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La utopía del equilibrio: El 'yin yang' del trabajo en las organizaciones sociales
Imagen referencial de una ONG trabajando / Agencia Uno

La utopía del equilibrio: El 'yin yang' del trabajo en las organizaciones sociales

Por: César Puentes Arcos | 26.01.2025
Es necesario mencionar lo bueno, lo malo y lo posible. Con tranquilidad, con amor, pero con claridad, y presentando límites claros. Sino la convivencia se hace conflictiva y los procesos se vuelven truncos, generando todo lo contrario a lo que busca: en vez de sembrar esperanza cosechamos desesperanzas.

El cada día más asertivo Aldous Huxley, menciona en su célebre obra “Un mundo feliz” que "La utopía está más cerca de la sátira que de la esperanza cuando muestra sus grietas". Vayamos bajando del cielo esta frase.

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Acompañar y trabajar por la utopía, asegurando que suceda, puede convertirse rápidamente en el fomento de su contrario, o en tragedia. La filosofía del Tao tenía muy clara esta fluidez: en el centro del blanco está el negro. Todo el Tao es el enfrentamiento entre el equilibrio fluido y el estático (permítaseme decirlo con palabras desde ya estáticas).

Digamos que la fe es la creencia, digamos luego que la creencia en una utopía, no necesariamente, pero digamos que queremos lograr algo y que creemos que es posible lograrlo.

Digamos luego que queremos paz, amor y prosperidad, probablemente el deseo más dicho en los saludos de año nuevo.

Hasta ahí vamos bien, estamos de acuerdo, salvo los sicópatas y quienes abandonaron la fe, cualquiera sea esta, por cierto, que cada día son más, pero ni cerca de los creyentes (de lo que sea).

Digamos que queremos entender y vivir esa fe como si fuera un mensaje liberador que busca mejorar la vida humana individual y comunitaria centrada en el amor, la misericordia, la justicia y la esperanza. Digamos que queremos ponernos esos lentes y vivir así, elegir vivir así. Ok.

Digamos que existe su creencia contrapuesta, que, para lograr la paz, el amor y la prosperidad necesitamos mantener el orden y evitar que las personas se desvíen del camino considerado correcto. Digamos que se necesitan de reglas claras, límites, sanciones y premios para lograrlo.

Digamos que en ciertas sociedades la primera vía, la abrazan las organizaciones del espectro de las izquierdas comunitarias apegadas al buen vivir. Digamos que esas organizaciones son muy flexibles y muchas cosas se dejan a la “buena conciencia” de la gente que trabaja voluntariamente.

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Supongamos que eso no funciona tan bien, que faltan capacidades instaladas, supongamos que es deber incorporar protocolos de convivencia, de autocuidado, de violencia, de gestión, etc. Supongamos que es muy necesario, en la convivencia entre individuos y como cuidado grupal, generar estas guías.

Supongamos que ya estamos validando la segunda vía: reglas claras, límites, sanciones sociales de ser necesarias, siempre en acompañamiento e integración, pero sanciones de todas maneras, ojalá las menos posibles. Ojalá sin sanción. Pero sí con límites, con protocolos y claridades en la convivencia. Sin venganzas y bajezas personales.

Acordemos que una acción colectiva, cualquiera sea esta, requiere de funciones para lograr un cierto objetivo. Por ejemplo, una completada. Supongamos que se planifica, se hacen equipos de acción y se requieren recursos monetarios y humanos. Supongamos que la gente encargada de llevar las servilletas no las lleva por que no preguntó con quién coordinarse para conseguir las servilletas o la plata para ir a comprarlas. ¿Quién tiene la responsabilidad? ¿El individuo o el colectivo?

Si decimos el colectivo suponemos automáticamente que un alguien debería haberle dicho a esa persona qué hacer, es decir, otro individuo o algunos individuos. Curioso, es la responsabilidad del colectivo pero recae en individuos la acción real. ¿El colectivo es un eufemismo? No, existe, en tanto todos evalúan y luego de no llegar las servilletas se acuerda que el rol de servilletero conllevará tales o cuales acciones.

Las acciones y propuestas son individuales, pero se sancionan en el colectivo, he ahí un principio rector. Suponer el amor y la buena voluntad están a la base; luego necesitamos acordar y realizar un seguimiento a que las cosas se hagan como lo necesita o requiere el colectivo, es decir, normativamente.

¿Cuántas veces es capaz de soportar un colectivo que se hagan las cosas en contra de sus formas acordadas? Depende de la paciencia y la claridad de sus componentes. Si no sabes lo que pasa, no entiendes los procesos, no escuchas en la asamblea, no conoces los protocolos, etc. Por ignorancia, se pueden soportar muchas transgresiones, salvo de las personas que están informadas y están a caballo del proceso.

Ante este abandono de la responsabilidad el discurso permisivo suele campar como estabilizador grupal: el mensaje de amor y amistad. Lo cual está muy bien, por cierto, pues mantiene la deseabilidad de habitar los espacios. No obstante, y relevando ese discurso, es menester que sea complementado con la visión de las ponderaciones y aquilatamientos: autocrítica para el crecimiento, evaluación, mucha evaluación, etc.

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Es necesario mencionar lo bueno, lo malo y lo posible. Con tranquilidad, con amor, pero con claridad, y presentando límites claros. Sino la convivencia se hace conflictiva y los procesos se vuelven truncos, generando todo lo contrario a lo que busca: en vez de sembrar esperanza cosechamos desesperanzas.