Caos climático: ¿Usted tiene miedo?
Demasiados huracanes y borrascas, demasiadas sequías, demasiados aluviones, demasiada gente subida a los techos de sus casas, demasiados refugiados climáticos, demasiadas estaciones de Metro inundadas… La acumulación, en todo el mundo, de eventos catastróficos frustra cualquier intento de bitácora o registro actualizado. Lo insólito y la desmesura lo inunda todo, literal y figuradamente. Los acontecimientos nos desbordan y la mente se cansa. La razón humana está exhausta, debido a la presión informativa, dice Franco Berardi.
Pero, para evitar los negacionismos climáticos, ideológicos y psicológicos, debemos diferenciar entre, por una parte, la información científica disponible en relación a los desastres y, por otra, el espectáculo de los “mercaderes del miedo”, como los define Bernat Castany. Con la misma convicción, realismo y honestidad con el que hay que aceptar la información implacable que nos habla de alteraciones catastróficas de las condiciones medioambientales del planeta Tierra, hay que rechazar y defenderse del pánico inducido derivado de promover la visión más morbosa de los efectos de las perturbaciones atmosféricas, escondiendo o eludiendo causas y responsabilidades.
Mientras miles de científicos y docenas de instituciones de todo tipo, insisten en las causas económicas, políticas y culturales de la actual situación, las imágenes mediáticas se concentran en la parte final de la cadena causal, es decir, en el espectáculo de los desastres. Aquí se intensifican y manipulan emociones, se seleccionan y repiten hasta el hartazgo imágenes inquietantes, se crean héroes momentáneos que luego quedan en el anonimato desde el cual salieron etc. dejando a la ciudadanía desarmada, individual y colectivamente, para hacer frente a los factores que explican los desastres presentes y venideros.
Todo se banaliza y estos miedos, al no estar contextualizados, se transforman rápidamente en pánico, que es la antesala de la negación y esta de la parálisis o sideración. La sideración es un mecanismo de protección frente a un daño agudo e inminente, pero detiene las defensas activas y nos convierte en sujetos pasivos frente a las agresiones externas.
Porque, aunque estas escenas de la tragedia climática sean dolorosamente ciertas no es con ellas con las que debemos enfrentarnos sino con sus causas. Las inundaciones, los incendios devastadores, las olas de calor, las sequías, la subida del nivel de mar… son, por ahora, los fenómenos finales de largas cadenas cada vez más sistémicas, es decir, entretejidas y complejas, con puntos de inflexión y efectos desconocidos.
La “lucha” no es contra el “cambio climático” directamente, sino contra los factores sociales directamente relacionados con la producción de gases con efecto invernadero y de otros agravios a la naturaleza que culminan también, por ejemplo, en la contaminación generalizada o la extinción de especies. Y aquí hay individuos, organizaciones, legislaciones, sujetos políticos, etc., que con sus valores y comportamientos favorecen o se oponen a que estas condiciones se mantengan. Y hay que aprender a distinguirlos. Sabemos que los compromisos y tareas, ya sea de mitigación o adaptación frente a las nuevas condiciones de la biosfera, se reparten de manera asimétrica entre los actores sociales. Y si bien todos somos tenemos responsabilidad ética, no todos tenemos la misma incidencia práctica frente a lo que sucede.
El miedo es un necesario mecanismo de supervivencia que alimenta la precaución, el cuidado de los otros y el autocuidado, controlando nuestra temeridad animal. Pero más allá de cierto punto se convierte en un mecanismo desmovilizador que nos lleva a infravalorar nuestras capacidades de resiliencia y resistencia, debilita los vínculos sociales, reduce nuestra visión y comprensión del mundo y nos hace equivocar la atribución de responsabilidades, favoreciendo la creación de chivos expiatorios. También “multiplica las pasiones tristes, como la ira, erosiona el lazo político, volviéndonos desconfiados y solitarios, para arrojarnos, finalmente, a los brazos de los traficantes del miedo, que prometen protegernos de las amenazas que ellos mismos exageran o provocan, a cambio de que les entreguemos nuestra libertad”, afirma también Castany.
Hay que aceptar el miedo natural, necesario y movilizador y rechazar el pánico inducido, desmovilizador, derrotista e innecesario que convive con las pasiones tristes. El miedo es la reacción natural al acercarse a la verdad, dice la budista Pema Chödrón. Es conveniente aceptar la energía del miedo que estimula la sabiduría, el valor, el deseo y la voluntad de imaginar soluciones y desechar la energía parasitaria del miedo que nos lleva a la resignación y a la huida.
Si Ud. tiene miedo frente a lo que pasa con el clima del mundo sepa que está por buen camino siempre y cuando, abandonando la desconfianza y la soledad, junto a otros, desde la indignación por el enorme daño causado al único lugar con vida conocido en el Universo, lo convierta en fuerza creativa de transformación individual y colectiva.