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Transición verde: La necesidad de redirigir el impulso hacia una transformación social y política
Agencia Uno

Transición verde: La necesidad de redirigir el impulso hacia una transformación social y política

Por: Martin Vallejo | 30.06.2025
La transición energética es pacífica e incremental, mientras que la transformación ecológica, social y política es conflictiva y no-lineal. La transición es tecnocrática y tecnoutópica, la transformación debe seguir el pulso social y unas hojas de ruta susceptibles de ser modificadas libremente por la ciudadanía. No nos engañemos: Después de 2050 y la neutralidad climática, llegará la mañana siguiente y no poco quedará por hacer.

En 2019, en un mundo distinto al actual, prepandémico, pareciera incluso que sin guerras ni genocidios, la Unión Europea tenía una gran prioridad: la transición verde. Al presentar el Pacto Verde Europeo, la presidenta de la Comisión von der Leyen no escatimó en hipérboles al declarar que este sería el “momento del hombre sobre la luna” para la Unión de los 27.

La lucha contra el cambio climático tenía en adelante una meta definida, la neutralidad climática hasta 2050. El primer Gobierno ecológico para Chile que echó a andar en marzo de 2022 iba en la misma línea, véase la adhesión al Acuerdo de Escazú, el simbólico cierre de Fundición Ventanas o piezas legislativas clave como la Ley Marco de Cambio Climático. Pero, ¿qué abarca exactamente el concepto de la transición verde? ¿Es el marco conceptual más adecuado para afrontar los desafíos a los que nos enfrentamos?

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Si nos situásemos directamente en el plano climático, la transición como “acción y efecto de pasar de un modo de ser a otro distinto” tiene sus raíces en la geopolítica. Espoleado por la crisis del petróleo, el Norte global ansiaba en los 70 reducir la dependencia de los países de la OPEP, potenciando la energía nuclear y explorando tímidamente las primeras alternativas renovables.

No fue hasta el ascenso del llamado desarrollo sostenible a finales de los 80 y el archiconocido informe Brundtland cuando la transición superó el ámbito de la energía para adquirir una dimensión ecológica más general. De paso, y con la promesa de un futuro mejor, la noción de “transición” liberaba al medioambientalismo de su habitual conjugación más conservadora, centrada en la protección de especies y espacios amenazados por el hombre.

No obstante, para comprender las declinaciones latentes de la transición ecológica, hay que retroceder y yuxtaponer al plano climático la transición en su expresión política y económica. La caída de las dictaduras militares en los 70 y 80, del sur de Europa hasta América Latina, se identificó con las transiciones democráticas de la misma forma que los estados de Europa del Este experimentaron su propia transición de economías planificadas a sus versiones de mercado.

Quizás exista un caso único que conjugó ambas dimensiones: la reunificación alemana. El proceso democratizador en la antigua Alemania del Este, la Wende o “giro”, vino de la mano de una dura integración económica que, lejos de los “paisajes florecientes” que prometió el canciller Kohl, sigue siendo fuente de resentimientos en gran parte de la población. No es casualidad entonces que el posterior fin de la energía nuclear diese paso a la Energiewende o transición energética.

A pesar de este rico estrato histórico, la transición verde se suele presentar como un producto blanco, limpio, de laboratorio. En oposición a una ruptura con el statu quo, la transición calza mejor con la idea de un proceso pacífico, un cambio gradual e incremental y circunscrito a la descarbonización de la matriz energética.

Es un proceso que puede ser cuantificado y monitoreado de manera continua, transferido como plantilla a otros lugares y, ante todo, con fecha de conclusión. Partimos de un estado en equilibrio, transicionamos, y alcanzamos un nuevo equilibrio, esta vez con los límites del planeta.

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Nada más lejos de la realidad. Las regresiones democráticas a ambos lados del Atlántico señalan que lejos de seguir un espíritu teleológico, siempre existirá el riesgo de deshacer derechos y libertades. En Europa del Este, el seguimiento del Consenso de Washington no trajo consigo una democratización de la economía sino el caldo de cultivo perfecto para oligarquías energéticas.

A esta primera problematización de la transición como proceso rectilíneo hay que sumar el marco planetario en el que se mueve el cambio climático, por naturaleza no-lineal y ajeno a las vicisitudes humanas. Los puntos de inflexión en el sistema climático o las pérdidas de biodiversidad demuestran que la actividad humana ya ha puesto en marcha procesos que seguirán una trayectoria difícil de prever más allá de la meta autoimpuesta de la neutralidad climática hasta 2050.

Y, lamentablemente, el factor humano seguirá produciendo sucesivas lesiones autoinfligidas: Desde la pandemia del coronavirus o la crisis energética derivada de la invasión rusa de Ucrania hasta disrupciones en el corazón de la Unión Europea como las protestas de los agricultores en 2024, esta vez en pie de guerra por la percibida competencia desleal de actores externos como el bloque Mercosur.

Es por lo tanto necesario redirigir el impulso de la transición energética hacia una transformación social y política que incluya pero desborde la mera descarbonización de nuestros procesos productivos. De poco sirve sustituir combustibles fósiles por fuentes renovables si solo se consigue a través de la deslocalización industrial hacia países en vías de desarollo.

Sirva también el ejemplo del reciente apagón en España y Portugal para demostrar que las energías verdes no nos hacen automáticamente más resistentes. Si el sistema sigue estando controlado por unos pocos jugadores, las caídas del suministro seguirán arrastrando en el futuro a todos en su conjunto. Una alternativa descentralizada y modular solo será posible poniendo en entredicho las estructuras de poder que, en caso contrario, cambiarán todo para que nada cambie.

La transición energética es pacífica e incremental, mientras que la transformación ecológica, social y política es conflictiva y no-lineal. La transición es tecnocrática y tecnoutópica, la transformación debe seguir el pulso social y unas hojas de ruta susceptibles de ser modificadas libremente por la ciudadanía. No nos engañemos: Después de 2050 y la neutralidad climática, llegará la mañana siguiente y no poco quedará por hacer.

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