
El nuevo Dominga de los Piñera: El proyecto inmobiliario de 20 bloques y casas de hasta 17.000 UF que lapida a Lago Ranco
Al parecer, la relación de la familia Piñera con el Lago Ranco no concluyó con el dramático fallecimiento del expresidente en lo profundo de sus aguas.
En la actualidad sus herederos están protagonizando un episodio que, aun cuando presenta grandes elementos de continuidad con la orientación y con el estilo de las inversiones de la familia, pareciera expresar un cierto resentimiento familiar contra el lago en que perdió la vida el expresidente.
Se ha difundido de manera extensa por distintos medios de comunicación, el hecho que la familia Piñera, a través de “Inversiones Odisea”, el vehículo administrador de la herencia del difunto ex presidente, ha solicitado al Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) las autorizaciones necesarias para dar inicio en el lago Ranco a un gigantesco proyecto inmobiliario, cuya primera etapa tiene proyectadas inversiones del orden de los 40 millones de dólares.
El proyecto gigante en Bahía Coique
De mediar éxito en su solicitud de permisos ambientales, la familia Piñera aspira a construir en Bahía Coique, la hermosa playa de arenas blancas que constituye la joya de la corona del hermoso lago Ranaco, un conjunto de 309 unidades habitacionales de alta gama (casas tipo village y departamentos en edificios de 4 y 5 pisos), algunas en la rivera misma y otras en las colinas cercanas que poseen una privilegiada vista al Ranco.
El proyecto ejecutará obras en tres fases constructivas, de las cuales los desarrolladores ya entregaron al Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) información detallada contenida en una Declaración de Impacto Ambiental (DIA). Claro que, en ésta, según les ha señalado la autoridad, está referida con cierto detalle solo la primera fase del proyecto, cuyo inicio está programado para enero del año 2026, previéndose la implementación de una segunda fase para el año 2028, para luego continuar con una fase III, sobre la cual se sabe muy poco y cuya ejecución se iniciaría en enero de 2031, concluyendo hacia fines de 2033.
Los edificios proyectados contemplan torres de cuatro y cinco pisos sin subterráneos, en los cuales el valor promedio de cada casa o departamento fluctuaría en torno a las 13.000 UF, mientras que los precios de las viviendas de 2 pisos del proyecto village, fluctuarían en torno a las 17.000 UF cada una.
Los edificios por desarrollar se dividirán en 20 bloques, distribuidos en una superficie de cerca de 8 hectáreas, mientras en la fase 1 y fase 2 se procederá con la construcción de 5 bloques de edificios de 4 y 5 pisos con 44 departamentos c/u. Para la fase 3 se proyecta construir al menos otros seis bloques.
Con ello se estaría asentando la primera piedra de una urbanización extensiva de esta zona lacustre, lo cual podría cambiar de raíz la matriz ecológica del conjunto de esta cuenca y terminar generando en el Ranco, una contaminación tanto o más dramática que la que hoy está afectando a los lagos Villarrica y Llanquihue, ambos infectados de heces fecales y materias de desecho de origen urbano y agrícola, que están eutrofizando sus aguas, amenazando la vida de la fauna lacustre que habita en ellos, a la vez que comprometiendo la salud de los habitantes ribereños y el prestigio como centro turístico de excelencia que estos lugares algún día tuvieron.
Los orígenes de una rápida fortuna
La relación de la familia Piñera con el sector inmobiliario es larga, compleja y asociada a una historia difícil de seguir, por ello, relatar lo que actualmente está sucediendo en Bahía Coique, requiere hacer una suerte de recuento histórico de los orígenes del controversial proyecto inmobiliario impulsado hoy por ella y cuyo destino se entrelaza a la controversial vida empresarial del difunto ex presidente.
Hacia finales de los años 70 del siglo pasado, Sebastián Piñera se había convertido en un economista de cierto prestigio. Tras ser educado en el Verbo Divino, un prestigioso colegio católico de alto prestigio en la elite social chilena, había llegado a ser un alumno destacado en la facultad de economía de la Universidad Católica, lugar desde donde, poco antes del golpe de Estado de 1973 y merced a una Beca Fullbright, se marchó a realizar estudios de maestría y doctorado en Harvard, la prestigiosa universidad estadounidense.
Sin embargo, y pese a sus éxitos académicos, Piñera regresó a Chile con más aspiraciones que patrimonio, limitándose sus activos a los cincuenta mil dólares que su profesor Richard Musgrave, hacia fines de su doctorado, le había pagado por su rol en una consultoría realizada en Bolivia, un monto que, dado el inflado valor del dólar en el Chile de esos años, no dejaba de ser una cifra respetable. Pese a ello esa cifra distaba mucho de aportarle una posición económica sólida y por ende debió buscar trabajo de acuerdo a sus nuevas calificaciones.
Prontamente se lo vio inserto en lo mejor de los escasos espacios posibles para un economista que no se desempeñaba en el sector público ni ocupaba cargos importantes en el sector privado. No obstante, haber sido contratado como consultor de Cieplan y la Cepal en temas de educación y pobreza era una muy buena posición en aquellos años, no era lo que él tenía en mente como destino profesional.
A poco andar de su regreso, Sebastián Piñera rompió amarras con su grupo social y cultural de origen falangista; claramente había concluido que lo suyo no era la academia sino la empresa y, según él decía abiertamente a sus amigos cercanos, no veía como parte de su camino al éxito el sumarse a aquella larga fila en la cual ya estaban sólidamente instalados muchos economistas democratacristianos que no sentían por él ni respeto ni simpatías y que lo bloqueaban en sus posibilidades de ascenso hacia el mundo del poder y el dinero.
Alejandro Foxley, José Pablo Arellano, René Cortázar, Andrés Sanfuentes, Sergio Molina, Juan Villarzú y Jorge Rodríguez Grossi, eran solo algunos nombres dentro de la larga lista de economistas democratacristianos que aspiraban a posiciones de poder en los aparatos económicos del Estado una vez recuperada la democracia. Para ellos, Sebastián Piñera no era un aliado confiable, por el contrario, su carácter, su estilo profesional y su transformismo político, lo convertían más bien en un peligro.
A decir verdad, no estaban del todo descaminados, Piñera hacia fines de los años ochenta ya había concluido que sus redes de influencias no debían desarrollarse solo dentro del mundo político y menos aún focalizarse en el mundo de relaciones que su padre le habia heredado. Sus esfuerzos se orientaron entonces a labrarse un patrimonio independiente que sustentara sus esfuerzos en pro del logro de algún nivel de figuración pública, así como de los estándares de vida y de acumulación de poder a los cuales su valoración de sí mismo le indicaba que era merecedor.
Claro que ni la economía pura, ni menos aun la investigación enfocada en la temática social, le eran particularmente útiles a sus ambiciones. Hacia fines de los setenta, se habían abierto en Chile tiempos en los cuales la plata dulce apalancada con deuda se orientaba a la “pasada” rápida y a aquellas ganancias que parecieran fáciles y seguras; por ende, Sebastián Piñera se lanzó de lleno al bullente negocio inmobiliario de aquellos años en los cuales el Estado se había retirado de la actividad constructiva, y estaba siendo sustituido por una pléyade de noveles empresas privadas dispuestas a cazar las oportunidades que la dictadura les había abierto.
Piñera y el Banco de Talca
En 1978, con el dinero de la consultoría en Bolivia, fundó “Toltén S.A.”, una empresa constructora especializada en viviendas baratas en Peñalolén, La Florida y Macul, lo que lo llevó a comprar a muy bajo precio amplios paños de terrenos carentes hasta entonces de destino habitacional.
No le fue mal en esa primera pasada, pues los activos de Toltén, a poco andar, según el mismo relataba, fueron vendidos por dos millones de dólares, recursos que Piñera reinvirtió en terrenos en Huechuraba, lugar donde esperaba localizar su primer gran proyecto, el cual nunca vio la luz.
Como carecía de dinero suficiente para iniciar de inmediato esa nueva aventura inmobiliaria, a comienzos de 1979, él se integró a una consultora, denominada INFINCO (Ingeniería Financiera y Comercial Ltda.), en la cual fue asignado a la tarea de ayudar a regularizar la altamente comprometida situación patrimonial que poseía el Banco de Talca.
Pronto pasó de consultor part-time a full-time y de allí saltó al cargo de gerente general del banco, desde marzo de 1979 hasta noviembre de 1980, convirtiéndose en socio del talquino grupo económico Calaf-Danioni que había llegado a controlar cerca del 70% del capital de dicho banco. El grupo traspasó al nuevo gerente general, a modo de incentivo, el 1,8% de las acciones de este, pero lo más importante no fue eso, sino el hecho que Piñera, junto a su socio en INFINCO y Presidente del Directorio del Banco: Carlos Massad, pasaron a detentar pleno poder para la toma de decisiones sobre las operaciones del banco y Piñera asumió poder de firma propio de un gerente general.
Tras una primera revisión de la situación financiera del Banco de Talca, las autoridades de la época concluyeron que, mientras que el capital y las reservas del banco ascendían a aproximadamente 40 millones de dólares de la época, los préstamos, efectuados en su mayor proporción a entidades insolventes o de existencia meramente nominal, alcanzaban los 250 millones de dólares.
Si bien la regulación financiera de la época era bastante laxa, no lo era tanto como para no declarar como fuera de la ley esa suerte de prácticas. Lo que si era cierto era que la furiosa ola de privatizaciones bancarias impulsadas desde Washington, había sido desplegada en mercados bancarios pobremente regulados y dirigida por economistas y empresarios entre quienes predominaba la idea que sostenía que no era adecuado regular ningún mercado y menos aún la banca. Por ende, muchos nuevos banqueros, audaces como Piñera, habían descubierto en las falencias de las instituciones reguladoras una fuente rápida para hacerse ricos.
Para mala suerte de todos ellos, en 1981 se produce una gran crisis. Cesa el que otrora pareciera un inextinguible flujo de petrodólares y México entra en default, luego tras la caída de la banca mexicana, se cierran los flujos de divisas hacia la banca latinoamericana y los bancos extranjeros no renuevan las líneas de crédito vigentes haciendo exigible a la banca chilena el pago de sus deudas. Esta hace a su vez lo mismo con las empresas nacionales que poseían obligaciones con ella y que, en una gran proporción, no tenían las espaldas suficientes para hacer frente al servicio total de sus deudas, particularmente cuando esas acreencias de los bancos eran en dólares. Las empresas de la época intentaron renegociar sus pasivos, pero la banca chilena no poseía la solidez necesaria para acceder a aquello, por ende, en pocas semanas comenzó la quiebra masiva del grueso de quienes poseían deudas con la banca.
En el caso de nuestro país dicha crisis se vio particularmente agravada por la suicida voluntad de los Chicago Boys de mantener a todo evento un tipo de cambio fijo, lo cual llevó a una quiebra generalizada de empresas y a una caída del Producto Interno Bruto superior al 14%. El 33% de los chilenos pasó a estar desempleado, las expectativas de progreso se rompen, las empresas que habían sido privatizadas (incluidas las recientemente creadas AFP) vuelven a manos del Estado; hasta el dictador Pinochet pareció perder confianza en el modelo neoliberal y la economía parecía a punto de derrumbarse en medio de todo ese proceso. El tinglado de poder que se había estructurado entre 1974 y 1979, en un par de años parecía haber perdido su base de sustentabilidad.
Es en medio de ese contexto que el banco de Talca, pese a las reestructuraciones que Piñera había diseñado en 1979, lejos de normalizarse continuó desarrollando operaciones relacionadas entre sus propietarios y aquellos a quienes se les concedía crédito. Pero ahora no era solo el grupo Calaf el cual prestaba de un modo poco responsable dinero a sus propias empresas para comprar otras más en oferta. Los más altos ejecutivos del banco de Talca también habían entrado al juego, auto-prestándose recursos y usándolos para aumentar su participación en la propiedad del banco.
La crisis como oportunidad
El 28 de agosto de 1982, Piñera junto al presidente del directorio del banco de Talca fueron acusados de fraude. La investigación se inició por un requerimiento fiscal por infracción a la Ley de Bancos, ya que los implicados habrían recibido, a modo de préstamo, grandes sumas del banco a través de INFINCO y con esos dineros habrían otorgado desde dicha consultora de su propiedad, millonarios préstamos a empresas ficticias creadas por ellos, las cuales habrían reinvertido el dinero en el banco, capitalizándolo de manera engañosa y ganando posición patrimonial en este a partir de dichas operaciones.
Esta conducta fue calificada como un delito por la justicia y tanto Calaf como Danioni, fueron condenados a penas de tres años y pasaron varios meses detenidos en el anexo cárcel Capuchinos, siendo incluso incomunicados al inicio del caso. Asociado a ello, los tribunales emitieron una orden de arresto contra Sebastián Piñera por simulación de la posición financiera del Banco, alteración de datos de los balances y de las cuentas para poder así eludir la fiscalización de la superintendencia.
La orden de detención solamente pudo ser levantada mediante la intervención política de su poderoso hermano, José Piñera Echenique -entonces ministro del Trabajo- ante la ministra de Justicia y prima de Pinochet, Mónica Madariaga.
José se encontraba por entonces en el pináculo de su poder dentro de la institucionalidad económica de la dictadura, lo cual permitió que Sebastián quedara en libertad y pudiera retomar sus actividades mucho más capitalizado que al inicio de su primera aventura bancaria, pero no había logrado aquello en función de su posición accionaria ganada en el banco de Talca, cuyo capital se esfumó en medio del rescate bancario vía “deuda subordinada”. Tampoco se había enriquecido demasiado a través de las propiedades que quedaron en su poder una vez neteadas las cuentas de la quiebra del banco de Talca; lo central en su salto patrimonial fue la toma de control de un negocio derivado de su paso por dicho banco, el que por conocido no tiene sentido volver a relatar en este reportaje (affaire Bancard), y que como es sabido le ganó el odio de sus viejos socios Carlos Masad y Ricardo Claro, quienes se vieron despojados de toda participación en el emprendimiento cuya negociación con Citibank habían delegado en Sebastián Piñera: la introducción en Chile de las tarjetas de crédito.
Si bien Piñera salvó de la cárcel y la ruina, su “traspié” junto a los Calaf pasó por entonces bastante desapercibido, tanto por su toma de control de Bancard, como por la caída en prisión de los líderes de algunos de los grupos empresariales más importantes de la época, lo cual hizo pasar por veniales sus pecados mortales.
El grupo BHC vio encarcelado a su líder, Javier Vial (el hombre económicamente más poderoso del Chile en esa época) así como a su gerente de confianza, el exministro de Hacienda Rolf Luders. Un segundo grupo (coloquialmente denominado Los Pirañas), del que hacían parte Ricardo Claro, Fernando Larraín Peña (hermano de Carlos, ex presidente de RN) y Manuel Cruzat Infante, se salva por los pelos de la cárcel. Si bien Larraín Peña salva y logra retener buena parte de su patrimonio, su socio y cuñado Manuel Cruzat Infante, un economista formado en Chicago y hermano de María Josefina Cruzat Infante, esposa de Fernando) no sale tan bien librado.
Coique y el sector inmobiliario aparecen en el horizonte de Piñera
Hacia fines de los años setenta, Cruzat y su cuñado Fernando eran dueños en ese momento de un grupo económico nacional que era el principal exportador privado del país, en tanto sus instituciones financieras manejaban algo más del 30% del mercado de capitales nacional y sus ingresos explicaban el 5% del PIB chileno.
Su núcleo patrimonial se conformaba en torno a la propiedad de más de 100 grandes empresas, las que incluían al Banco de Santiago, Cruz Blanca, CCU y Copec. Este grupo sin embargo perdió, entre 1979 y 1982, una parte mayoritaria de su patrimonio, pero dentro del grupo controlador el más afectado fue sin duda Manuel Cruzat, quien perdió cerca del 90% de su patrimonio. No obstante, dentro de lo que pudo retener, se encontraba una pequeña propiedad de poco más de 100 hectáreas que incluía un complejo habitacional y vacacional. Un pequeño sueño de Manuel Cruzat, localizado en Bahía Coique, la playa más hermosa del lago del lago Ranco.
A partir de 1985 la economía chilena retoma vuelo y Piñera se sumó a ese impulso. Él ya estaba posicionado en la derecha política con solidez, pues podía exhibir el peso patrimonial que constituía el ticket de entrada al selecto club de quienes dirigían dicho sector y, basándose en ello, asume un cierto liderazgo en las generaciones más jóvenes de Renovación Nacional. Sus esfuerzos, claro está, no pudieron evitar la hegemonía pinochetista de la derecha de aquellos años, liderada por la UDI, pero para su fortuna, la victoria del dictador y sus aliados fue una a lo Pirro, pues la condujo a su estrepitosa derrota en el Plebiscito de 1988.
La crisis política tras el Plebiscito no golpeó a Sebastián Piñera, quien públicamente apoyó el NO, posteriormente a lo cual termina por ser elegido senador por la 8ª Circunscripción (Santiago Oriente) de la Región Metropolitana, (1990-1998), lo cual le posibilitó el jugar un rol clave en las negociaciones que definieron los alcances del nuevo régimen que pasó a sustituir a la dictadura.
Su participación en política no le impidió continuar impulsando opciones de negocios en el sector inmobiliario, todas ellas de un similar perfil, vale decir, grandes y lujosos proyectos inmobiliarios incrustados en los lugares preferidos por la élite social y económica chilena. De hecho la democracia propulsó con fuerza inédita las iniciativas empresariales y el patrimonio de Piñera, quien tras 1990 se embarcó en desarrollos inmobiliarios de alto vuelo, como Valle Escondido, en Las Condes Las Nieves en Vitacura y Casa Grande en Peñalolén. Su suerte en la zona sur oriente de Santiago no fue la esperada, pero pese a ello tuvo la fortuna de vender a la Universidad Adolfo Ibáñez parte de sus terrenos comprados en Peñalolén, para que ésta instalara allí su sede “cota mil”, lo cual le aportó los recursos necesarios para apalancar nuevas iniciativas inmobiliarias.
Pero estos proyectos no fueron los únicos, de hecho en 1996, junto a Juan Carlos Martí, lanzó un proyecto turístico de US$50 millones en Zapallar, pero no logró el éxito esperado, sino más bien se enfrentó a un bullado fracaso que erosionó su trabajada imagen de “parlamentario intachable”. Su proyecto naufragó tras ser rechazado por la poderosa comunidad del balneario, compuesta por las familias más tradicionales del país lideradas por las autoridades edilicias de la comuna, las que defendieron a brazo partido los intereses patrimoniales que sus electores veían amenazados por un proyecto como el de Piñera, el cual rompería el sentido de exclusividad que siempre habia caracterizado a Zapallar.
No fueron esas sin embargo sus únicas aventuras empresariales en ese rubro. A lo largo de los años Piñera se asoció con diversos empresarios de algún modo vinculados al rubro de la construcción y emprendió con dichos socios varios proyectos inmobiliarios: Juan José Cueto, Antonio Krell, Ramón Ortúzar, Roberto Ossandón, Carlos Herrera, Andrés Navarro, Marcelo Cox, Ignacio Guerrero, Juan Eduardo Errázuriz, Horacio Pávez y Tomás Müller (hijo). Casualmente muchos de ellos habían estado vinculados en su momento a Manuel Cruzat Infante, quien gozaba aun de un amplio prestigio intelectual entre sus pares y entre los estudiantes de economía egresados en aquellos años de la PUC de Santiago. Dentro de su grupo de nuevos socios y amigos destacaban también los hermanos Pérez Mackenna, Alfredo Moreno, Juan Andrés Fontaine y otros conspicuos personajes como Carlos Alberto Délano. Eugenio Lavín, y Juan Bilbao. Personajes que en su mayoría llegaron a alcanzar rápidamente un gran poder financiero, aun cuando muchos de ellos terminaron siendo conocidos por la opinión pública más por las implicaciones penales de sus actuaciones que por su éxito económico.
Sin duda Sebastián Piñera había aprendido de los riesgos asociados al impulsar en solitario proyectos empresariales, por ello expandió, junto a varios de sus amigos más exitosos, su participación en otros múltiples desarrollos inmobiliarios como Totoralillo (Las Tacas) e Illimay (Las Cruces) pero donde sin duda aprendió mucho fue en su paso por el proyecto Curauma, (donde hizo parte de una temporal sociedad con su maestro Manuel Cruzat, quien tras adquirir el fundo Las Cenizas, en la periferia de Valparaíso, había logrado cambios en el uso del suelo de dicho predio originalmente clasificado como suelo rural, pero que terminó siendo reclasificado como área de extensión urbana en el plano regulador de 2013.
Este cambio permitió su uso para proyectos habitacionales, comerciales e industriales mixtos, con una densidad de desarrollo que podía incluir hasta 100 habitantes por hectárea en su zona residencial. La extensión de este fundo abarcaba más de 2.000 hectáreas, vale decir, era el paño de mayor tamaño disponible para expansión urbana en el Gran Valparaíso, por ello la reclasificación del uso del suelo desde rural a urbano, tuvo un impacto directo en la valorización de este, generando un aumento superior al 200% en el valor comercial del metro cuadrado.
En 2004, Piñera, que había aprendido que las ganancias provenientes de la especulación inmobiliaria debían complementarse con una alta rentabilidad en los proyectos constructivos a ser implementados, decidió incursionar en gran escala en esa otra ala del negocio inmobiliario, adquiriendo junto a Andrés Navarro y los hermanos Montero el 20% de Constructora Aconcagua (que a poco andar fue fusionada por SALFA, la mayor empresa constructora del país). A la vez el ex presidente se vinculó a otros desarrollos inmobiliarios implementados por sus amigos Ricardo Bachelet e Ignacio Guerrero, proyectos que incluyeron la construcción de edificios de destino mayoritariamente habitacional en comunas acomodadas y megaproyectos comerciales como Plaza Forestal en Recoleta.
Desafortunadamente los proyectos de sus socios no le permitieron absorber las mejores prácticas constructivas, tal como demostró el gran sismo de 2010 que, debido a notorias fallas constructivas, en las construcciones realizadas por varios de estos, mostraron severos daños en los edificios de esas constructoras, especialmente en la zona de Concepción.
Pero la clave del modelo de negocio que había hecho suya Piñera no se centraba en el área constructiva, sino que seguía paso a paso la secuencia de acciones definidas por Manuel Cruzat: Primero comprar barato terrenos agrícolas, luego cambiar el uso del suelo, después estructurar un proyecto de look moderno y agresivo, para a continuación poner en manos de una constructora relacionada a él pero formalmente independiente, la construcción de viviendas que otorgaran estatus a sus compradores, pero sin invertir en ellas más que lo estrictamente necesario, y por último, utilizando una empresa inmobiliaria a cargo de la comercialización del proyecto, levantar una gran fanfarria comercial que atrajera como compradores segmentos aspiracionales de altos ingresos, a los cuales, luego de venderles las nuevas propiedades, se les aplicaba la política de “si te he visto no me acuerdo”, una clara innovación Piñerista en el modelo Cruzat de hacer negocios.
Era claro que lo que el aprendió obviaba todo lo referido a la preocupación de su viejo maestro por solventar las diversas externalidades negativas de sus proyectos, abordándolas de un modo no depredador. Claramente Piñera carecía de las perspectivas de largo plazo que imprimía Cruzat a sus negocios, aunque si entendía mucho de “pasadas”, un área de experticia de la cual carecía Cruzat, lo cual le había costado su fortuna, tal como suele sucederles a casi todos los zorros que se atreven a danzar con lobos.
Las redes de los Piñera en la nueva elite
Sin bien la opinión pública conocía el tipo de negocios en los cuales acostumbraba a involucrarse el expresidente, desconocía la amplitud y profundidad de las relaciones que Piñera había logrado consolidar en la nueva elite chilena en pro del desarrollo de sus negocios.
Su repentina muerte fue la que desnudó esa situación cuando el velorio de Piñera congregó en la capilla de Bahía Coique a todos los nombres antes mencionados y a muchos otros más, posibilitando que los periodistas que cubrían el sepelio pudieran identificar que, para sorpresa de todos, en el Lago Ranco se había establecido una nueva elite producto de los nuevos tiempos.
Sus miembros tenían algo en común: se habían enriquecido durante la dictadura, puesto que, sin las oportunidades y pasadas que ésta les permitió, no habrían llegado a ser económicamente lo que habían llegado a ser.
Habían conformado una amplia y conspicua red de vecinos provenientes de colegios de elite, aunque ya no eran como los antiguos y homogéneos grupos oligárquicos, pues algunos si bien se habían educado en caros colegios privados, otros se habían formado en el liceo Lastarria, o en el Instituto Nacional y luego, aunque mayoritariamente habían continuado su formación profesional en la PUC, un grupo no menor se formó en la Universidad de Chile. Pero hay algo más, en las últimas décadas casi todos ellos se habían convertido en propietarios de amplios paños de terrenos mayoritariamente localizados en la ribera sur poniente del Lago Ranco, entre Ilihue y Bahía Coique.
Pero las redes de Piñera no sólo abarcaban a sus pares, también incluían discípulos. En 2005, tras egresar de ingeniería en la PUC de Santiago, Gonzalo Blumel Mac-Iver, futuro ministro del interior de Piñera llegó a Futrono a través del programa “Jóvenes al Servicio de Chile” de la Fundación Jaime Guzmán, desempeñándose como jefe de la oficina de planificación del municipio (SECPLAC) durante la administración alcaldicia del UDI Jorge Tatter. Por el mismo programa llegó también a ese municipio el futuro subsecretario de Economía, de la segunda administración. Piñera, Ignacio Guerrero, quien pasó a ocupar el cargo de administrador municipal.
Ya en 1997 durante la administración de Eduardo Frei R-T y con la firma del ministro de economía Álvaro García Hurtado y el subsecretario Oscar Landerretche Gazitúa, se le había otorgado la concesión eléctrica de la zona de Bahía Coique a una pequeña empresa eléctrica, SOCOEPA (Sociedad Cooperativa eléctrica de Paillaco), en tanto de un modo paralelo se había conformado una pequeña empresa que proveería servicios de agua y alcantarillado a Bahía Coique, una propiedad cuya compra Piñera negociaba con Manuel Cruzat, necesitado entonces de dinero fresco.
Cruzat había logrado concluir ya en 1999 las dos primeras fases de su proyecto en Coique y comprado a bajo precio un amplio paño de terrenos agrícolas en el cual desarrollar un proyecto de primer nivel y luego, en el plan seccional de 1996, logrado formalizar el uso urbano de dichos terrenos. Tal como lo pensó, aquello aumentó vertiginosamente no solo el valor del metro cuadrado de terreno, lo cual se vio complementado con la construcción de una serie de edificios que pronto comenzaron a operar como propiedades veraniegas de tiempo compartido, intentando emular la calidad de servicios propios de los “Club Méd” tan celebres por aquellos años.
Cruzat tenía grandes ideas, pero una capacidad de gestión por bajo de estas y poseía una liquidez insuficiente como para apalancar sus iniciativas, de modo que, hacia 2005, Coique y sus instalaciones ya habían cambiado de mano, pasando a ser propiedad de Sebastián Piñera. Pero abrir nuevas etapas requería intervenir en otras áreas. Por ello entre 2004 y 2012, las autoridades municipales de Futrono se nutrieron, de dos hombres de confianza del ex presidente, Blume y Guerrero, conformando el alcalde y sus jóvenes funcionarios un triunvirato que, actuando eficientemente en el ejercicio de sus cargos, impulsó diversas actividades administrativas y sociales que posibilitarían, algunos años después, el que diversas regulaciones municipales que afectaban los terrenos de Bahía Coique (no todas, muy a pesar del triunvirato), se ajustaran a los planes de Sebastián Piñera.
No cabía dudas que el expresidente no se había limitado a comprar un bonito lugar para su disfrute. Piñera tenía grandes planes para la zona, a raíz de lo cual procedió durante su primer mandato (2010-2014) a inaugurar dos modernas rutas (ruta T59) (T185), de doble pista y un puente sobre el Rio Bueno, lo que permitió circunvalar sin interrupciones el lago Ranco, dotando de una importante plusvalía a los nuevos propietarios con grandes propiedades a orillas del lago y disparando la rentabilidad de sus propiedades en bahía Coique, las cuales, adicionalmente a ser convertidas en terrenos urbanos, ahora habían pasado a ser eran terrenos con plena conectividad con el resto del lago y con la carretera norte-sur, lo cual aumentaba aún más su valor.
Piñera no demoró en construirse una elegante casa en la península denominada la puntilla de Bahía Coique, en ella Piñera y su gente conformaron el gabinete de su primera administración y también allí Piñera se despidió del gobierno el 2014 invitando a 80 personas de su entorno a “preparar su regreso”, como visionariamente especuló la prensa en aquellos días, lo único que olvidó fue realizar la recepción final de su casa ante la dirección de obras del municipio, y por ende en los siguientes 20 años evitó pagar contribuciones, haciéndolo solo cuando el asunto comenzó a ser ventilado en la prensa, y aun así se acogió a todas las condonaciones y exenciones que la ley permitía para rebajar el valor de los pagos pendientes.
Su esposa e hijos claramente preferían la casa familiar del Lago Caburgua, en dicho lugar se sentían socialmente más a gusto, aunque cuando estuvieran rodeados de vecinos más cercanos a la elite de izquierda que a la elite de derecha a la cual Pinera no solo se había integrado, sino que a esas alturas lideraba.
Por eso frecuentemente se le veía disfrutando solo su segunda casa de verano, colindante con el centro turístico de su propiedad en Bahía Coique, un conjunto de edificios de tiempo compartido, diseñados por el arquitecto Félix de Amesti, aledaños a una cancha de golf, servicios hoteleros, restaurante, camping y centro de reuniones, amen una blanca playa de 2 km de largo.
Algunos próceres de la centroizquierda tenían también segundas casas en el lago Ranco: Eugenio Tironi, y sus hermanos, el ex ministro de economía y actual funcionario del grupo Luksic Jorge Rodríguez Grossi, y la ex ministra de economía de Michelle Bachelet, Ingrid Antonievic, pero no muchos más, los restantes vecinos pertenecían más bien al mundo de la derecha política.
Los Fundos ribereños del Ranco terminaron por pertenecer a importantes empresarios, como Gonzalo Vial, (Súper Pollo), y a varios miembros del entorno de Manuel Ariztía Ruiz (presidente de Pollos Ariztía), tío de Ricardo Ariztía de Castro, ex presidente de la SNA de la CPC y ex director de INDAP durante la segunda administración Piñera y abuelo de Carmen Gloria Ariztia Ovalle, esposa de Sebastián Piñera Morel, el mayor de los hijos hombre del expresidente.
Adquirieron también allí propiedades Eugenio Tagle, propietario de la empresa láctea Quillayes, Jorge Marín Correa, director de CGE (la mayor empresa eléctrica de Chile), vicepresidente de Gasco y miembro del directorio del Grupo Security y de la Papelera (CMPC). Los Hermanos Pérez Cruz propietarios de Gasco, de los cuales Matías, presidente de Gasco y esposo de Ximena Cousiño, asesora cultural de José Antonio Kast, se hizo famoso cuando, en 2019, expulsó a unas sencillas mujeres de la zona de una playa pública, arguyendo que era "su jardín".
Otros vecinos conspicuos son: Gabriel Ruiz-Tagle, ex dueño de PISA, quien posee casa y administra Futangue, un extraordinario parque en Ranco; también adquirieron propiedades ribereñas Gonzalo Pérez Mackenna y Andrés Navarro, en tanto Rodrigo Hinzpeter, que fuera generalísimo de la campaña presidencial del ex mandatario y luego su ministro del interior, viaja a menudo al lago, alojándose en la casa del empresario Ricardo Bachelet Artigues, pariente lejano de la ex presidenta y también socio de Piñera.
Continuará…