
De bots y de trolls se vive: La ultraderecha chilena en escenarios electorales digitales
El jueves 4 de septiembre, la sección de reportajes a fondo del noticiario central “CHV Noticias” impactó a la opinión pública al dar a conocer la investigación titulada “Quiénes actúan en las sombras de las redes: Así operan los grupos detrás del hate político”. Las repercusiones no se hicieron esperar, ya que se vinculaba a uno de los miembros del directorio de Canal 13 con el hostigamiento digital en contra de las candidatas a la presidencia, Evelyn Matthei y Jeannette Jara.
El miembro del directorio de Canal 13 señalado por el reportaje no era otro que Patricio Góngora, periodista titulado en la Universidad Andrés Bello, cuya trayectoria incluye haber sido gerente de Comunicaciones de la Asociación de Administradoras de Fondos de Pensiones de Chile y encargado de comunicaciones del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (Minvu) durante el gobierno de Sebastián Piñera en 2011.
Las cuentas coordinadas por Patitoo_verde -perfil vinculado por el reportaje a Góngora- manejaban narrativas y lógicas de ataque político bien aceitadas, que oscilaban entre la misoginia, la salud mental y la incapacidad política de las contendoras del candidato republicano, José Antonio Kast. Sus dos principales frentes de ataque en el marco electoral eran, sin duda, la candidata de Chile Vamos Evelyn Matthei y la candidata de Unidad por Chile Jeannette Jara, a quienes fustigaba de manera unilateral.
Por un lado, Matthei afirmó en una conferencia de prensa, con seguridad y emoción, que los republicanos estaban realizando una “campaña asquerosa” en su contra, insinuando que el partido de Kast dejaba entrever que sufría alzheimer, lo que sugería su interdicción. Por su parte, Jeannette Jara fue tajante al sostener que no le sorprendía que esta táctica de guerra sucia proviniese de sectores de ultraderecha.
La molestia de ambas candidatas fue notoria y da cuenta de que la política ingresa formalmente en el campo de la difamación y la desinformación a través de redes sociales, de manera sistemática y concertada. Se trata de una especie de “propaganda negra” -como la denominan los expertos- que sustituye totalmente el proyecto y el discurso político por la frase fácil y la mentira como único recurso.
Esta novedad tiene como consecuencia más importante la pérdida del valor de la verdad -o de su búsqueda como imperativo ético- en la discusión pública. Así se instala lo que podríamos llamar un desorden informativo, cuya vocación es confundir a las opiniones públicas para promover reacciones viscerales en un electorado cada vez más desafectado de la democracia representativa.
El odio rendidor
Los hallazgos del reportaje de CHV no responden a una táctica nueva ni exclusivamente chilena. Por el contrario, es la política de manual de los llamados nuevos iliberalismos. Lo que el caso de Patitoo_verde -aunque suene cómico y sin importancia- revela es cómo esta táctica tecno-comunicacional se ejecuta desde el corazón mismo del establishment mediático. La utilización de bots y trolls para la difusión de desinformación y difamación se ha empleado en diversas campañas políticas desde el año 2016 en distintas partes del mundo.
Si bien se sabe bastante de lo ocurrido en el Brexit y en la elección Trump-Clinton, no se conoce tanto lo sucedido en el plebiscito por la paz colombiano de ese mismo año. En ese proceso, los sectores en contra de un acuerdo definitivo con las FARC-EP, aglutinados detrás de Álvaro Uribe, recurrieron sistemáticamente a la desinformación y la difamación para difundir sus posiciones en contra del acuerdo.
Luis Carlos Vélez, jefe de campaña del “No” en Colombia, declaró al periódico La República el 5 de octubre de 2016: “Unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación”. Así, el componente emocional de la retórica política subsumía completamente cualquier argumento. La novedad en estas tácticas comunicacionales no es la emoción, sino la activa búsqueda por el oscurecimiento de todo posible discurso que llegase a proponer un proyecto político diferente.
De manera similar, en el plebiscito de salida de la nueva constitución chilena del 4 de septiembre de 2022, se construyó por redes sociales la imagen de un enemigo múltiple e indeterminado, aunque claramente asociado a la izquierda.
Ese enemigo “implacable”, como señaló el presidente Piñera durante las revueltas sociales de octubre de 2019, urdiría un siniestro plan para -entre otras fechorías- destruir el emblema patrio, expropiar las casas de personas de clase media y darles derechos diferenciados a los pueblos indígenas, entre otras cosas. Como puede verse, son discursos que apelan fundamentalmente al miedo o a la indignación, sin entregar datos fehacientes ni evidencias extraídas del verdadero texto constitucional.
Los resultados en ambos procesos plebiscitarios (colombiano y chileno) fueron, como era de esperarse, el freno a las reformas sociales, convirtiendo en ambos países el “rechazar para reformar” en un engaño político de alcance nacional. Lo peor de todo es que esos discursos, asentados en contextos políticos degradados y desafectados, hicieron posible sustituir completamente las propuestas políticas por mentiras, a través de argumentos anclados en la bronca y en la noción de amenaza inminente.
El para qué de las campañas desinformativas
La desinformación masiva realizada en los plebiscitos mencionados captó la atención de medios de alcance global como la BBC y DW, que abordaron el fenómeno en sendos reportajes. En ese sentido, sabemos -y está bien documentado- qué serían y qué podrían significar esta clase de contenidos, que en nuestro continente también han sido utilizados por sectores de ultraderecha en países como Brasil y Argentina.
Sin embargo, lo que no se ha analizado con suficiente detención es por qué estos sectores rabiosamente conservadores requieren de esta estrategia en específico para sustentarse a nivel electoral. Esto nos conduce a dos posibles respuestas:
La primera es que sus políticas son tan contraproducentes para la ciudadanía y la población en general, que deben desviar la atención a toda costa de su contenido programático para imponerse mediante ciertos nodos argumentales reconocibles y capitalizables electoralmente, como es el caso de la seguridad. La idea, en este caso, es construir un enemigo indeterminado -sin mayores explicaciones ni identificaciones concretas- para desplegar las viejas recetas punitivas sobre la sociedad, en clave revanchista.
La segunda posible respuesta es que, al ser grupos de horizonte y perspectiva iliberal, buscan sistemáticamente destruir la estructura democrática -una suerte de desdemocratización por vías electorales, he ahí la paradoja- en un contexto favorable que les permita detentar el poder, o al menos una parte de él, a través de instituciones y estructuras del Estado.
En cualquier caso, en el corazón de los grupos que emplean el engaño, la desinformación y el odio como estrategia política, se esconde un aliento de indecibilidad que consiste en mantener sus objetivos más profundos ocultos frente a la ciudadanía. Objetivos que tienen relación con el despojo total de las grandes mayorías, independiente de si éstas votan o no por ellos.
Así, lo que va de este siglo XXI estaría siendo moldeado, a nivel político, por estas tácticas tecno-comunicacionales, las cuales se han esparcido hacia sectores más moderados de manera paulatina, pero sistemática. Esto se ha expresado de cara a la actual elección presidencial de noviembre en Chile. Un modus operandi, que prefiere decididamente la grieta a la deliberación y el odio al argumento, expresa una radicalidad y polarización que opera como tendencia global y de la que aún no sabemos hasta dónde puede llegar.