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No supo envejecer
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No supo envejecer

Por: René Solís de Ovando Segovia | 26.04.2025
Ni Cortázar, ni Fuentes ni García Márquez se caracterizaron por buscar notoriedad con declaraciones estrafalarias, opiniones extemporáneas o cambios ideológicos oportunistas. Pero Vargas Llosa, que era el más joven y el que vivió más años, no supo envejecer.

Una de las épocas más luminosas de la historia de la literatura la protagonizó el llamado boom latinoamericano. Fue entre 1960 y 1975 cuando Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa publicaron novelas que se convirtieron - ¡todas ellas! - en inmensos éxitos de ventas y crítica.

En esa época Julio Cortázar publica Rayuela, Carlos Fuentes La muerte de Arsenio Cruz. Mario Vargas Llosa La ciudad y los perros y Gabriel García Márquez publica la obra más importante de este período, Cien años de soledad.

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En esos años de enorme compromiso social y una lucha compartida, que unía corazón y cerebro, cuando estaba en su apogeo una revolución cubana que mostraba al mundo que se podía derrocar a un dictador todopoderoso, cuando surgieron las movilizaciones de mayo del 68 en París, cuando fue visible la figura épica del Che, quién vive -y muere- luchando por la libertad y la justicia, cuando los estudiantes estadounidenses de Harvard, Michigan, y Yale protestaban contra la guerra de Vietnam, cuando en Chile se fraguaba el acuerdo político histórico de la Unidad Popular que llevaría a Salvador Allende a la Presidencia del país, dando origen a la denominada vía pacífica al socialismo, ese grupo de autores geniales tuvo sus años más productivos.

Quienes éramos jóvenes entonces, fuimos perfectamente conscientes de que vivíamos un tiempo extraordinario, una oportunidad única. Y es que estos cuatro autores, además de hacer una literatura innovadora, enormemente entretenida y de altísimo nivel, también mostraban un gran compromiso social, apoyaban reivindicaciones de libertad y justicia social, aparecían en manifestaciones contra la guerra, en defensa de los derechos de los oprimidos y prestaban su imagen y notoriedad en defensa de los sin voz.

Estos escritores brillantes representaron, como nadie, valores de ruptura con el poder establecido, mostraron la esperanza en un mundo nuevo, más justo y fraternal; nos indicaron que, gracias a un compromiso personal, se podía caminar hacia el sueño posible de un futuro igualitario e inequívocamente progresista.

Y el tiempo fue pasando. Y los cuatro genios que constituyeron el boom latinoamericano, mantuvieron, durante muchos años, intacta su capacidad para contar historias, para escribir de forma excelsa. Fuentes, García Márquez y Cortázar reciben con suavidad los años que les da la vida. Van envejeciendo poco a poco y, también con suavidad, van perdiendo protagonismo personal; dejan que hablen sus obras por ellos.

Cortázar es el que muere más joven (70 años) y, aunque deteriorado por enfermedades que lo acompañaron mucho tiempo, escribe artículos, poesía y crítica literaria hasta poco antes de su fallecimiento. A su muerte, Carlos Fuentes dejó terminada la novela Federico en su balcón, en la que un personaje habla con su vecino de balcón (Federico Nietzsche) y a través de sus conversaciones viven una revolución social violenta contra la oligarquía.

García Márquez sufrió de cáncer linfático durante 15 años, hasta que el Alzheimer lo dejó sin recuerdos y le quitó la vida, pero solo diez años antes de perder la conciencia para siempre, publicó Memoria de mis putas tristes, su última novela.

Ni Cortázar, ni Fuentes ni García Márquez se caracterizaron por buscar notoriedad con declaraciones estrafalarias, opiniones extemporáneas o cambios ideológicos oportunistas. Pero Vargas Llosa, que era el más joven y el que vivió más años, no supo envejecer.

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Se acercó a las posiciones políticas más alejadas de lo que fue el compromiso social de los representantes del boom latinoamericano. El escritor brillante que escribió La casa verde, La tía Julia y el escribidor, La Ciudad y los perros o Pantaleón y las visitadoras, estupendas obras literarias, decide abrazar lo más zafio de la ultraderecha iberoamericana y española.

Como se detalla en un artículo publicado recientemente en BBC News (14/04/2025), Vargas Llosa “ha mostrado su simpatía por figuras radicales como Jair Bolsonaro, en Brasil, o José Antonio Kast, en Chile”. Y en España, era fiel seguidor de Isabel Díaz Ayuso que, además de su discurso neoliberal y ultraderechista, su situación personal la vincula con casos de corrupción muy graves.

Vargas Llosa, alejado de todo lo que representó el boom latinoamericano, ya anciano, con su premio Nóbel que tanto brillo le ofreció, hizo lo único que le faltaba para terminar de dibujar una imagen patética de sí mismo: se sumergió en la farándula.

Inició una relación de pareja con Isabel Presley, reina de las revistas del corazón y ex mujer de Julio Iglesias, de Carlos Falcó y de Miguel Boyer. El escritor prestigioso, apareció en múltiples entrevistas sobre temas superficiales, aunque él procuraba ofrecer un talante de cierta solemnidad para manifestar, casi siempre, ácidas críticas al feminismo, a la igualdad, al lenguaje inclusivo y a la izquierda política y social.

Vargas Llosa murió hace poco más de una semana y, como es natural, los medios de comunicación, unánimemente y como corresponde en justicia, han alabado la cantidad y calidad de su obra literaria. Quiero sumarme a ese reconocimiento.

Pero, por respeto a su memoria y a mis convicciones, no creo que sea correcto decir, como se ha dicho abundantemente y también por personas de ideología progresista, que fue un hombre respetuoso con la opinión de todos, que era un gran demócrata y que quería que todos fuéramos libres y con los mismos derechos, sencillamente, porque desde hacía ya bastantes años, eso no era así.

Se ha ido el último de los cuatro escritores que constituyeron el boom latinoamericano. Y no sé cuánto tiempo falta todavía para que ocurra un fenómeno tan brillante y maravilloso como el conseguido por Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. De momento, esta noche comenzaré a releer Conversación en la catedral, del gran escritor latinoamericano Mario Vargas Llosa.

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