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El realismo necesario en el Salar de Atacama
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El realismo necesario en el Salar de Atacama

Por: Juan Pablo Cerda | 06.06.2025
El acuerdo con SQM, a través de Codelco, permitió garantizar producción, ingresos tempranos para el Estado y mayor control público en una operación ya madura. ¿Es un acuerdo ideal? Probablemente no. ¿Es perfectible? Sin duda. Pero fue la única vía que permitía actuar ahora, sin perderse en una carrera de obstáculos con baja probabilidad de éxito.

A veces, la única opción real es lo posible. Eso es lo que, a mi juicio, ocurrió en el Salar de Atacama. El aterrizaje de Codelco ha sido criticado por no haberse definido mediante una licitación, con el argumento de que una competencia abierta habría traído mayores beneficios que un acuerdo directo con SQM. Pero esa crítica, aunque legítima desde la teoría, desconoce la singularidad del territorio y sus restricciones reales.

Una licitación abierta puede ser, en condiciones normales, el mejor mecanismo: competitivo, transparente y orientado a maximizar el beneficio público. De hecho, en otros salares del país, donde hay espacio para nuevos desarrollos, esa lógica tiene todo el sentido (y ha atraído a grandes empresas). Pero no es el caso de Atacama.

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Aquí no hay un mercado abierto ni condiciones parejas para todos los actores. De hecho, según se ha sabido, no hubo interesados que estuvieran dispuestos a reemplazar a SQM en una operación tan compleja y cargada de historia. Las barreras de entrada parecen infranqueables en el largo plazo.

El Salar de Atacama no es solo un yacimiento mineral: es un ecosistema social, político y ambiental extremadamente denso. Allí conviven -y muchas veces chocan- múltiples formas de autoridad, desconfianza institucional, relaciones comunitarias fragmentadas y un sistema de gobernanza del agua donde operan decenas de actores. No basta con tener capital e ingeniería de punta. Ni siquiera con tener los permisos. Se requiere algo mucho más difícil de conseguir: saber moverse por el barrio.

Y ese es precisamente el principal activo que SQM ha construido a lo largo de décadas. Con conflictos, sí. Con errores, también. Pero con una curva de aprendizaje que ninguna otra empresa, nacional ni internacional, ha recorrido en este contexto. No se trata solo de relaciones con comunidades indígenas -que por cierto son centrales-, sino de una trama amplia de usuarios de agua, actores sociales y operadores públicos y privados con los que SQM ha aprendido, con tropiezos incluidos, a convivir.

Esa capacidad de operar en un entorno de alta densidad social y ambiental no se compra ni se improvisa. Requiere tiempo, presencia sostenida y muchas veces, cicatrices. Esa es la principal razón por la cual apostar por una licitación abierta, en este caso, habría sido más simbólico que efectivo. No estamos frente a un mercado nuevo ni a un terreno inexplorado. Aquí hay una operación de larga data, compleja, tensa, pero operativa. Y eso -en términos estratégicos- vale oro (o litio).

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Incluso Albemarle, que ha mostrado altos estándares de operación y seriedad, opera solo una pequeña fracción de lo que produce SQM. Entrar como nuevo actor, en este contexto, significaría comenzar de cero: levantar nuevas líneas base, tramitar permisos, construir relaciones, adaptar operaciones. Solo obtener una nueva RCA podría tomar una década. Y en ese plazo, el litio puede haber dejado de ser lo que hoy es para el mundo.

Entonces, ¿qué estaba realmente en juego? No una elección entre múltiples caminos viables, sino una decisión entre dos opciones muy distintas: apostar por una operación con continuidad inmediata o correr el riesgo de perder la ventana estratégica por años.

El acuerdo con SQM, a través de Codelco, permitió garantizar producción, ingresos tempranos para el Estado y mayor control público en una operación ya madura. ¿Es un acuerdo ideal? Probablemente no. ¿Es perfectible? Sin duda. Pero fue la única vía que permitía actuar ahora, sin perderse en una carrera de obstáculos con baja probabilidad de éxito.

Hay quienes ven en este acuerdo un retroceso, una renuncia a una aspiración más limpia o más justa. Yo lo veo como una decisión difícil, sí, pero necesaria. Aquí no había margen para fórmulas ideales. Había que actuar con lo que había, donde se podía, y cuando todavía tenía sentido.

A mi juicio, eso fue exactamente lo que se hizo. Se optó por lo posible, antes que dejar pasar -una vez más- la oportunidad. Porque el litio no va a esperar por Chile, y el Salar de Atacama no es un laboratorio para ensayar.

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