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Ninguna calle llevará tu nombre
Agencia Uno

Ninguna calle llevará tu nombre

Por: Tomás Hirsch | 16.04.2025
Previendo una escalada neofascista que busca torcer la historia ensalzando a quienes han sido responsables de las más graves violaciones a los Derechos Humanos, presenté un proyecto de ley que prohíbe que calles, plazas o monumentos lleven el nombre del dictador Augusto Pinochet Ugarte. Lamentablemente hay que recurrir a legislar sobre un asunto que debería ser de sentido común, algo que debería ser un mínimo civilizatorio.

Pensar en la sola idea de homenajear con una calle al dictador Augusto Pinochet, asesino y promotor del terrorismo de Estado en nuestro país, es repulsivo y una falta de respeto a las víctimas de uno de los peores genocidas de la historia reciente chilena. Pero esto, lamentablemente, no es nuevo. Hagamos un poco de memoria, algo que siempre viene bien.

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La dictadura civil-militar (porque de cívico no tenía absolutamente nada) liderada por Augusto Pinochet y sus secuaces, sus múltiples “colaboradores” del terrorismo, fue una de las más sangrientas de Latinoamérica: más de 3.200 asesinados por agentes del Estado, 1.192 detenidos desaparecidos, decenas de miles de torturados, todo lo anterior consignado en los informes oficiales de la Comisión Rettig, Valech I y II. A eso se agregan miles de exonerados políticos y cientos de miles de exiliados. En otras palabras, un catálogo completo del terror.

Todo lo anterior no fue al azar. La dictadura de Pinochet contó con una estructura jerarquizada ocupando el Estado en su conjunto para perseguir, desaparecer y ejecutar al “enemigo interno”, cuya justificación fueron planes falsos como el “Plan Z”.

Así, el rol de las Fuerzas Armadas en conjunto con el Gobierno de Estados Unidos para desestabilizar y derrocar a un presidente democráticamente electo fue cuidadosamente elaborado y ejecutado. A lo anteriormente descrito se debe agregar el rol y responsabilidades que tuvieron personas civiles que apoyaron de manera gremial y particular la desestabilización del gobierno de Salvador Allende.

Ponerle a una calle el nombre de quien que lideró todas esas atrocidades, del responsable de crímenes de lesa humanidad, es una falta de respeto, una revictimización y una nula consideración de quienes fueron vejados por ese aparato represivo. La sola idea de plantear esto es algo que violenta la más básica concepción de un Estado respetuoso de los Derechos Humanos.

Sin embargo, aunque sorprenda, pasó: un concejal de Las Condes tuvo la grotesca idea de cambiar el nombre a alguna calle o plaza de la comuna para recordar y homenajear al genocida. Hacer eso es equiparable a que haya una plaza Adolf Hitler en Alemania, o erigir un nuevo monumento a Franco en España. Algo por cierto inimaginable.

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Previendo una escalada neofascista que busca torcer la historia ensalzando a quienes han sido responsables de las más graves violaciones a los Derechos Humanos, presenté un proyecto de ley que prohíbe que calles, plazas o monumentos lleven el nombre del dictador Augusto Pinochet Ugarte. Lamentablemente hay que recurrir a legislar sobre un asunto que debería ser de sentido común, algo que debería ser un mínimo civilizatorio.

Con profunda preocupación constatamos que la Memoria y los DDHH están siendo relativizados a niveles peligrosos. Y esto no sucede sólo en Chile, sino que es una tendencia que se va instalando en diversas latitudes. Es cosa de ver el negacionismo promovido por Milei en Argentina y casos similares en otros países y continentes.

Vivimos en una época en la que, por muy obvio que sea, hay que aplicar normas y regular situaciones como ésta. La desinformación, la mentira, el negacionismo, horadan lo más básico de un Estado de Derecho como es el respeto irrestricto de los derechos fundamentales de cada persona.

Es deber de todas y todos mantener la memoria viva, esa es la mejor garantía de no repetición. No podemos permitir que como sociedad se vuelva a pensar que estas atrocidades están justificadas, o peor aún, aceptar que se diga que no existieron. Los riesgos de repetir la historia son muy grandes.

Es por eso que hemos presentado este proyecto de Ley. Es un imperativo ético hacer todo lo necesario para que ninguna calle, plaza o monumento lleven jamás el nombre del genocida.

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