
Pablo Stefanoni: "Un poco de populismo no hace mal cuando la política se institucionaliza en exceso"
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la extrema derecha. Javier Milei en Argentina, Viktor Orbán en Hungría, Donald Trump en Estados Unidos o Johannes Kaiser en Chile. Mucho se habla de una ola de ultraderecha que amenaza al mundo, algo que Pablo Stefanoni, doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires y autor del libro "¿La rebeldía se volvió de derechas?", se apresura en matizar. Lo ve más como un momento donde este tipo de liderazgos se ven favorecidos, con unas derechas radicales "envalentonadas y desacomplejadas", frente a un "progresismo que parece abatido". Pero también es rápido en señalar las deficiencias de las izquierdas frente a este avance, con una pérdida en la capacidad de conectar con sectores más amplios de la sociedad e imaginar futuros diferentes.
La famosa frase "es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo", acuñada originalmente por el filósofo de la posmodernidad Fredric Jameson en los años noventa, luego retomada por Slavoj Žižek y popularizada por Mark Fisher en su influyente "Realismo capitalista", parece describir perfectamente el momento político actual. Mientras estos populismos de derecha irrumpen en escena, con vetas locales particulares —algo que Stefanoni destaca en su análisis—, capitalizando los descontentos sociales, la izquierda parece haberse refugiado en la corrección política y perdido su capacidad de rebeldía.
Su análisis ha tenido una notable recepción en círculos políticos e intelectuales. Incluso ha sido leído y comentado por figuras como Michelle Bachelet en reuniones con los presidentes de los partidos del oficialismo para analizar el futuro de los progresismos.
El pasado martes 22 de julio, el historiador argentino participó en el seminario "Poder Reaccionario: Cuatro tesis sobre la ultraderecha", realizado en el marco del Festival Democracia 2025, organizado por Rumbo Colectivo, donde compartió panel junto al sociólogo Pablo Semán, la exsecretaria de Estado para la Agenda 2030 del Ministerio de Derechos Sociales de España, Lilith Verstrynge, y la periodista chilena María Olivia Monckeberg.
Una instancia, como él mismo bromeó, en la que existía la paradoja de que un encuentro dedicado a los progresismos tuviera como tema central precisamente a las ultraderechas, reflejando esa crisis de imaginación que destaca. Aunque al final de su alocución relativizó la ironía asegurando que en los grandes encuentros de la derecha reaccionaria también el tema central suele ser analizar a "los zurdos", casi como un mensaje para no caer en ese abatimiento que recorre la izquierda.
Después del seminario, Stefanoni conversó con El Desconcierto para profundizar en estas tensiones que atraviesan el momento político actual.
Crisis de imaginación de la izquierda
— Hablas de una crisis de la imaginación política de la izquierda, ligándolo con el realismo capitalista de Mark Fisher y la imposibilidad de pensar un futuro fuera del capitalismo. ¿De dónde viene esa crisis de imaginación de la izquierda?
La crisis tiene varios factores. Fisher habla del realismo capitalista como la dificultad actual para pensar en reemplazar el capitalismo por otra cosa. Por eso esa frase tan repetida: es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Los proyectos que se propusieron reemplazar el capitalismo de manera rápida y maximalista —las revoluciones socialistas del siglo XX— terminaron en regímenes represivos. La economía centralizada de comando que regía en la Unión Soviética, el bloque del Este y Cuba simplemente no funcionó. Hay un fracaso evidente, un agotamiento de ese tipo de socialismo de Estado.
Sin embargo, también se debilitaron los imaginarios reformistas. La socialdemocracia histórica, aunque rechazaba la revolución, proponía un horizonte transformador que buscaba debilitar gradualmente el capitalismo. Existía todo un ecosistema cultural y político alrededor de esos partidos: cooperativas, organizaciones civiles, espacios que operaban por fuera del lucro privado. Este entramado le daba sentido a un proyecto de transformación que no dependía solo del poder estatal.
—Ese mundo socialdemócrata igual parece haberse diluido...
Si, ese mundo también se ha diluido. Como dice Slavoj Žižek, criticamos la tesis del fin de la historia, pero finalmente todos somos un poco fukuyamistas en la izquierda; tampoco tenemos mucha imaginación política. Las utopías se construyen a partir de experiencias concretas —la Comuna de París, el movimiento cooperativista— pero cuando esas experiencias se debilitan y surge otro tipo de sociabilidad más individualista, se vuelve muy difícil imaginar alternativas. Las utopías no se construyen solo de manera libresca en un gabinete, sino que necesitan interacción entre lo intelectual y la dinámica social, y eso hoy parece muy debilitado.
El alejamiento de las clases populares
— Se habla mucho de una ola de ultraderecha, algo que te apuras en desdramatizar hablando más bien de un momento que tiende a ese tipo de liderazgos. Pero también eres crítico con esos progresismos que se han empaquetado en una suerte de enclave centrista, o que sus discursos parecen más conectados con las clases medias acomodadas o educadas. ¿Cuál es la responsabilidad de los progresismos en este avance?
Sí, la derecha le está ganando mucho terreno. Obviamente la izquierda siempre tuvo un sector de la élite dentro, pero había una conexión con lo popular, o se buscaba esa conexión, de manera más o menos exitosa, tanto en la izquierda revolucionaria como en la reformista.
Si hoy miramos, la socialdemocracia se volvió muy elitista. Las direcciones de los socialdemócratas están muy lejos de representar a los trabajadores como en el pasado. De hecho, muchos de sus líderes, como Tony Blair en Inglaterra, Felipe González en España o Gerhard Schröder en Alemania, terminaron siendo lobistas de grandes empresas después de abandonar el poder.
Por otro lado, la izquierda a veces se fue encerrando en ciertos temas que, si bien son muy importantes, la llevaron hacia los asuntos particulares como el género, minorías sexuales, etc.
—Lo que se ha llamado "woke"...
El wokismo a veces generó ciertas formas de superioridad moral, de encierro en ciertas temáticas.Además generó ciertas formas de superioridad moral, de encierro en temáticas específicas. No coincido con que la izquierda no deba ser "woke". El wokismo es un término muy gelatinoso. El punto es que muchas veces no son los temas los que alejaron, porque el género o la diversidad sexual no son temas de élite. Las mujeres trabajadoras están ahí, los gays de sectores populares también. Lo que generó elitización fue cierto lenguaje y formas de abordar esos temas de manera casi como capillas, donde para participar tenías que asumir una terminología muy difícil, casi para iniciados.
Pero también lo que alejó a la izquierda de los sectores populares es que no encontró soluciones para los problemas materiales. Últimamente no se mostró exitosa en términos económicos y muchas veces fue la socialdemocracia en Europa la que hizo los ajustes más fuertes de estos años.
— En esa interseccionalidad de raza, género y clase que tanto se menciona, la clase parece menos presente en estos nuevos movimientos, enfrentando la pérdida de centralidad del trabajo como horizonte de lucha. Entendiendo también estos nuevos trabajos precarizados que son la nueva norma, ¿cómo explicas este fenómeno?
América Latina ya tenía muchos trabajos precarizados siempre, pero es cierto que tenía un movimiento sindical más fuerte y el tema de clase estaba más presente. También las clases sociales se fueron transformando mucho. En el caso del norte global, la clase trabajadora está muy atravesada por la inmigración, por lo que no se logra una unidad de clase como quizás existió en otro momento.
Efectivamente hay también un cambio en las subjetividades. Casi ningún joven aspira a trabajar en una misma empresa toda su vida, como antes, entrar ahí y comprar una casa con un crédito. Tanto porque muchos no pueden acceder a los créditos por el valor de la vivienda, como porque hay una idea de la libertad que es distinta. La izquierda tiene que lidiar con todos esos cambios societales y tecnológicos, que todavía son difíciles de procesar.
Nuevas utopías tecnológicas
— En relación a esos cambios tecnológicos, en este mundo caótico quienes están dando horizonte de utopía son figuras como Elon Musk y otros que vienen de Silicon Valley, transformando el mundo desde la tecnología con el transhumanismo. Musk compra X y transforma la esfera pública digital. ¿Qué significa esta privatización de las utopías?
Exactamente. Como menciona el escritor Evgeny Morozov, hay un tipo de intelectual, legislador, oligarca, que son estos magnates asociados a la tecnología que tienen una aspiración a influir en el debate político e incluso tienen una visión filosófica de dónde debe ir el mundo. Esto es novedoso.
No es que antes no hubiera empresarios que financiaran partidos o ciertas fundaciones que también incidían, pero ellos ocupan también el lugar intelectual. Como señala Morozov, usan sus carteras de inversión como argumentos filosóficos y ya no están asociados a la imagen de un yate en el Caribe, sino de bibliotecas y debates de ideas.
Cuando Elon Musk compra Twitter, tiene una voluntad de incidir en la conversación pública en esa esfera pública global y lo logra en gran medida. Ahí se plantea un desafío porque hay una especie de privatización de la utopía: el transhumanismo, la carrera espacial. En el pasado era más bien de Estados y ahora es una empresa que dice "vamos a otro planeta", incluso lo plantea como una utopía frente a la crisis climática.
Después de la caída del Muro de Berlín la izquierda tuvo miedo a imaginar otro futuro, y por justas razones, porque las utopías habían llevado a regímenes más opresivos que los que se buscaban reemplazar. No obstante, incluso el reformismo social puede incluir utopías en el sentido de pensar cómo generar otro tipo de sociedades, no de manera inmediata, sino más como prueba y error.
Entonces, no hay que regalar esa capacidad. Hay un libro de Alejandro Galliano que se publicó en Argentina que se llama "¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?" referido exactamente a esa pregunta. Y "nosotros" sería la izquierda. Parece que esos sueños terminaron confinados a Silicon Valley y otros espacios de las empresas tecnológicas.
El "baiteo" en redes sociales
— En esta nueva esfera pública digital, la derecha y las extremas derechas están instalando discursos que obligan a la izquierda a ir siempre detrás desmintiendo. Un ejemplo es lo que pasó con Axel Kaiser que se viralizó diciendo que el nacionalsocialismo era de izquierda, generando largos debates historiográficos en redes para desmentirlo. ¿Cómo debe lidiar la izquierda con estas nuevas personas que ya no tienen miedo de decir "soy de derecha", instalan su discurso y corren el cerco incluso para decir que todo el estatismo es de izquierda?
Ahí está esto que ahora viene del juego de las redes, el "baiteo", "baitear" a los progresistas, como poner trampas y el progresismo pica. Entonces "el nazismo es de izquierda", claro, se toman cosas reales, siempre algún aspecto de que el nazismo tiene una faceta incluso anticapitalista en un sector que finalmente perdió, o que se llama nacionalsocialista, entonces "socialista", "es de izquierda".
Todo eso carece de sentido porque además cualquier historiador lo puede desmontar rápidamente: cómo Hitler subió al poder y qué tipo de alianza generó. Sin embargo, eso no tiene mucha importancia, que salgan muchos historiadores a desmentir, porque la idea ya se instaló.
La dinámica virtual ayuda mucho a eso y juega constantemente con el "baiteo". Los movimientos progresistas parecen siempre estar enfrentando las provocaciones y la derecha, como puede jugar más con el racismo y la misoginia, se vuelve quizás más, entre comillas, "divertida" en las redes.
Es cierto que la corrección política tuvo efectos sobre estos movimientos y a veces se vuelven un poco previsibles, aburridos, y es por el lado de los sectores reaccionarios que parece surgir más transgresión, lo que capta muchas veces a los jóvenes. Siempre están corriendo para responder y en general no funciona mucho porque no es un tema de argumentos académicos sino de cuántos retuits o likes tuvo la frase. La derecha parece divertirse en trolear a los "progres", encontrar ahí cierto regocijo y ver la indignación.
Javier Milei es uno de los principales representantes. Encarna mucho, casi es la expresión quizás más radical de esta rebeldía transgresora de derecha. Todo su estilo es de rockstar. Ganó las elecciones recuperando el eslogan del 2001 argentino, de la gran crisis, "que se vayan todos".
— Y efectivamente Milei construyó todo un personaje basado en esa transgresión permanente...
Exactamente. Jugó todo el tiempo una lógica de transgresión de manera muy explícita, también en su lenguaje. Es un presidente que insulta constantemente a cualquiera que se le ponga enfrente: periodistas, historiadores, economistas, diciéndoles ratas, cucarachas, "mierdas humanas", y eso también es una forma de transgresión.
Ahí hay dos elementos. Efectivamente, los progresismos cayeron muchas veces en un tipo de corrección moralizante. Otras cosas quizás estaba bien que no se pudieran decir. Entonces ahí hay un equilibrio complejo.
Pero Milei juega a la transgresión y a la libertad de expresión, defendiendo cualquier exceso como libertad de expresión. Sin embargo, cuando algunos periodistas insinuaron que él era nazi, los llevó a la justicia. Hay una doble vara constante en la derecha sobre la provocación y la libertad de expresión.
La izquierda tenía formas de cancelación, pero la derecha también las tiene y se discute menos. En Estados Unidos quieren intervenir en cómo se enseña en los colegios, censurar contenidos. La libertad de expresión que proponen también es de geometría variable.
El populismo como respuesta
— Chile está pasando por un momento populista que nos resulta ajeno. Éramos siempre ese vecino de Latinoamérica más ordenado, que tenía una izquierda socialdemócrata, y ahora tenemos a Kaiser por un lado como populista de derecha, Franco Parisi que se dice populista de centro, y Jeannette Jara con un populismo de izquierda. Frente a esta extrema derecha, este populismo de derecha, ¿la respuesta es un populismo de izquierda?
Lo que pasa es que el término populismo es muy amplio, lo que es problemático. Es más complejo que decir "al populismo de derecha se le enfrenta un populismo de izquierda". Al populismo de derecha muchas veces se le enfrenta con coaliciones más amplias, como hace Jeannette Jara. Ella, si bien puede plantear ese clivaje, lo hace en el marco de una coalición de centro-izquierda más amplia.
Sobre el concepto se han escrito bibliotecas enteras y es bastante gelatinoso, pero no se reduce a la cuestión de pueblo-élite, aunque eso sea muy importante en el discurso populista. Ese clivaje puede ser productivo en la política, sobre todo si significa, como en el caso de Jara, reivindicar un origen popular diferente a una política que en Chile fue muy elitista incluso en la postdictadura.
Una cierta dosis de esta corriente muchas veces le insufla vitalidad a la política. Si uno piensa en el sentido de Chantal Mouffe, que tensiona ese consenso institucional, le insufla cierto espíritu democrático al sistema.
— ¿Y cómo analizas que Jara utilice esa narrativa del origen popular como clave dentro de su discurso?
Reivindicar un origen popular conecta con una idea de meritocracia que la derecha usa mucho y es una idea que desde la izquierda se puede reivindicar: "yo vengo de sectores populares y ahora puedo ser presidente de Chile".
En síntesis, una dosis de populismo no viene mal en países donde la política se institucionalizó en exceso y la narrativa democrática necesita ser renovada. Las protestas lo fueron en parte, pero después generaron una demanda de orden muy fuerte.
Mucho se hablaba que si los chilenos finalmente quieren que Chile se vuelva "fome" de nuevo frente a todas estas crisis. Parece ser que no: una elección entre Jara y Kaiser muestra que ese consenso centrista está erosionado y la gente apuesta por figuras más disruptivas tanto por la derecha como por la izquierda.
Las emociones en la política
— El populismo tiene también como característica una política de las emociones junto a liderazgos carismáticos, puntos que Jara también cumple. ¿Cómo puede influir esto y cómo debe manejar la izquierda este componente emocional?
El progresismo a veces reacciona contra la extrema derecha reivindicando una racionalidad absoluta. En realidad, la política siempre fue una mezcla de debate más racional con emociones, y estas no son malas en la política.
Tanto derecha como izquierda tienen sus estructuras de sentimientos, las cosas que los conmueven. La democracia también debe incluir cierta emocionalidad, si no se pierde el alma de la política.
Otra cosa es que sea pura emocionalidad o que esas emociones deriven en liderazgos extremistas. Pero quitarle la emocionalidad a la política, como a veces parece ser el deseo de cierto discurso progresista frente a esta ola reaccionaria, me parece un error. La izquierda debe plantear otro tipo de emociones y horizontes frente a sentimientos como el miedo, la depresión o la ansiedad.
Necesita un discurso emocional y de reconstrucción comunitaria. Hay una crisis de la idea de comunidad y la derecha, muchas veces con el nativismo y la xenofobia, propone una reconstrucción basada en la comunidad étnica nacional. La izquierda tiene que buscar formas de reconstruir la comunidad y el espacio público, como parte de la reconstrucción del Estado social.