Súmate a nuestro canal en: WhatsApp
La muerte de Pablo Rodríguez y la muerte del derecho
Foto: ElPorteño.cl

La muerte de Pablo Rodríguez y la muerte del derecho

Por: Esteban Celis Vilchez | 16.12.2025
Escribo esto cuando la ultraderecha acaba de imponerse holgadamente en las elecciones presidenciales y, por ello, me alarman doblemente las declaraciones de admiración a partidarios de la violencia. La vida de Pablo Rodríguez más bien alentó la muerte del derecho, no su desarrollo; su muerte no es, pues, ni remotamente una pérdida para el derecho. No nos confundamos.

Hace unos días falleció Pablo Rodríguez Grez, profesor de derecho civil en la Universidad de Chile.

En un chat que compartimos exalumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, surgieron algunas voces lamentando la muerte de Rodríguez, destacando su preocupación por sus alumnos, su extraordinario nivel académico y su trayectoria profesional como un notable litigante.

[Te puede interesar] Australia endurecerá su Ley de Armas tras atentado terrorista del domingo: Vincula al Estado Islámico

Uno de mis compañeros manifestó su desacuerdo, recordando la organización golpista y terrorista llamada Patria y Libertad que Rodríguez fundó en 1971. Otro amigo sugirió que tal vez deberíamos separar al académico notable de la persona cuyas acciones más bien políticas pudieran ser cuestionables. Expliqué mi escepticismo con ese ejercicio.

Tras mi respuesta, ese compañero agradeció el análisis, porque le permitiría analizar mejor las cosas y resolver su “dilema”, referido a qué sentir frente al fallecimiento de Rodríguez. Mi amigo es notable. Si algún día recuperamos la capacidad de conversar entre todos para buscar las mejores soluciones a nuestros problemas como sociedad, deberíamos aprender de él, de su humildad, de su capacidad de leer, escuchar y pensar en lo que otros dicen y de estar dispuesto a abandonar los propios puntos de vista cuando otro tiene mejores evidencias y argumentos.

Pero volvamos a nuestro asunto. Ha muerto un gran jurista, un gran académico, un hombre que dedicó su vida al derecho, nos dirán muchos admiradores de Rodríguez. Pero, en verdad, ¿quién ha muerto? Alguien que fundó un grupo paramilitar de extrema derecha llamado Frente Nacionalista Patria y Libertad. Tras la elección de Allende, el 1 de abril de 1971, Rodríguez, en un discurso, dio a conocer el nacimiento de Patria y Libertad.

Después del llamado “Tanquetazo” de junio de 1973, Rodríguez, junto a otros integrantes de Patria y Libertad, se asiló en la embajada de Ecuador, bajo acusaciones de sedición y terrorismo a partir de su intervención en esos hechos. A Patria y Libertad le cupo, según los antecedentes que se reunieron en su momento, una oscura participación en el asesinato del edecán de Salvador Allende, el señor Arturo Araya Peeters, hecho ocurrido el 27 de julio de 1973.

La investigación no concluyó debido al golpe militar de 1973 y los responsables fueron indultados por la dictadura. Aunque era, en lo económico, un corporativista, Rodríguez terminó apoyando incondicionalmente a la dictadura de Pinochet, llegando a convertirse en su abogado defensor de confianza.

Estos son, pues, los antecedentes de Rodríguez: violencia, apoyo a una dictadura tenebrosa y defensor del asesino de masas y violador de derechos humanos que la dirigió. Frente a la idea de si podemos separar al gran académico de la persona, como habitualmente se pregunta, no tengo dudas. Mi respuesta es no. Y aquí reproduzco casi textualmente lo que escribí en el WhatsApp.

Para mí, en el juicio moral sobre alguien no es lícito separar dimensiones, porque se debe ser buen abogado, buen marido, buen papá, buen hijo, buen hermano, buen amigo… La suma y resta de estos comportamientos permitirá un balance general. Eso no quita que haya luces y sombras en todos nosotros, del mismo modo que muchos asesinos y seres despiadados han sido padres cariñosos con sus hijos. Si han visto el documental “La sombra del comandante”, que está en HBO, sobre Rudolf Höss, entenderán a lo que me refiero.

[Te puede interesar] Madre consiguió en juicio que colegio le pague $25 millones por daño moral tras acoso escolar a su hija

Pero si el juicio no es moral y es, por ejemplo, puramente “académico”, bueno, podríamos tal vez convenir en que Rodríguez era un gran profesor y un brillante académico. Pero yo diría, volviendo al juicio integral de la persona, que su excepcional inteligencia solo agravó su falta, pues podía tener comprensión cabal de lo que significó no solo su conducta violentista y golpista, sino su apoyo irrestricto a una dictadura abyecta que asesinó hasta niños.

De todos modos, para ser completamente claro, tampoco comparto que haya sido realmente un gran académico. Para mí el derecho es un instrumento civilizatorio, una herramienta de paz, una alternativa a la barbarie y, entonces, ¿qué tan buen profesor de derecho puede ser quien ha alentado la incivilidad y la barbarie, quien no cree en el derecho como mecanismo de paz y tolerancia, sino que lo emplea como herramienta de control y opresión?

¿Qué nos podría enseñar sobre el derecho un golpista que promovió un quiebre constitucional y después apoyó a una dictadura que torturaba personas, desaparecía ciudadanos y hacía explotar bombas en Washington y en Buenos Aires? Por todas estas razones, no admiro a Rodríguez ni podría lamentar con sinceridad su partida.

También se nos podría decir, por ejemplo, que Carl Schmitt fue un brillante jurista, pero a mí no me convencen sus teorías jurídicas en apoyo de Hitler ni mucho menos podría declarar admiración por un hombre que veía la política como un asunto de amigos y enemigos. Schmitt y Rodríguez habrían sido buenos amigos sin duda y yo, sin quererlo ni buscarlo, habría sido para ellos su enemigo.

No, la verdad es que mi admiración la tienen los hombres y las mujeres de paz, no los teóricos del derecho que, al final del día, como Hans Frank, Carl Schmitt o Roland Freisler en la década del 40, o Pablo Rodríguez o Jaime Guzmán en nuestra triste dictadura, abandonan el derecho y lo reemplazan por la brutalidad apenas del poder se trata.

¿Admiro teóricos del derecho? Claro. Raúl Eugenio Zaffaroni, Luigi Ferrajoli, Norberto Bobbio, Philip Sands o, en nuestro país, Raúl Rettig o José Zalaquett. Otro tipo de personas… Del tipo que entiende el derecho como un freno a la brutalidad, como una forma civilizada de convivir y resolver los conflictos. Sobre esta dimensión del derecho, que es la esencial, Rodríguez enseñó poco y muy mal.

Y escribo esto cuando la ultraderecha acaba de imponerse holgadamente en las elecciones presidenciales y, por ello, me alarman doblemente las declaraciones de admiración a partidarios de la violencia. La vida de Pablo Rodríguez más bien alentó la muerte del derecho, no su desarrollo; su muerte no es, pues, ni remotamente una pérdida para el derecho. No nos confundamos.

[Te puede interesar] Kast, el presidente de la emergencia: Cuando el relato mata al dato