Chile: 416 concesiones para salmonicultura están en áreas protegidas

Chile: 416 concesiones para salmonicultura están en áreas protegidas

Por: Luciano Badal | 18.03.2021
Mongabay Latam superpuso, en un mapa, las coordenadas de las concesiones para salmonicultura y las áreas protegidas que se encuentran en la costa de las cuatro regiones más australes del país donde se desarrolla esta industria. Cinco son las áreas naturales protegidas que tienen en su interior concesiones para salmonicultura y solo una de ella alberga más de 300, poniendo en riesgo los ecosistemas únicos de la Patagonia.

En 2003, la bióloga Vreni Häussermann junto a un grupo de investigadores escogió un lugar bajo el agua en el fiordo Comau, en la Patagonia chilena, y comenzó a registrar las especies que ahí vivían. Encontró que pepinos de mar, poliquetos, anémonas, corales, gorgonias y crustáceos abundaban entre grandes bancos de mejillones. Todos los años, y durante una década, la científica germanochilena —que desde hace más de 20 años estudia los ecosistemas marinos de la Patagonia— fue anotando lo que observaba. Entre un año y otro los cambios eran muy graduales, pero cuando en 2013 la científica comparó las fotografías que había hecho con las del 2003, se dio cuenta de que ya no quedaba casi nada de lo que había visto, por primera vez, 10 años atrás.

La pared escarpada debajo de un banco de coral ya no tenía ninguna anémona Bolocera occidua. Sin embargo, en 2003, había decenas de ellas. La densidad de gorgonias de la especie Primnoella chilensis, que eran abundantes en las rocas empinadas bajo los 20 metros de profundidad, se habían reducido. Los crustáceos de roca “ya casi no los vimos”, recuerda la bióloga, docente de la universidad San Sebastián en la ciudad de Puerto Montt. En total, en solo 10 años, la densidad de especies disminuyó en un 75 %, asegura la publicación científica donde se dieron a conocer los hallazgos. “Era como un cuarto de la densidad comparado con antes”, dice la experta.

Corales de Patagonia, Chile. Foto: Vreni Häussermann.

Los investigadores concluyeron que todos esos cambios habían sido provocados por la industria salmonera que engorda en balsas jaulas miles de peces para ser exportados a Estados Unidos, Japón y Brasil, entre otros países.

A pesar de los impactos que la salmonicultura tiene sobre los ecosistemas, y que la ciencia ya ha documentado, cinco áreas marinas protegidas en Chile tienen en su interior concesiones para el desarrollo de esta industria.

Lo que muestran los datos

Chile es el país de América Latina que más superficie de mar tiene bajo alguna categoría de protección: 41,5 % de su territorio marítimo según datos de la División de Estadísticas de las Naciones Unidas. Sin embargo, aunque la ciencia ha dado a conocer los impactos que la industria salmonera tiene sobre los ecosistemas, los centros de cultivo de salmones abundan en las áreas naturales protegidas de la Patagonia. De las 1407 concesiones otorgadas para criar salmones, 416 (el 29.67 %) se encuentran al interior de espacios marinos que se encuentran bajo alguna categoría de protección.

Cabe precisar que los datos corresponden a concesiones otorgadas y no necesariamente todas están operando.

La Reserva Forestal las Guaitecas que protege, además de una serie de islas que conforman el archipiélago del mismo nombre, una superficie marina alrededor de ella, lidera el ranking de las áreas protegidas más intervenidas con 317 concesiones en su interior. Luego sigue la Reserva Nacional Kawésqar con 67 concesiones, el Parque Nacional Alberto De Agostini con 19, las áreas marina costeras protegidas Pitipalena – Añihue y Fiordo Comau- San Ignacio de Huinay con 8 y 5 respectivamente.

En total, esas 416 concesiones pertenecen a 32 empresas y Salmones Multiexport S.A lidera la lista de las compañías que tienen presencia en áreas protegidas.

Ranking de empresas con concesiones otorgadas dentro de áreas naturales protegidas. Datos: Subsecretaría de Pesca.

A esta lista de concesiones hay que sumar las 271 que se encuentran en trámite, es decir, que aún no han sido otorgadas, ya que están siendo evaluadas. Casi una tercera parte, 105 para ser precisos, están al interior de áreas protegidas.

La reserva marina Kawésqar tiene 80 concesiones en trámite, la reserva forestal Las Guaitecas tiene 21 y la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos tiene 4. Esta última categoría, sin embargo, es otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y no está incluida en la legislación chilena por lo que su protección no está asegurada por ley.

Ranking de empresas con concesiones en trámite dentro de áreas naturales protegidas. Datos: Subsecretaría de Pesca.

Patagonia: un lugar único en el mundo

La Patagonia “combina un ecosistema de fiordos muy poco común en el mundo, con grandes masas de hielo como el campo de hielo sur que influyen de manera determinante en el ecosistema”, explica Alex Muñoz, Director para América Latina del programa Pristine Seas de National Geographic. Esa combinación hace que este lugar tenga características únicas e irrepetibles, precisa el experto. Por lo mismo, en el mar de la Patagonia chilena existen numerosas especies que no habitan en ningún otro lugar del mundo, es sitio de reproducción y alimentación a especies que están en peligro, como las ballenas azules, y sus bosques de algas son uno de los mayores sumideros de gases de efecto invernadero ayudando a reducir los impactos del cambio climático en todo el planeta.

Katalalixar. Foto: Lucas Zañartu-Oceana Chile.

A pesar de la importancia que tiene la Patagonia, son pocas las áreas protegidas que están libres de la industria salmonera. La zona que está conformada por los parques Laguna San Rafael y Bernardo O’higgins y por la reserva Katalalixar “es la única libre de salmonicultura entre las XI y XII región de Chile” (las dos más australes), señala Liesbeth van der Meer, directora de Oceana. Es por eso que ahí es posible ver cómo eran los ecosistemas antes de que fueran intervenidos: “muy prístinos, muy prehistóricos”, describe van der Meer, donde “las anémonas son muy grandes”, cuenta, y donde hay corales látigo, caracoles, jaibas, estrellas y arañas de mar, delfines, lobos de mar que se alimentan de grandes colonias de langostinos que “en algunas ocasiones pudimos ver cómo se extendían como una gran alfombra por todo el fondo marino”, narra una publicación de Oceana que describe los hallazgos de una expedición a Katalalixar.

La fotografía submarina de esa reserva entrega una idea aproximada de cómo eran los fondos marinos de la Patagonia antes de la salmonicultura. La información precisa para cada área, sin embargo, no es posible saberla porque nunca se realizaron estudios y ese es “el mayor problema que tenemos”, asegura van der Meer, ya que no es posible hacer una comparación como la que hizo Vreni Häussermann en el fiordo Comau y saber exactamente cuáles han sido los impactos.

Los impactos de la salmonicultura

Investigaciones científicas han demostrado que uno de los mayores problemas de la salmonicultura es cuando se acaba el oxígeno en el agua y, como consecuencia, muere la vida bajo el mar.

Eso ocurre cuando bajo las balsas jaulas, donde se crían miles de salmones, se acumulan las heces de los peces y parte del alimento que se les entrega y que no alcanzan a devorar. Tanto las heces como el alimento son nutrientes y, por lo tanto, cuando se acumulan, se genera una floración de microalgas que, según explica Vreni Häussermann, crecen y “viven apenas una semana o tal vez un poco más”. Al morir, las algas caen al fondo y son consumidas por bacterias que gastan el oxígeno, un fenómeno que se conoce como hipoxia.

“El fondo se transforma en una especie de lodo”, describe Van Der Meer, “cubierto con bacterias blancas las que generalmente demuestran que ya no queda oxígeno”, agrega Häussermann, y “ahí no puede vivir una anémona, ahí no pueden vivir las estrellas canasta, todo lo que nosotros hemos documentado en Katalalixar no puede vivir ahí”, explica la directora de Oceana.

Salmoneras en fiordos patagónicos, Chile. Foto: Vreni Häussermann.

En octubre de 2007, investigadores registraron junto a un centro salmonero ubicado al norte de Punta Llonco, en el fiordo Comau, “gorgonias cubiertas por filamentos de bacterias blancas”, además de “acumulaciones de pellets (alimento para salmones), grandes cantidades de basura en general y estructuras y cables tirados”, señala la publicación científica. Además, durante una inmersión en el mismo lugar, en marzo de 2008, “Keith Hiscock observó gorgonias muertas cubiertas con sedimento orgánico fino”, agrega el estudio.

Esos son los efectos directos que ocurren bajo las jaulas o en los alrededores cercanos. Sin embargo, también existen impactos a mayores distancias y eso fue lo que Häussermann y los demás investigadores del equipo vieron en el fiordo de Comau cuando registraron a lo largo de 10 años los cambios en la biodiversidad contados al inicio de esta historia.

“Si tú tienes una gran oferta de nutrientes, hay algunas pocas especies que pueden aprovecharse muy bien de eso y así aumentan, pero hay muchas que se ven perjudicadas y desaparecen o disminuyen”, producto de la hipoxia que se genera luego de una floración de algas, explica la bióloga. En definitiva, cuando el ecosistema recibe más nutrientes, la diversidad baja causando cambios en la cadena trófica y también en el equilibrio entre las especies.

Cultivos de salmones. Foto: WWF Chile – Meridith Kohut.

Pero esos no han sido los únicos hallazgos de Häussermann respecto de los impactos de la salmonicultura. En 2012, la bióloga y otros investigadores registraron una masiva mortandad de corales en el fiordo Comau. El evento fue rápido. “Una semana estaban bien y a la siguiente estaba todo muerto”, recuerda la científica.

Ocurrió que ese año estuvo marcado por una elevada actividad volcánica lo que provocó que hubiera más metano y sulfuro en el agua. Para ese entonces, la ciencia ya había demostrado que algunos invertebrados sufren más de hipoxia si están bajo la influencia de estos dos compuestos, asegura Häussermann. Tras hacer experimentos, los científicos demostraron que eso fue lo que mató a los corales de Comau: un exceso de metano y sulfuro, producto de una actividad volcánica natural, combinada con una hipoxia la que muy probablemente provenga de la actividad salmonera, señala la experta, ya que oceanógrafos aseguran que no se trata de una zona donde se registren fenómenos naturales de hipoxia.

Sobre este problema, la asociación que agrupa a las principales empresas productoras y proveedoras de Salmón del país, SalmonChile, señaló a este medio que, “la industria está regulada y se somete a constantes procesos de fiscalizaciones externas como los Informes Ambientales (INFA) que evalúan una serie de parámetros —entre ellos la oxigenación del fondo marino— y que actúan como alertas ya que, cuando se detectan desviaciones recurrentes, se detiene la producción del centro para que los mecanismos naturales de depuración puedan actuar y el fondo regrese a una condición adecuada”.

Por otro lado, la industria salmonera también utiliza antiparasitarios, por ejemplo, contra el piojo, que es un tipo de crustáceo. El problema, es que según demostró una investigación científica publicada en 2018, el producto contra el piojo que reciben los salmones está inhibiendo el desarrollo de las larvas de otros crustáceos. “Es así como en el fiordo Comau había mucho camarón de roca (Rhynchocinetes typus) y cangrejo ermitaño (Paguristes weddelli) y ahora casi no se ve”, asegura  Häussermann.

Gorgonia con bacterias blancas. Foto: Vreni Haussermann.

Además de todos esos impactos, la industria salmonera ha sido altamente cuestionada por la cantidad de antibióticos que utiliza contribuyendo a lo que se conoce como resistencia bacteriana, un proceso que se produce cuando las bacterias mutan y se vuelven resistentes a los antibióticos utilizados para el tratamiento de las infecciones.

Por último, los frecuentes escapes de salmones desde los centros de cultivos también ponen en riesgo la biodiversidad ya que estos peces, al ser carnívoros devoran una gran cantidad de especies, en cambio ellos, al ser introducidos, no tienen depredador. De hecho, un estudio publicado en 2001 analizó los estómagos de algunos salmones escapados para saber de qué se habían alimentado una vez fuera de las jaulas. Lo que descubrieron, fue que el alimento había consistido en crustáceos y otros peces por lo que los salmones “podrían competir (por alimento) con la merluza y la caballa nativas del sur”, dice la investigación.

Para dar solución a todos estos efectos adversos, SalmonChile aseguró que “la industria está desarrollando una serie de investigaciones científicas y buscando nuevas tecnologías que permitan minimizar cualquier impacto”. El objetivo, sostuvo, es construir una actividad más sostenible y amigable con el ecosistema considerando que la acuicultura es la actividad que podría velar por la seguridad alimentaria de un mundo cada vez más superpoblado. 

¿Por qué existe salmonicultura en áreas protegidas?

La respuesta es más bien simple. En Chile, según la ley de pesca, las únicas categoría de protección que prohíben el desarrollo de esta actividad son los parques nacionales y monumentos naturales. En todas las demás áreas protegidas, ya sea reserva o áreas marinas costeras protegidas, la salmonicultura está permitida. En definitiva, “la definición de reserva no restringe casi nada”, dice Van Der Meer.

Ignacio Martínez, abogado de la Fundación Terram, explica que, sin embargo, la ley no es tan permisiva como se cree y que el problema es que se ha hecho una mala interpretación de ella.

En efecto, si bien la ley permite la salmonicultura al interior de las reservas, la Contraloría de la República ha precisado que esta debe hacerse siempre y cuando sea compatible con los objetos de conservación de cada área, es decir, que no afecte los ecosistemas y especies que la reserva busca proteger.

Reserva Nacional Kawésqar. Foto: patagoniaplanet.

Para ver cuáles son los objetos de conservación de cada área protegida, es necesario recurrir a su decreto de creación, explica Martínez, y si en él no quedan claros cuáles son, se debe revisar el plan de manejo. Dicho plan establece los objetos de conservación, pero también cómo se va a manejar el área, cuáles son los usos que va a tener y cuáles son las actividades que son o no compatibles con el área. “El problema es que muchas de las reservas no cuentan con plan de manejo y sobre todo las reservas que más cuentan con salmonicultura en su interior, como es el caso de la reserva forestal las Guaitecas y la reserva nacional Kawésqar, ninguna de las dos cuenta con un plan de manejo”, señala Martínez.

Eugenio Zamorano, Jefe de la División Acuicultura de la Subsecretaría de Pesca (Subpesca), señaló a este medio que si bien la Contraloría ha planteado, efectivamente, que las concesiones acuícolas en áreas protegidas deben ser compatibles con estas áreas, “en ningún caso ha supeditado el otorgamiento de concesiones a la existencia de los planes de manejo de las mismas. De hecho, el ente contralor ha tomado razón de las concesiones tramitadas por Subpesca, lo que da cuenta de la plena legalidad de los actos de esta Subsecretaría”, precisa.

Pero eso no es todo. Según la Convención de Washington —un tratado suscrito y ratificado por Chile— “las reservas se crean para la conservación y utilización de sus riquezas naturales”, explica Martínez. Una riqueza natural es algo que pertenece y es propio del lugar, continúa el abogado. Sin embargo, “en este caso, sabemos que los salmones son especies exóticas”, dice, es decir, no pertenecen a los ecosistemas donde se crían en Chile, sino que fueron introducidos. En ese sentido, “la definición de reserva nacional es incompatible con la salmonicultura porque no corresponde a la utilización de una riqueza natural”, explica Martínez.

De hecho, la Corporación Nacional Forestal, institución a cargo de la gestión de las áreas protegidas del Estado, afirmó en una carta enviada al abogado de la Contraloría, Luis Baeza, que “a la luz de la normativa aplicable resulta improcedente admitir la introducción y explotación de especies exóticas dentro o en las inmediaciones de una Reserva Nacional”. Además, se indica en la misma carta, que hacerlo va en contra de lo dispuesto en la Convención de Washington.

Canales de la Reserva Nacional Kawésqar. Foto: Terram

Los problemas no acaban allí. Según la ley de medioambientelos proyectos que se realicen dentro de un área protegida deben ser evaluados por el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) mediante un Estudio de Impacto Ambiental (EIA). Sin embargo, los proyectos salmoneros son evaluados sistemáticamente mediante Declaración de Impacto Ambiental (DIA). “La diferencia es que la declaración es una evaluación más laxa que el estudio y una de las consecuencias más importantes es que no tiene participación ciudadana obligatoria”, explica Martínez.

Consultado el SEA sobre este asunto, el organismo respondió que “no es correcto afirmar que la legislación chilena establece que los proyectos salmoneros o de acuicultura, a instalarse dentro de una reserva o de otra área protegida, deban ser presentados mediante un EIA y no una DIA”. Según el SEA, la evaluación mediante un Estudio de Impacto Ambiental, “solo será en caso que se determine que el proyecto sometido a evaluación sea susceptible de afectarla [al área protegida]”.

Sin embargo, Andrés Pirazzoli, abogado experto en medio ambiente, investigador de la organización Confluir y quien fue responsable de representar al Estado de Chile en la adopción del Acuerdo de París, dijo a este medio que “la ley es clara en decir que todos los proyectos que se emplazan al interior de áreas protegidas deben ser evaluados mediante un EIA” y que “la interpretación que hace el SEA de la ley es sesgada y arbitraria”.

Por último, aunque la ley prohíbe explícitamente la acuicultura en parques nacionales, cosa que también ha sido ratificado por la Contraloría, al interior del parque nacional Alberto de Agostini existen 19 concesiones para salmonicultura. Actualmente, esas 19 concesiones se encuentran en proceso de ser reubicadas para cumplir con la ley. Lo que temen los científicos es que se termine pasando el problema de un lugar a otro, pues la zona donde se ubicarían es la reserva Kawésqar.

“Tenemos que cambiar el paradigma para proteger ecosistemas que son necesarios para el planeta por las especies que contienen, pero también por los servicios que nos dan a la humanidad”, dice Alex Muñoz de Pristine Seas, National Geographic. Para hacerlo, dice, “primero hay que incrementar la superficie protegida a nivel costero y marino en los fiordos de la Patagonia (…) y esa protección debe excluir a actividades de alto impacto ambiental como las salmoneras”, señala.

Al respecto, Pirazzoli agrega que es necesario aumentar la rigurosidad de las evaluaciones ambientales de los proyectos. Según explica, “si bien el Sistema de Evaluación Ambiental se creó para generar una obligación estatal de cautela, su diseño da cuenta de una preferencia por la fluidez en la tramitación (de los permisos)”. Prueba de eso, precisa, “es que en la historia del Sistema de Evaluación no hay proyecto (salmonero) rechazado”.

En 2019, un grupo de senadores y senadoras presentó un proyecto de ley para mejorar los estándares ambientales de la salmonicultura. Para hacerlo, propuso que en ninguna categoría de área protegida puedan establecerse concesiones salmoneras. Dicho proyecto sigue en trámite en la comisión de medio ambiente del senado.

La senadora Ximena Órdenes, una de las titulares del proyecto, señaló a Mongabay Latam que la acuicultura, además de ser una actividad importante para el país, ya que los salmones son el segundo producto de mayor exportación después del cobre, es “un gran instrumento para enfrentar los efectos adversos del cambio climático, como sustituto de la carne”. Sin embargo, precisó que “para que esta actividad cumpla esa función es necesario conservar y proteger nuestro patrimonio ambiental, y creo que el requisito mínimo para ello es que las áreas de protección funcionen como tales y no permitan instalar industria en áreas protegidas».


Este reportaje original del medio de noticias ambientales Mongabay Latam fue escrito por Michelle Carrere y Vanessa Romo y es parte de una alianza con Bienes Comunes de El Desconcierto.

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