
La trampa silenciosa de la PAES: Cuando el origen define el destino
El viernes 18 de julio se entregaron los resultados de la PAES de invierno 2025. Para muchos jóvenes y sus familias, este momento representa una mezcla de expectativas, ansiedad y decisiones trascendentales. No es menor: se espera que adolescentes de apenas 18 años definan en tres horas buena parte de su futuro. Pero ¿es justo pedirle eso a quienes, en su mayoría, han vivido en un sistema educativo estructuralmente desigual desde el jardín infantil?.
Lo que los resultados de la PAES muestran, más allá de los puntajes, es la persistente segregación del sistema escolar chileno. Las diferencias entre estudiantes de colegios municipales y particulares superan los 100 puntos promedio. ¿Por qué?, porque la cancha está dispareja desde el inicio.
Mientras algunos colegios entregan el currículum completo, otros -particularmente los municipales no bicentenarios- apenas alcanzan a cubrir los mínimos. Así, la PAES no solo mide conocimientos: también mide las brechas que nuestro país se ha negado a cerrar.
En lugar de cuestionar a los jóvenes por sus resultados, deberíamos preguntarnos como sociedad: ¿por qué tantos talentos quedan fuera del sistema universitario? No por falta de esfuerzo, sino por falta de oportunidades.
Chile ha concentrado sus recursos educativos en la gratuidad y el financiamiento de la educación superior, mientras desatiende el nivel parvulario, la educación básica y media. Y allí está la raíz del problema.
Universidades como la nuestra -la Universidad del Alba- han abierto sus puertas a miles de estudiantes que, sin haber rendido la PAES en años anteriores, han demostrado que con acompañamiento académico adecuado pueden rendir al mismo nivel que cualquier alumno proveniente del sistema tradicional. Lo hemos comprobado en múltiples generaciones. No se trata de caridad, se trata de justicia educativa.
La obsesión por un sistema único de admisión, por más estandarizado que sea, desconoce que la vocación, el liderazgo, la perseverancia y la capacidad de resiliencia no caben en una hoja de respuestas de opción múltiple. Gabriela Mistral, nuestra Nobel, no habría sido aceptada hoy en una carrera de pedagogía por puntaje. ¿Eso invalida su genio? Al contrario: revela las limitaciones del sistema.
El paradigma de ingreso a la educación superior en Chile requiere un cambio profundo. En muchos países -incluidos Estados Unidos- las universidades tienen autonomía para decidir a quiénes admitir, valorando no solo las pruebas estandarizadas, sino trayectorias personales, vocación y potencial. ¿Por qué no podemos avanzar hacia algo similar?.
La inclusión no puede ser una palabra bonita en discursos o planes estratégicos. Debe traducirse en acciones concretas: en más recursos para los primeros niveles educativos, en políticas públicas que equiparen oportunidades desde la infancia, y en un sistema universitario capaz de reconocer méritos más allá de una prueba.
Mientras eso no ocurra, seguiremos lamentando talentos desperdiciados, vocaciones truncadas y jóvenes condenados por un sistema que les niega lo que nunca les entregó. Hoy más que nunca, necesitamos un compromiso país por una educación verdaderamente inclusiva, justa y transformadora.