CO2e; 0.7% de las emisiones totales de UK.

Por su parte, según estimaciones de Prof. Neta Crawford de la Universidad de Boston, la industria militar de EE. UU. emitió, entre 2001 y 2017, 3.000 M de ton de CO2e, equivalentes a todas las emisiones de EE. UU. en 6 meses.

Mientras que solo en 2017 las emisiones generadas por la industria bélica de EE. UU. llegaron a 280 M de ton CO2e, equivalentes a 4.8% de las emisiones del país norteamericano.

A su vez, BAE Systems plc, compañía británica con base en Farnborough y segundo mayor contratista militar del mundo​ emitió 12 M de ton de CO2e entre 2017 y 2018.

Gasto militar estimado por país 2020. Fuente: SIPRI.
Gasto militar por país (2020), inversión militar vs inversión en revertir el cambio climático (2016). Fuente: Pentagon Fuel Use, Climate Change, and the Costs of War - Neta C. Crawford1 Boston University Updated and Revised, 13 November 20192.
Evolución de gasto militar por país entre 1914 y 2018. Fuente: SIPRI.

Minería nacional en el negocio de la guerra

En la actualidad Chile es el principal productor de cobre en el mundo, con un 28%, y el primer exportador, con un 32 % del mercado mundial. Sin embargo, este protagonismo no es proporcional a los aportes fiscales de la minería. Según cifras del Banco Central, a comienzos de los ‘90, el cobre representaba un 19,7% del PIB nacional. El año 2019 alcanzó apenas un 8,4%. Esta caída no está relacionada con el estallido social, sino es una tendencia de los últimos 26 años, salvo 2006 y 2007, en los que el aporte al PIB volvió al 19%.

A ello debemos agregar que el volumen de mineral extraído durante 2018 y 2019 corresponde a 5,8 M de ton, es decir, 3 veces más de lo extraído a comienzos de los ‘90. A pesar de este crecimiento en la extracción, el aporte en empleo del conjunto de la minería es solo el 2,7% del total del país, 67.375 contratados directos y 160.965 de contratistas, total 228.340 trabajadores.

En este contexto, descubrimos que, de acuerdo al informe del Joint Research Center de la Comisión Europea, Raw materials in the European defence industry, 2016, tres actores trasnacionales centrales de la industria minera en Chile son prominentes abastecedores de metales a la industria bélica europea: Anglo American Plc; Glencore Plc; y Rio Tinto Plc.

Cadena de suministro de materiales y principales proveedores de industria bélica Europa. Imagen extraída de Raw materials in the European defence industry.

Producción, utilidades y royalty pagado por Angloamerican, Glencore y Río Tinto en Chile año 2018. Fuente: Angloamerican, Consejo Minero, Cochilco, BHP, Minería Chilena, Data Sur, Latinoamerica.com
Principales países abastecedores de boro, cobre y litio de industria bélica europea año 2016. Fuente:  Raw materials in the European defence industry.

Moraleja

La moraleja que se desprende de esta alarmante información es contundente e innegable. Es que empresas como Anglo American, Glencore y Río Tinto irrumpen en nuestros territorios provocando numerosos y muy graves impactos socioambientales. Es necesario sumar los impactos de todas las intervenciones y obras que acompañan sus faenas mineras: exploraciones, prospecciones y explotaciones, tranques de relaves, efluentes y riles, desaladoras y su impacto en los ecosistemas litorales, construcción de caminos e intensa circulación de camiones de alto tonelaje, emisiones de termoeléctricas, líneas de transmisión eléctrica asociadas, emisiones de las faenas de fundición, mineroductos, consumo de agua, ‘tortas de estériles’ cargadas de metales pesados que los vientos diseminan a distancia en el aire, las aguas, y los suelos de cultivo.

Es escandaloso que gran parte de este sacrificio se haga, más encima, en el caso de estas tres empresas, para abastecer la industria bélica de Europa, la cuna moderna de la mentada civilización occidental. Empresas mineras como estas destripan nuestros territorios, y dañan profundamente, directa o indirectamente, a pueblos y comunidades, y a la población mundial en general, para provocar aún más muerte.

También es chocante descubrir las utilidades multimillonarias que obtienen versus los escuálidos impuestos y royalties que pagan en nuestros países: estamos hablando de cientos y miles de millones de dólares versus decenas. Y todo este gigantesco complejo industrial -innegablemente anti-vida, antiecológico- para abastecer la guerra y seguir asesinándonos unos a otros. ¡Cómo cambiaría el mundo, la humanidad, la biosfera, si nos liberáramos de la guerra! Imaginarse por un segundo el planeta, nuestra Tierra, libre de esta lacra primitiva, y de las enormes cantidades de actividades industriales dañinas y de contaminación que desaparecerían de su faz.

El problema es que la guerra ha sido naturalizada, internalizada, e invisibilizada, incluso idealizada, cuando, desde hace siglos, de sus mega desastres no se salva ningún continente ni región. Desde 500 a. C. hasta la fecha algunos historiadores contabilizan en varios cientos de millones los muertos en guerras, entre soldados y civiles.

Muchas de estas cifras son sorprendentemente imprecisas por el caos que generan las guerras, y el negacionismo que las sigue. Aunque parezca increíble, los impactos ecológicos de la industria bélica, sumados a los de las guerras mismas, simplemente no han sido evaluados ni reporteados en profundidad, y menos aún en su conjunto.

Sin lugar a duda, es una de las actividades humanas que más ha contribuido, tanto a la crisis ecológica y climática, como a la crisis humanitaria que sufren cantidades crecientes de personas en todo el mundo. Hoy, en un contexto de debate constituyente, con este reportaje esperamos contribuir a elevar la conciencia respecto de este tema acuciante, e invitar a promover leyes, normas y regulaciones socioambientales y económicas que limiten y condicionen drásticamente el accionar de empresas semejantes en nuestro territorio.

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