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Calles sin niños: Cuando el peligro está en el encierro
Foto: Agencia Uno

Calles sin niños: Cuando el peligro está en el encierro

Por: Bárbara Olivares Espinoza | 28.08.2025
Recuperemos la calle para que los niños y niñas puedan volver a habitarla y jugar en ella. Seamos capaces de superar el cortoplacismo de los tiempos electorales y valorar las experiencias colectivas como un motor para una mejor sociedad. Vivir más seguros no necesariamente implica vivir más encerrados. Los peligros del encierro pueden ser más perjudiciales para los niños y niñas que la calle misma.

Cuando era niña, la vida al aire libre era una experiencia frecuente entre mis pares. Pasábamos horas recorriendo un parque cercano. En verano, jugábamos a “la escondida” hasta avanzada la noche, sin que a nuestros padres y madres se les ocurriera pensar que estábamos expuestos a algún peligro.

En esas jornadas de juego se construían vínculos, se enfrentaban conflictos, se crecía junto a otros distintos y se recorría parte de la ciudad que resultaba conocida por todos. Eso nos permitía anticipar peligros y volvernos competentes para habitarla. Hoy en día, esa experiencia es escasa para los niños y niñas que juegan de modos más solitarios y encerrados, accediendo tuteladamente a una ciudad que se vuelve cada vez más amenazante y hostil.

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Las plazas se vacían en la medida que la percepción de inseguridad crece, y la ciudad se transforma para dar paso a pasajes y parques enrejados. ¿De qué modo construyen vínculos los niños y niñas en este contexto? ¿Cómo se apropian de una ciudad que no conocen? ¿Qué efectos produce este repliegue al espacio privado?

Lo cierto es que la crisis de seguridad que afecta al país ha impactado fuertemente la vida cotidiana de todos quienes habitamos las ciudades contemporáneas y nos ha obligado a cambiar nuestras prácticas progresiva y sistemáticamente.

Para quienes trabajamos en el ámbito de la infancia, preocupa revisar la evidencia que señala que la tendencia en las grandes ciudades es que niños y niñas usen los espacios públicos y al aire libre de manera minoritaria y controlados por personas adultas como respuesta ante entornos percibidos como peligrosos y amenazantes. Por esta razón, no pueden caminar ni estar solos en las calles, teniendo un escaso conocimiento sobre su entorno cotidiano, lo que debilita su dominio y el ejercicio de la autonomía, capacidades fundamentales para fortalecer su desarrollo como sujetos.

El tiempo que las niñas y niños urbanos pasan jugando al aire libre ha experimentado una marcada reducción. Anteriormente, como ocurría en mi propia infancia, los niños y niñas solían disfrutar de largas horas al aire libre y participaban frecuentemente en grandes grupos, no obstante, en la actualidad, el juego al aire libre está mucho más limitado en términos de tiempo, compañía y diversidad de actividades. Esto preocupa porque el juego es un modo de participar y de implicarse en la vida cívica. Según expertos, es una forma significativa de desarrollo, pues gracias a él se crean identidades y los niños y niñas construyen sus propios lugares como ciudadanos.

En la actualidad, muchos niños y niñas optan por los videojuegos, el uso del computador y la televisión como instancias lúdicas, lo que se agudizó luego de la pandemia. Esta crisis resulta particularmente interesante de analizar, pues muestra los efectos que produce en los niños y niñas el repliegue hacia el espacio privado, donde las rutinas, las interacciones sociales y el juego, abandonan el espacio público y se trasladan al interior de los hogares producto del cierre de las ciudades. 

Las cuarentenas, la falta de contacto con sus pares, la situación económica de las familias, la sobreexposición a las redes sociales, entre muchos otros asuntos, contribuyeron y aún lo hacen, a un marcado deterioro en el bienestar socioemocional de los menores, lo que ha sido estudiado por distintos expertos. Hoy, a pesar de haber superado la pandemia, aún existe una tendencia al repliegue privado que preocupa a especialistas y que recuerda lo relevante que resulta promover el uso del espacio público para el encuentro entre pares.

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No tener a los niños y niñas usando los espacios públicos fragiliza los lazos comunitarios, restringe los intercambios intergeneracionales y empobrece el proyecto colectivo de ciudad, ya que su presencia en el espacio público tiene un efecto revitalizador y promotor de cohesión social.

Los espacios públicos desempeñan un papel crucial como entornos donde los niños y niñas aprenden a interactuar con sus pares y a construir comunidad. Aquí, establecen relaciones con personas de diversas edades y condiciones sociales, étnicas y religiosas, lo que les permite aprender a relacionarse y participar en juegos y roles sociales que emergen en el entorno urbano y que constituyen experiencias fundamentales para su crecimiento y desarrollo como miembros de una sociedad que los reconoce y los cuida.

Acá recuerdo lo propuesto por Jane Jacobs, una urbanista estadounidense que acuñó el concepto de "los ojos de la calle" para dar cuenta de la vigilancia informal y constante que ejercen los propios habitantes de un barrio sobre el espacio público, especialmente sobre las calles y plazas. No se trata de vigilancia en un sentido policial, sino de una forma de cuidado comunitario, cotidiano y espontáneo, ejercido por quienes habitan, trabajan o transitan frecuentemente por un sector de la ciudad. Una calle transitada y viva, con ventanas hacia la calle y personas en circulación, genera una red natural de observación que tiende a disuadir la transgresión o el delito.

Es por lo anterior que ante una crisis como la que vivimos hoy, y de cara a las próximas elecciones, la agenda de seguridad no descuide la ciudad como un lugar de encuentro que haga posible que niños y niñas jueguen protegidos y no encerrados. Ello implica diseñar políticas públicas que junto con mejorar la dotación policial y perseguir el crimen organizado, puedan promover la recuperación y el uso de espacios públicos como una experiencia cotidiana que facilita el desarrollo y bienestar de todos y todas.

Recuperemos la calle para que los niños y niñas puedan volver a habitarla y jugar en ella. Seamos capaces de superar el cortoplacismo de los tiempos electorales y valorar las experiencias colectivas como un motor para una mejor sociedad. Vivir más seguros no necesariamente implica vivir más encerrados. Los peligros del encierro pueden ser más perjudiciales para los niños y niñas que la calle misma.

Fuentes:

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Karsten, L. (2005). It all used to be better? Different generations on continuity and change in urban children’s daily use of space. Children’s Geographies 3(3), 275-290. https://doi.org/10.1080/14733280500352912

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Izquierdo, S., Granese, M., & Maira, A. (2023). Efectos de la pandemia en el bienestar socioemocional de los niños y adolescentes en Chile y el mundo. Centro de Estudios Públicos. https://static.cepchile.cl/uploads/cepchile/2023/03/pder647_granese_etal.pdf

Jacobs, J. (2011). Muerte y vida en las grandes ciudades. Capitan Swing.

Larraguibel, M., Rojas-Andrade, R., Halpern, M., & Montt, M. E. (2021). Impacto de la pandemia por COVID-19 en la salud mental de preescolares y escolares en Chile. Revista Chilena de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia, 32(1), 12-22. https://relacionesinteligentes.com/wp-content/uploads/2021/04/salud-mental-en-pandemia-en-preescolares.pdf

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