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Los fascismos: Deshumanización y retórica de la crueldad
Agencia Uno

Los fascismos: Deshumanización y retórica de la crueldad

Por: Adolfo Estrella | 16.04.2025
La retórica de la crueldad es el conjunto de estrategias discursivas que buscan normalizar, justificar o incluso glorificar actos de exclusión, opresión o violencia hacia ciertos grupos o individuos. Esta retórica antecede y se entreteje con la retórica de la deshumanización.

El actor chileno Alfredo Castro, en una reciente entrevista, se refirió a una ultraderecha galopante, peligrosa, insidiosa y cruel”. Tomemos el último adjetivo y reflexionemos sobre la crueldad como uno de los rasgos definitorios de los autoritarismos fascistas o fascistoides que, ahora como antaño, se enseñorean por el mundo.

Por supuesto, estas ideologías no inventaron la crueldad, entendida como la “acción que genera dolor y sufrimiento en otro ser”, pues esta ha acompañado desde siempre a la especie humana. Por lo que sabemos, la única especie “cruel” es la humana. “Los animales son feroces, pero no crueles”, afirma José Antonio Marina.

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Aunque las ultraderechas no inventaron la crueldad, su pensamiento, valores y políticas la expresan, ensalzan y potencian. Han creado la comunicación abierta y obscena de la crueldad como parte esencial de su discurso y conducta. Hacen de la crueldad un valor distintivo, la convierten en un espectáculo normalizado y se enorgullecen de su lenguaje crudo, cruento y cruel.

Buscan adhesiones, y las obtienen, a través de mensajes y propuestas que implican algún tipo de daño o padecimiento hacia aquellos que definen como sus enemigos, en particular si son más débiles.

La crueldad se manifiesta en torturadores masivos como Bukele, pulcro, aséptico y técnico, pero torturador al fin, que aplica desvergonzadamente su crueldad contra individuos que, en su mayoría, no han sido juzgados en tribunales independientes. No se trata de defender delincuentes, sino de recordar que, en un Estado de Derecho, las cárceles no son lugares de sadismo industrializado y que incluso los más despreciables tienen derecho a un juicio justo.

En un Estado de Derecho, una vez que alguien ha tenido un juicio justo y ha sido condenado, no puede ser defendido alegando que el juicio fue injusto, que el sentenciado no hizo lo que hizo o que, si lo hizo, estuvo bien hecho. Esto es lo que afirma Johannes Kaiser en relación a Krassnoff.

En Chile, la crueldad se refleja en el muy cristiano Kast, quien elogia a Bukele afirmando que prefiere la cadena perpetua porque hace sufrir más al detenido que la pena de muerte, convirtiéndolo en “un muerto en vida”, no por una consideración humanitaria.

Crueles son las afirmaciones de un oscuro postulante al cargo de alcalde que, tiempo atrás, pedía instalar minas antipersonales en la frontera norte de Chile para detener una imaginaria invasión de extranjeros, a sabiendas de que eso implicaría mutilar a mujeres y niños.

Crueles son las propuestas de un grotesco candidato presidencial que sube la apuesta y propone minas antitanques. Crueles son las afirmaciones de otro que propone restringir el acceso a la educación de niños hijos de inmigrantes irregulares. Crueles son los dichos de un ex cantante menor que insta a “correr bala” y “pitearse” a los delincuentes que él identifica con extranjeros. Crueles son las expresiones de sectores importantes de la opinión pública que aplauden estas crueldades.

Esto no ocurre solo en Chile. El escritor Federico Bonasso afirma que “la sociedad global navega impúdicamente en el disparate, un disparate narrativo que justifica el acto criminal”. Somos testigos del genocidio o la persecución racista del migrante y también de las narrativas que lo justifican.

“Israel se está defendiendo contra subhumanos” o “Israel acepta un cese al fuego”, sostendrá el gobierno de Netanyahu mientras continúa bombardeando. “Son violadores” o “se comen a los perros y gatos de los vecinos”, dirá Trump sobre los migrantes, y así podrá enviar cientos de personas sin juicio a las cárceles-negocio de El Salvador. La impudicia significa una falta de pudor o vergüenza en situaciones donde se esperaría contención, respeto y compasión.

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La retórica de la crueldad es el conjunto de estrategias discursivas que buscan normalizar, justificar o incluso glorificar actos de exclusión, opresión o violencia hacia ciertos grupos o individuos. Esta retórica antecede y se entreteje con la retórica de la deshumanización.

Lentamente, se producen argumentos que devalúan a alguna categoría social, haciéndola aparecer muy diferente e inferior, convirtiéndola en enemiga y, por lo tanto, candidata al abuso. Se trata de negar la humanidad del “otro”, describiéndolo como plaga, horda, invasor… es decir, como una amenaza para un supuesto conjunto nacional prístino, sano, valioso e inmutable.

Para los nazis eran principalmente judíos y comunistas; los rumanos de la Guardia de Hierro añadían las minorías húngara y gitana; y los falangistas españoles fantaseaban con una “conspiración judeomasónica” mundial, por citar algunos de los enemigos y amenazas de las múltiples formaciones fascistas europeas del siglo XX.

La deshumanización del “otro” se sostiene en el uso de un lenguaje agresivo y en la exaltación de la fuerza y la dominación. En su discurso, se acumulan razones y sinrazones para justificar actos de marginación, encarcelamiento, deportación o exterminio, es decir, para justificar la crueldad. Esto es lo que ocurre en Estados Unidos y aquí con los inmigrantes. En todas partes campea la arbitrariedad y la maldad.

Todos estos personajes y sus adherentes incentivan el odio y la desconfianza. Utilizan la exageración de los problemas sociales y la producción sistemática de miedos colectivos como recurso político.

Lo peor es que sus declaraciones son consideradas simplemente “polémicas” o “controvertidas”, y no inmorales ni punibles.

Lo peor es que perdemos capacidad de indignación y vemos la crueldad de algunos sobre otros sin hacer nada.

Lo peor es que hay quienes ganan mucho dinero en los mercados y en los espectáculos mediáticos de la crueldad.

Lo peor es que una parte importante de la sociedad apoya activamente los comportamientos crueles.

Lo peor es que otra parte de la sociedad no considera que la crueldad sea algo a combatir con urgencia.

Lo peor es que las sociedades se anestesian a sí mismas y pierden sustento moral.

Lo peor es que, con nuestro silencio, aumentamos las probabilidades de ser, todos, en algún momento, objeto de algún tipo de crueldad.

Lo peor es que los crueles están ganando la batalla.

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