
Los salarios y el crecimiento
Una serie de economistas -con abundante cobertura mediática– han planteado recientemente, en forma reiterada y orquestada, que la causa del desempleo y de la falta de crecimiento radica en la política social del gobierno actual, que ha llevado adelante una política de incremento del salario mínimo y que ha dado inicio a la política de las 40 horas de jornada laboral.
Más aun, han llegado a plantear o a sugerir que los programas presidenciales que se levanten en el futuro cercano deberían incluir la idea la rebajar el salario mínimo como un paso para que las empresas contraten más de ese servicio laboral que pasaría a ser más barato.
Algunos utilizan para difundir esa política una terminología aparentemente más amistosa o más civilizada y hablan de “flexibilización laboral”, con lo cual quieren postular que los empresarios deberían ser libres de pagar a sus obreros lo que buenamente deseen.
Armados de esa batería conceptual no se entiende porque no plantean con la misma fuerza y con la misma claridad, que la mano de obra debería trabajar durante 48 o 50 horas semanales, para acceder a ese salario mínimo más bajo que ellos postulan, y que debería cesar la obligación de pagarles cotizaciones previsionales, de pagarles vacaciones, de permitir que gocen de post natal o de cualquier otro derecho laboral que los trabajadores hayan conquistado en los últimos cien años.
Su idea de fondo es retrotraer las cosas, tanto como se pueda, a la situación laboral imperante en el siglo XIX. La idea central, ayer y hoy, es que con mano de obra barata, habría más inversión y más crecimiento.
Pero la historia reciente demuestra que esa supuesta relación entre la mayor pobreza de una gran mayoría de la población y una mayor riqueza de unos pocos, no conduce a mayor crecimiento ni a una mayor inversión.
En el mundo altamente integrado de hoy en día el capital, a nivel internacional, no fluye hacia los países donde la mano de obra es más barata –como podrían serlo algunos países del África- sino que fluye hacia aquellos países donde la mano de obra es más calificada, donde ha pasado por umbrales básico de capacitación y adiestramiento, donde tienen más capacidad de relacionamiento con las tecnologías modernas, y donde su productividad y sus salarios son más altos.
Postular que la inversión depende solo de salarios es una súper simplificación, no siempre inocente, de la teoría y de la práctica económica. La inversión depende, entre otras muchas cosas, de las tasas de interés que se pagan en los mercados bancarios y financieros, de la política monetaria que lleve adelante el banco central, de la tecnología de que se disponga, de la infraestructura existente de carreteras, puertos y aeropuertos, de la infraestructura de comunicaciones con el mundo y con todos los rincones del país, de la distancia entre la producción y los centros consumidores, de la educación y la capacitación de la mano de obra disponible, y depende también, como cosa fundamental, de que los consumidores existan y que tengan el poder de compra que se corresponda con el volumen y los precios de lo producido.
Además, lo que demuestra la experiencia chilena e internacional es que los países con mayor cohesión social, y mejores y mayores consensos sobre los derroteros fundamentales de su futuro económico y social, son los que más avanzan. Retroceder en materia de salarios y derechos sociales, y en lo que respecta a la distribución del ingreso en el seno de la población, haría disminuir la poca o la mucha cohesión social que hoy en día existe en el país.
Por último, si los salarios disminuyen, la demanda y el consumo de la población disminuirían, con la consiguiente caída de la producción en las empresas de bienes y servicios que orientan su actividad hacia el mercado interno.
Reducir el salario para los actuales trabajadores empleados, y para los que se contraten en el futuro, tendría como consecuencia real, concreta e inmediata, solo un aumento de las ganancias empresariales, lo cual se pretende justificar con el espejismo de un incremento de la inversión futura altamente incierta y nebulosa.
Se pretende que se pague por adelantado un alto costo social por un futuro que solo asegura mayores ganancias para unos pocos, peor distribución del ingreso, falta de cohesión social, e incluso una crisis económica -o al menos un menor crecimiento- como consecuencia de la caída del mercado interno.