Experto sobre cambio climático: "Chile tiene mucha menos ambición medioambiental que los otros anfitriones de la COP"
Chile hace meses que calienta motores para la COP25. Primero fue tema por la logística: había que gestionar los recursos y no estaba claro dónde desplegar el evento, que finalmente se celebrará en el Parque Bicentenario de Cerrillos, en diciembre. Luego empezaron a llegar los anuncios medioambientales. El último, y más importante, el cierre de ocho centrales a carbón en cinco años como parte del plan de descarbonización del Ejecutivo, que pretende acabar con este tipo de termoeléctricas para 2040.
Mientras Chile se prepara, los gobiernos de los 193 países participantes se volvieron a juntar, en esta ocasión en Bonn, Alemania, donde se emplazaron para continuar las negociaciones que quedaron pendientes en la última COP, celebrada en Polonia.
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La sociedad civil también se ha empezado a preparar para acoger la cumbre climática. Expertos, políticos, activistas y periodistas se capacitan para entender el objetivo de este acontecimiento y las consecuencias de las negociaciones que de él se deriven. Representantes de todos los países y 30.000 participantes estarán en Chile el próximo diciembre para hablar y buscar soluciones a la emergencia climática.
En este marco, esta semana ha visitado Chile el consultor internacional sobre cambio climático y medio ambiente, Tomas Hirsch. Geógrafo y científico social de profesión, fundó la consultora internacional Climate Development Advice, que proporciona servicios como asesoramiento sobre políticas, investigación y consulta de proyectos. Con más de 20 años a sus espaldas como asesor ambiental, ha sido invitado por la Fundación Friedrich Ebert (FES) como parte de las actividades que la institución lleva a cabo en materia de medio ambiente y cambio climático en el marco de la COP25.
Habló con El Desconcierto sobre el rol de Chile como anfitrión de la próxima COP25, los principales desafíos de los países para dar respuesta a la amenaza climática y el proceso de transición que tendrán que enfrentar.
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¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentamos en esta emergencia climática?
El desafío principal es reducir las emisiones a nivel global en 50% hasta el año 2030. Ahora tenemos un calentamiento global de 1ºC. Para quedarnos en 1,5º, tenemos que cortar todas las emisiones en 50% en los próximos diez años y empezar un proceso de decarbonización hasta 2050. Si no lo logramos, no tenemos opción de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, porque los impactos del calentamiento por encima de 1,5º no afecatarán sólo a la naturaleza, sino también a las economías.
¿Qué países tienen los retos más importantes en sus manos?
Los países que mejor aceptan la información científica son los más afectados y vulnerables: islas pequeñas, países pobres de Asia del Sur (Bangladesh, Nepal, Butan), países del Caribe y Centroamérica, y la mayoría de países africanos. Notan la relevancia de este tema y aceptan la urgencia. En el campo de los países más desarrollados, los países del norte de Europa ya han empezado a cambiar la matriz eléctrica y a descarbonizar. Los países menos favorables son los petroleros, que tienen una industria muy ineficaz en el uso de energía, como Arabia Saudí, Suráfrica, Rusia, y otros.
¿Y los que tienen mayor responsabilidad porque impulsan políticas que vulneran normas medioambientales?
Los 20 miembros del G20, que son más industrializados. Ellos solos son responsables de más del 75% de las emisiones. Al igual que los del G7 y los del club E7 (países emergentes) que son China, Indonesia, Brasil, Rusia. El primer gran responsable es China; el segundo, Estados Unidos y; en tercer lugar, Europa. Es una mapa que refleja el poder económico de hoy, pero también engloba países como India, con mucha inequidad interna, o China. El cambio climático sólo se podrá limitar si todos los países trabajan en conjunto. No está en las manos de un país, ni siquiera de Estados Unidos, manejarlo por sí solo. Somos todos, pero con responsabilidades distintas.
¿Cuál es la que tiene Chile?
Chile tiene 0.25% de contribución a las emisiones globales. Eso es muy bajo. Representan entre cuatro y cinco toneladas por habitante al año y eso es un nivel por persona similar al de Francia e Inglaterra. La huella de carbón por persona es relativamente buena. Catar, por ejemplo, tiene 27 toneladas por persona.
Chile y América Latina en la COP25
¿Cuál es el rol y la importancia de la región en una instancia como la COP25?
América Latina, con excepción de Brasil, Costa Rica y México, durante una COP no tiene un papel muy activo. Son países de otras parte del mundo los más fuertes en las negociaciones internacionales. Sin embargo, en la región, hay distintos grupos de países que forman bloques formales para las negociaciones. Chile pertenece a la Asociación Independiente de América Latina y el Caribe (AILAC), del que también forma parte Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú. Son siete países políticamente más conservadores y no muy ambiciosos en materia medioambiental. Este grupo también actúa de puente entre países del norte y del sur global. Otro grupo es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) –con Bolivia, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Haití, entre otros– que fue muy vocal y activo durante seis o siete años, pero ahora lo es menos porque Venezuela, que siempre había tenido el liderazgo, tiene otros problemas. En las negociaciones no han sido muy progresistas, sino que han intentado hacer de la lucha contra el cambio del clima, una lucha contra el capitalismo.
¿Qué papel tiene que desempeñar Chile como anfitrión de la próxima COP25?
Por una parte, como miembro del AILAC es bueno articulando puentes. Tiene buenos trabajos, como el Plan de Acción del Clima o el Plan de Adaptación Nacional, pero el nivel de ambición de sus contribuciones nacionales voluntarias (NDC) es altamente insuficiente porque abre camino hacia un calentamiento de la temperatura de casi 4ºC, y se aleja mucho del 1,5º que se plantea. En su NDC se habla de una reducción de la intensidad de emisiones por unidad de 30% hasta el año 2030. En términos absolutos, es un aumento entre el 96% y 150% de las emisiones, si se comparan con el año 1990. Eso es mucho. Como anfitrión de la COP25, todo el mundo espera de Chile un nivel de liderazgo, como pasó con Perú, o Marruecos. Si se compara el nivel de ambición de Chile con el de los últimos anfitriones de la COP, Chile es el peor; ha tenido mucha menos ambición medioambiental. Es un hecho científico.
¿Qué otras propuestas están encima de la mesa?
Hay que ver el plan de acción a largo plazo, hasta el 2050. La buena noticia es que el Presidente dijo la semana pasada que Chile va a decarbonizarse hasta el 2050, pero quizás es sólo un compromiso sobre el papel, que no tiene nada que ver con la realidad. Tiene que ser un plan claro, vinculante, elaborado bajo las leyes nacionales y que sea robusto. El tercer punto tiene que ver con la adaptación a los impactos negativos del cambio climático en un país altamente vulnerable como Chile. Se planifica cómo los sectores y grupos de poblaciones más vulnerables van a ganar en resiliencia contra los efectos del cambio climático. Para Chile, la primera pregunta tiene que ver con la seguridad del acceso al agua: menos lluvia, temperaturas más altas y pérdida de glaciares. Otra adaptación es la de las zonas urbanas. Según los estudios científicos, llegarán más olas de calor en el futuro y eso será un grave problema incluso para la salud, la productividad, el bienestar. Tendrá que ponerse atención a estas cosas.
En Chile hay conflictos ambientales muy concretos: zonas de sacrificio, impacto de la salmonicultura, la minería, etc. A veces, estas grandes cumbres quedan lejos de los problemas ambientales cotidianos de la gente (como la falta de agua), porque sus propuestas no son vinculantes o porque todo queda en grandes acuerdos políticos que no llegan a cambiar la realidad diaria de la gente. ¿Cómo acercarlo a los ciudadanos?
Esto es un problema muy común, pero la experiencia de cada uno de los países donde se celebró la COP en los años anteriores es que, después de la Cumbre, el escenario para ellos es más positivo que antes. Primero, porque es una gran oportunidad para el país con la participación de 30 mil expertos, periodistas y ONG, que se juntan para discutir los desafíos y las soluciones. Es una gran feria de buenos ejemplos para luchar contra el cambio climático, donde se intercambian ideas entre personas de todo el mundo. Hay una parte vinculante, la de las negociaciones, y la primera prioridad para la agenda de Santiago será trabajar acerca de las reglas de los mercados internacionales del carbono. El año pasado Brasil fue el único país en contra de reglas robustas para el mercado del carbono. Por lo tanto, esto habrá que fijarlo en Santiago y será una lucha con Brasil, en la que Chile tendrá un rol importante. El rol de la presidencia de la COP es facilitar las negociaciones de forma frutctífera. Otra prioridad será el tema de las pérdidas y daños debido al cambio climático. Hay una demanda de parte de los países más vulnerables de recibir una compensación por esos daños que generan las emisiones de otros países.
"Transición Justa"
¿Qué es la transición justa?
Los orígenes de esta idea surgieron en la lucha de los sindicatos de los Estados Unidos de los años 70 y 80, cuando empezaron a introducirse nuevas leyes de protección del medio ambiente. Los sindicatos preguntaron qué significarían esas nuevas medidas para los trabajadores de las minas y el resto de las industrias ‘sucias’ y reclamaron una compensación para aquellos que perdieron sus puestos de trabajo. Este discurso también tuvo importancia en las negociaciones del Acuerdo de París, pero en este caso fueron los países los que preguntaron por compensaciones económicas, sobre todo los países petroleros, como Arabia Saudí. En Europa, los sindicatos empezaron a discutir las implicaciones que tendría para los trabajadores la descarbonización. De hecho, en el preámbulo del Acuerdo de París había una mención a una 'transición justa' y en los últimos dos o tres años esta idea ha ganado importancia en todos los países que aplicaron nuevas leyes.
¿Y en qué consistirán las compensaciones?
Hay distintas respuestas políticas sobre cómo hacerlo. En el caso de Alemania, hay una propuesta de financiar las regiones y trabajadores de minas de carbono con una cantidad de 40 billones de euros durante las próximas dos o tres décadas. Esa es sólo una opción para un país rico, pero no sirve para China o Vietnam. Los sindicatos federados empezaron hace dos o tres años a discutir sobre una transición justa en Asia, Brasil y México, pero las respuestas de los sindicatos nacionales a este discurso son muy distintas. Por ejemplo, en China no es una opción pagar una compensación, porque los sindicatos del PC buscan es más y mejor empleo para el futuro, quieren mejorar sus condiciones de trabajo.
Sobre esta tensión entre la fuente laboral y la falta de sustentabilidad ambiental que determinadas industrias provocan, ¿cómo se gestiona este choque?
Si hablamos de justicia del clima, hay un choque entre los intereses existenciales de la gente que vive en pequeñas islas y es más ambiciosa en la lucha contra el cambio climático, y las que hablan de justicia en cuanto a sus puestos de trabajo en ‘industrias sucias’. Hay un conflicto también con los jóvenes, que quieren garantizar su futuro en este planeta. Sin embargo, la buena noticia para todos es que las energías renovables llegan y se instalan ofreciendo más puestos de trabajo que las energías fósiles porque es una industria más descentralizada.
¿Qué costo puede llegar a tener esa transición?
Si hablamos de la transición de una industria fósil a una industria descarbonizada, hablamos de una inversión de un trillón de dólares por año, en Asia. Es un costo inmenso. Por otro lado, hay un cambio fuerte en las inversiones del sector de la energía a nivel global. Desde hace cuatro años tenemos más inversión en energías renovables que en energías fósiles. La renovable rebaja los precios de producir energía fotovoltaica y es mucho más rentable que la fósil. China es el país con inversiones más altas en energías renovables, y hoy ya superan las cifras que destina a energía fósil. Lo mismo ocurre en Estados Unidos, a pesar del gobierno de Trump. Los grandes inversores privados no te dan dinero para invertir en energías fósiles, tampoco los bancos multilaterales, porque son inversiones a largo plazo y no hay posibilidades de rentabilizarla económicamente. Ese es el gran problema de las empresas de energía fósil en cualquier parte del mundo: no tienen dinero.