Súmate a nuestro canal en: WhatsApp
Con el fascismo no se dialoga, se le destruye
World History Encyclopedia (Creative Commons)

Con el fascismo no se dialoga, se le destruye

Por: Ariadne Conte Chassin-Trubert | 21.08.2025
Hoy el fascismo no se viste de uniforme ni desfila con botas. Se infiltra en memes, en fake news, en titulares de prensa y en discursos simplistas que apelan al miedo. Destruir el fascismo en el siglo XXI no significa tomar las armas, sino disputar el sentido común: recuperar la memoria histórica, fortalecer el pensamiento crítico y volver a ocupar los espacios sociales con un proyecto educativo integral que no deje a nadie afuera.

“Con el fascismo no se dialoga, se le destruye”. La frase -firme, incómoda- nos remite a la historia del siglo XX, donde el fascismo fue enfrentado con resistencia y armas. Hoy, en el siglo XXI, la batalla ya no se libra con fusiles ni trincheras militares, sino en el terreno de las ideas, la cultura y, sobre todo, la educación. Y es ahí donde la izquierda ha fallado: ha descuidado la educación como la herramienta más poderosa contra el autoritarismo.

Cuando hablamos de educación, no nos referimos solo a la sala de clases ni a un currículum técnico. Educar significa, sobre todo, mejorar la capacidad de pensar de las personas: de cuestionar lo que escuchan, de no tragarse cada noticia de la televisión, de no creer ciegamente lo que circula en redes sociales. Educar es sembrar dudas, es formar ciudadanos capaces de interrogar la realidad en lugar de aceptarla pasivamente.

[Te puede interesar] Elecciones en clave crisis de seguridad: "Una presidencia no se sostiene exclusivamente en el control de la delincuencia"

Cuando Kast promete “eliminar el Ministerio de la Mujer”, Johannes Kaiser cuestiona el voto femenino diciendo “Te preguntas si el derecho a voto fue una buena idea”, y Evelyn Matthei, al justificar la violencia de la dictadura, sostuvo que “probablemente al principio, en 1973 y 1974, era bien inevitable que hubiese muertos”.

No estamos ante opiniones sueltas: son afirmaciones que revelan un proyecto de retroceso histórico, que legitima la violencia y busca naturalizar el autoritarismo. Frente a estas posturas explícitas, la única defensa es una ciudadanía crítica, informada y consciente de lo que está en juego.

La izquierda ha perdido parte de su fuerza porque se ha ido desconectando del trabajo territorial. Donde antes existían comités de base, sindicatos activos y espacios de educación popular, hoy muchas veces solo hay campañas electorales que aparecen cada cuatro años.

Esa ausencia ha permitido que la derecha instale su relato en la vida cotidiana, en las ferias, en las radios locales, en las conversaciones de barrio. Allí donde la izquierda retrocede, el fascismo encuentra terreno fértil.

Otra falla grave ha sido aceptar el marco impuesto por la derecha. Cada vez que un dirigente se atreve a hablar de socialismo, de justicia social o de lucha de clases, inmediatamente se activa la maquinaria mediática que presenta estas ideas como un peligro.

Y frente a ese chantaje, sectores de izquierda prefieren moderar el lenguaje, abandonar conceptos, maquillar sus propuestas para que no suenen “radicales”. El resultado es que el campo de lo posible se achica, y el fascismo se fortalece mientras la izquierda renuncia a su propia identidad.

Si la izquierda quiere volver a disputar el sentido común, necesita recuperar el coraje político: hablar sin miedo de socialismo, de justicia social, de igualdad real. No se trata de nostalgia, sino de entender que la derecha jamás dejará de acusarnos de “extremos” o “peligrosos”.

Por eso, la tarea no es suavizar el mensaje, sino hacerlo comprensible para el pueblo. Explicar que socialismo significa dignidad, derechos colectivos y vida en común. Solo con esa claridad podremos enfrentar el avance autoritario y construir una alternativa verdadera.

[Te puede interesar] Cuidar para educar: El desafío de una inclusión real

Pero la batalla educativa no se juega solo en aulas y universidades. También ocurre en las plazas, en las juntas de vecinos, en los sindicatos, en la feria, en los espacios comunes donde la gente conversa, se organiza y forma opinión.

En esos lugares que antes pertenecían a la izquierda y al movimiento popular, hoy la derecha ha sabido instalarse con fuerza. Llegan con mensajes simples, emocionales, fáciles de repetir, mientras la izquierda a menudo se queda encerrada en un lenguaje técnico o institucional, alejado de la experiencia cotidiana de la mayoría.

La consecuencia es clara: cuando la izquierda abandona la educación popular, el fascismo gana terreno. Porque allí donde hay frustración, miedo y desinformación, los discursos de odio encuentran tierra fértil.

Paulo Freire lo dijo con claridad: “La educación no cambia el mundo; cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Y sin embargo, en Chile, la educación ha sido tratada como mercancía durante décadas. Aunque hemos conquistado avances importantes, no hemos devuelto a la educación su dimensión liberadora, la de formar sujetos críticos, libres y solidarios.

Hoy el fascismo no se viste de uniforme ni desfila con botas. Se infiltra en memes, en fake news, en titulares de prensa y en discursos simplistas que apelan al miedo. Destruir el fascismo en el siglo XXI no significa tomar las armas, sino disputar el sentido común: recuperar la memoria histórica, fortalecer el pensamiento crítico y volver a ocupar los espacios sociales con un proyecto educativo integral que no deje a nadie afuera.

La izquierda debe asumir esta tarea con decisión. No basta con gobernar ni con administrar programas sociales; es imprescindible levantar un proyecto educativo que llegue a las aulas y también a la vida cotidiana, a los barrios y a los movimientos sociales. Una educación que enseñe a pensar, a cuestionar y a no dejarse engañar.

Porque la violencia más peligrosa no está en una frase dura, sino en la pasividad frente a un sistema que educa para obedecer. Y si no defendemos la educación como la herramienta más poderosa de nuestro tiempo, serán otros quienes ocupen ese lugar, al servicio de la ignorancia y la opresión.

[Te puede interesar] No es el viento: Patricia Politzer y Gabriel Zaliasnik siguen guardando silencio