La joya perdida de Rubén Collío: Entrevista inédita a la pareja de Macarena Valdés
Miles de banderas se han levantado por Macarena Valdés y también por Rubén Collío, quien falleció esta semana en un trágico accidente de tránsito, según las primeras informaciones. Su historia, para muchos, era la de una batalla simbólica y política por probar el homicidio de su compañera, de conflictos medioambientales, discriminaciones raciales y conspiraciones a gran escala.
Y, sin embargo, para Rubén siempre fue una historia de un profundo amor, uno por el que valía la pena luchar hasta el final.
-Ah, mira qué bonitas artesanías haces- le dije a Rubén la primera vez que entramos a su taller para que me contara su historia, y la de la Negra, claro.
-No son artesanías, son joyas - me respondió tajante.
-¿Cuál es la diferencia?
-Que las artesanías son replicables, puedes hacer muchas para vender y como son materiales comunes, serán prácticamente iguales. Las joyas no. Cada joya que yo hago es única y tiene una piedra que también es singular.
-Es como las personas entonces.
-Collíos puedes encontrar en muchos otros lados, pero Rubén Collío sólo hay uno. Valdés también hay muchas, pero Macarena Valdés siempre habrá solo una para mí. Ya, siéntate ahí, ¿qué es lo que quieres saber?
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Rubén y Rocío
“Con Macarena nos conocimos en Santiago. Yo era un exitoso productor de televisión… jaja no, mentira. Yo era vendedor de AFP, vendía la poma’. Era vendedor de AFP y de Isapre. Tenía 23, había pasado por la universidad y había estudiado un poquito de cinematografía, pero en verdad aún no había entrado a estudiar ingeniería que es mi profesión.
La forma en que yo conquistaba a los clientes no era solamente por el ‘buen servicio’ de la AFP para la que trabajaba, que son una estafa hueón, son una mierda, sino que yo los invitaba a almorzar y ahí conversábamos. Y así, llegué al lugar donde ella trabajaba. En el Pub Licity. Ella tenía 18 años.
En general, soy bien pavo con las mujeres, no soy muy canchero ni nada. Le pregunté su nombre cuando me atendió y ella se enojó. ‘¿Para qué quieres saber mi nombre?’, me dijo. ‘Para llamarte cuando necesite algo’, le respondí. ‘No se preocupe, si usted necesita algo yo voy a estar allí’, me dijo finalmente y se fue.
Y así fueron pasando los días. Ella era la nueva y le habían asignado el grupo de mesas donde yo me sentaba, por lo que me atendía siempre. En un momento ella… le pregunté… le dije ‘oye, ¿sabes qué?, me carga decirte oye, o señorita… ¿me puedes decir tu nombre por favor?’. ‘Sí’, me dice, ‘me llamo Rocío’.
Pasaron varios días en que yo la llamaba diciéndole Rocío. Y de repente un día, escucho a sus amigas susurrarle ‘mira ahí viene’, y pensé que la había hecho. Y nada po’, nada que ver.
Una vez se me quedó una cadena encima de la mesa cuando me fui, y ella la guardó. Entonces, cuando volví a buscarla, pregunté por mi cadena y dije que me había atendido la Rocío. El tipo del mesón se cagó de la risa y gritó que estaban buscando a la Rocío. Entonces sale una de sus compañeras, me contó que estaba con licencia y me dio su número de teléfono, cagada de la risa también.
La llamo y ella muy simpática y cordial me dijo que nos podíamos juntar y que me entregaría la cadena. Nos juntamos en el centro y la invité a almorzar. Alcanzamos a salir un par de veces antes que me confesara que todos se cagaban de la risa de mí porque ella nunca se llamó Rocío. Se llamaba Macarena.
Después de dos semanas saliendo, pasamos una noche entera conversando sobre quiénes éramos y qué queríamos en una relación. Decidimos que íbamos a vivir juntos, y de ahí en adelante fuimos pareja”.
Una vida completa
“Mi hijo menor nació cuando ya llevábamos dos años en Tranguil, viviendo en el sur como mapuche, después de que redescubrimos nuestras raíces. En esa época fuimos muy felices. Nos echábamos de menos eso sí, porque yo pasaba todo el día haciendo instalaciones eléctricas, y cuando volvía nos quedábamos hasta las 3 de la mañana conversando, de lo difícil que había sido hacer el hoyo con unos palos durísimos, mientras ella me contaba qué había pasado en la teleserie y la pelea que habían tenido los niños.
En un minuto me acuerdo que hicimos un contrato de reglas familiares, onda por escrito. Las obligaciones y derechos que tenía cada miembro de la familia: mamá, papá e hijos. Estaba escrito por acuerdo familiar, por ejemplo, el no levantar la voz, y que se tiene derecho a estar enojado una hora. Luego de eso había que conversar de lo que pasó, sin levantar la voz. Ella tenía derecho a equivocarse, porque es un ser humano, y yo tenía la obligación de entender que ella es un ser humano y se equivoca, y viceversa.
Creo que habremos peleado dos veces, así como que estábamos en el punto en que nos enojábamos. Y ahí, bueno, se echaba a andar el cronómetro.
Tengo dos hijas aparte de mis cuatro hijos con la Negra, la mayor la tuve a los 16 años. No tuvimos muy buena relación con su madre, al punto que me tuve que autodemandar para que estableciéramos una pensión y se me permitiera verla, pero no tuvo resultado porque tanto mi hija como mi expareja desaparecieron. No supe más de ellas hasta que ya, cuando era grande, mi hija me buscó para pedir una explicación, que por qué no había estado en su vida.
Cuando ocurrió eso yo tenía todo guardado, los documentos de tribunales, las constancias que su madre no se presentaba a las visitas, y de que había hecho lo posible por verla. En mi casa con la Negra teníamos un closet lleno de los regalos de cumpleaños y navidades que le había comprado cada año. Yo miraba a las niñas en la calle y me imaginaba de qué porte tenía que estar ella, y qué cosas podrían gustarle. Cuando le di eso ella entendió que nunca había estado olvidada. Nos presentó a su primer pololo, luego a su pareja cuando ya era más grande, y después quedó embarazada. Me dio una nieta, la veo poco, pero mantenemos el contacto.
El 14 de febrero de 2016 mi hija murió de cáncer. Yo tenía una pena gigante para la que no estaba preparado. Nadie está preparado para enterrar a sus hijos. Estaba un día yo pegado mirando la ventana, y de repente la Negra me cachó y me abrazó por la espalda. Me dijo: ‘oye te acordai de la Ceci, cuando fue pa la casa, que más lo que leseaban y le echaron un hámster por la polera para adentro… oh, cómo gritaba y corría esa cabra’, y se reía, hasta que me hizo reír a mí.
‘Así tienes que recordar a tu hija po’’, me dijo de repente muy seria.
Teníamos una vida completa y nos complementábamos bien con la Negra. Entonces, después cuando ella no estaba… era todo tan díficil. Pa’ todo me faltaba. Pa’ tomar desayuno, yo ponía siempre el hervidor y las tasas, y ella ponía los cuchillos, el pan, la margarina, el azúcar. Yo sacaba el café y el té, hacía mi parte, y puta, cuando me sentaba en la mesa me faltaban la mitad de las cosas po’.
Nada po’, era la ausencia. La ausencia constante de ella”.
Ausencia
“El día 22 de agosto de 2016 me levanté y fui donde un vecino a arreglarle el computador. Vive como a cinco minutos de acá. Y en eso estuve hasta la 1, que me volví a la casa. La Negra iba a ir a retirar la leche y a buscar los anticonceptivos, entonces iba pa’ Liquiñe. Iba al consultorio de Liquiñe. Y bueno, ahora hay más buses, pero en 2016 había una sola línea, y por lo tanto te ibas en el bus de las 12.30 y podías volver a la 1. Alcanzaba demás a que le entregaran la leche y sus pastillas.
Y nada po’, yo me atrasé… Entonces la negra estaba enojada, me iba a retar, porque yo sabía que ella iba a salir y me había comprometido a estar con mi hijo de 5 años en ese momento, y ella iba a ir con el Antu, los otros dos estaban en el colegio.
Entonces, antes de que me retaran, yo arranqué rapidito. No tenía excusa, entonces agarré a mi hijo y le dije ‘vamos, vamos, apúrate’, y me fui a la casa de un vecino donde estaba haciendo arreglos eléctricos.
El día anterior, de hecho, esos mismos vecinos nos habían hecho un trafkin, un trueque, con un chanchito que la Negra quería que comiéramos para octubre, para mi cumpleaños. Y ella se comprometió a que yo le iba a hacer unos aros a la vecina. Siempre me cagaba con esas cosas.
Como a las 4.30, cuando ya ella tendría que haber llegado en el bus de vuelta, regresamos a la casa con mi hijo para almorzar. Veníamos a mitad de camino cuando se acerca la camioneta de un vecino, y otro vecino que venía con él asomó la cabeza, pasó por encima del volante, y me dijo: ‘vecino váyase pa’ su casa que su mujer se mató’.
‘Viejo curao’’, fue lo primero que pasó por mi cabeza. ‘Como dice esa estupidez’, pensé, pese a que nunca lo había visto borracho”.
-¿Cuál fue tu primera sensación cuando entraste a tu casa y viste lo que había pasado?
Desconcierto total. Mi primera reacción fue tratar de hacerle respiración artificial. Le soplé aire. Cuando lo botó fue como que hubiera suspirado. Nunca me había tocado hacer algo así. Yo sentí que ella todavía estaba viva. Le empecé a hacer masaje cardíaco. Me acordé que había que desabrocharle el sostén. Le metí la mano por la espalda y ahí sentí que su cuerpo estaba frío. Ahí recién vine a caer que ya no estaba con vida.
Me senté en el suelo, la tomé en brazos, y ahí me quedé, haciéndole cariño… porque también entendí que esa era la última vez que iba a poder hacerle cariño.
-Tú sostienes que fue un homicidio, ¿por qué la Fiscalía no considera esta tesis?
La Fiscalía sigue insistiendo en empujar la tesis de un suicidio por depresión. Siguen insistiendo en que la Negra tenía depresión. La Negra tuvo depresión. Eso lo dije yo cuando me tomaron la declaración el mismo día 22, llegó la PDI, me hicieron pasar a uno de sus vehículos y ahí yo di la declaración. Me preguntaron si ella tenía depresión, y yo dije que sí, que había tenido una depresión post parto hace cinco años, pero que había sido tratada. Y de esa declaración se siguen agarrando para decir que fue por depresión, cuando nosotros hemos presentado cientos de páginas de informes médicos y evidencia que apuntan a otra cosa.
La pena de las plantas
“Desde que murió la Negra, en el huerto de nuestra casa los árboles y arbustos ya no dan fruta. Se quedan en las ramas y se pudren antes de madurar.
Hay espíritus en la naturaleza, seres que habitan todos los lugares. Y esta mapu también tiene sus ngenes, y ellos también la echan de menos. Ella les hablaba todos los días, todos los días saludaba a sus plantitas y a su huerta. ‘¿Cómo están mis chiquititos?’, les decía, y ahora ya no hay nadie que los salude. Yo ya no voy a la huerta.
Eso les pasa a las plantas, también sienten pena y tristeza, y por eso van creciendo y brotando a destiempo, y se van echando a perder”.
- Si tuvieras la oportunidad de ver a Macarena una vez más, ¿qué le dirías?
La extraño demasiado para pensar en una sola cosa, pero le diría que estamos bien, que los hijos están bien, están sanos, y que seguimos tratando de crecer, que espero que ella siga su camino, que la voy a amar toda mi vida, y que ella tiene que seguir adelante, porque nosotros nos vamos a parar igual, y vamos a seguir adelante también. Le diría que fue una fortuna haberla conocido y haber compartido el tiempo que nos tocó. Pero así tiene que ser, es la ley, aunque uno se ponga medio egoísta y quiera retener a la gente al lado suyo, pero uno no debe ser así.
-¿Si te hubiera pasado a ti, crees que ella hubiera hecho lo mismo que tú?
La negra era más visceral, la negra se hubiese puesto cuática. A veces pienso… pienso que he tenido demasiada paciencia.