Don Mario Cortés murió a metros de La Moneda
Y la prensa consigna el hecho en diez líneas: murió un cuidador de los jardines de Palacio. Su cadáver apareció frente a la Casa de Gobierno. Agrega la información que la de Cortés fue una muerte natural.
En esta cultura, hasta cuando la prensa dice la verdad, miente. Por omisión, por costumbre, porque no puede ser de otro modo.
Frente al símbolo del poder murió pobre como vivió don Mario Cortés. En silencio como sus pastos y jardines. Ajeno a lo que pasa más allá de los balcones de todo el poder, de todos los miedos y de todas las amenazas.
Pero no murió de muerte natural. A menos que entendamos por natural el que un hombre deba trabajar hasta los ochenta años, y que se muera sentado en un escaño por donde pasan miles de personas al día y no haya estado descansando en su casa, viviendo a expensas de su pensión.
La policía descarta la implicancia de terceros, pero ese aserto tampoco es del todo correcto. Un anciano que debe trabajar desde las cuatro de la mañana, y hasta muy tarde, y que muere en las barbas del poder, no puede sino ser considerado como asesinado por una trama oscura y profunda que se confabuló.
Lo mató la economía, las AFP, el sistema de salud, y los políticos de toda esta cultura corrupta, insensible y codiciosa.
Veamos su sueldo, sus colillas de pago, su cobertura médica, sus aportes previsionales. Busquemos explicarnos por qué un ex minero, ya afectado por la brutalidad de las minas, cae fulminado por la muerte a los ochenta años, ni más ni menos que frente a las oficinas presidenciales y ministeriales y la puta que los parió.
Veamos su vida, sus noches, sus vacaciones, su alimentación, sus sueños y su historia. En vida nadie lo vio. Los pobres abusan de esa extraña capacidad para pasar inadvertidos.
Y los que mandan y regatean un peso al pobrerío, ¿se preguntarán por qué don Mario debía trabajar en dos partes?, ¿Y para qué le alcanzaba su pensión? A ver si alguien en alguna parte siente algo de vergüenza en este país de ganadores, de emprendedores, de créditos, de ganancia demencial, de repugnantes poderosos.
Y esperemos si de paso su muerte sonroja a quienes negociaron la miseria del sueldo mezquino de don Mario, y con qué derecho y con qué ética lo hicieron. Y que alguien de la CUT les explique a sus familiares la mecánica celestial de las mesas de negociación y de la altisonante agenda laboral de los ganadietas y estipendios.
Don Mario vivió lejos del brillo que reluce en los ojos triunfadores de los zánganos, constructores, sostenedores y administradores de una mierda de país en que esta muerte es un dato mínimo en los diarios, una estadística de los vulnerables invisibles, una cifra más de las tantas que hay.
Pero Don Mario murió cerca de los que hicieron de su vida un continuo de sufrimientos y esfuerzos sin futuro: los poderosos por destino para ellos y por maldición para casi todo el resto.
Mientras en el diario se consigna que las entradas para el Lolapalooza se agotaron en veinte minutos.
Todo un record.