Mérito: Una reivindicación necesaria para la renovación socialista
Las críticas que ha recibido mi propuesta sobre revalorizar el mérito en el contexto de una segunda renovación socialista son, sin duda, certeras en muchos aspectos, pero su punto de vista es miope. Me refiero a los textos publicados por Carlos Cerpa, "La meritocracia, una ilusión" (El Quinto Poder, 7.11.2024) y por Roberto Pizarro, "La meritocracia en la segunda renovación socialista" (El Desconcierto 10.11.2024).
Ellos tienen mucha razón en recordarnos algo muy sabido: la meritocracia ha funcionado históricamente como un mecanismo que, bajo la apariencia de neutralidad y justicia, ha tendido a reproducir privilegios y legitimar desigualdades.
El sistema meritocrático legitima el orden existente, generando frustración en los "perdedores" y arrogancia en los "ganadores", mientras oculta los determinismos sociales que condicionan profundamente quién puede acceder de verdad a las posiciones más valoradas.
Como la gran mayoría de personas de izquierda, de esta constatación empírica ellos sacan la conclusión de que la cuestión meritocrática no solo es una falsedad sino además un instrumento ideológico, y por lo tanto debe ser rechazado como concepto apto para ser parte de una segunda renovación socialista.
Su error es botar al bebé con el agua de la bañera. Mi punto no es ciego a los problemas que denuncian Cerpa y Pizarro. ¿Quién podría serlo? Mi punto es que su reconocimiento no debe llevarnos a rechazar completamente el principio del mérito. Es necesario distinguir entre el mérito como principio normativo propio de las sociedades democráticas modernas, y sus realizaciones históricas concretas o sus usos ideológicos.
Se trata de una distinción entre principios normativos abiertos siempre a su continua reinterpretación y esfuerzos de institucionalización, de una parte, y el modo concreto y real en que es entendido e institucionalizado en un contexto histórico concreto, como el nuestro, de la otra. Esta diferencia conceptual marca mi enorme diferencia política con Cerpa y Pizarro.
En este sentido creo que es mejor seguir a Rancière que a Bourdieu. El hecho de que un principio igualitario no se realice plenamente en la práctica no es argumento suficiente para solo denunciarlo como mera carcaza ideológica. Hay que ir más allá del momento negativo.
La tarea política consiste precisamente en tratar de reinterpretar ese principio y luchar por su realización efectiva de acuerdo a esa nueva reinterpretación. Ahí se esconde un potencial de crítica muy profunda al orden existente, una perspectiva que es fundamental para entender el mérito como un campo de disputa política.
Cuando la derecha neoliberal reduce el mérito al éxito individual en la competencia de mercado, o cuando el conservadurismo lo vincula a valores tradicionales y privilegios heredados, están intentando apropiarse de un principio que, en su origen, tiene un potencial democrático radical. Baste recordar que -tanto en el origen del mundo moderno como hoy mismo- es, gracias a el, que es si quiera posible cuestionar privilegios basados en la herencia, la clase, la raza, la etnia, la procedencia geográfica, el sexo e incluso la religión.
El mérito, entendido como el reconocimiento de las capacidades y contribuciones de las personas no solo a la mejora de su propio estatus sino también al bien común, es un principio que cuestiona los privilegios heredados y las jerarquías naturalizadas. No hay un principio alternativo. La pregunta es, ¿qué haríamos sin este principio?, ¿qué haría el feminismo sin él?
La izquierda no puede simplemente abandonar este terreno. Necesitamos desarrollar una concepción alternativa del mérito que lo vincule a la construcción y realización del bien común y al desarrollo de las capacidades colectivas. No se trata de negar que existen diferencias de capacidades y talentos, sino de democratizar radicalmente las posibilidades de su desarrollo y transformar los criterios de su valoración.
La segunda renovación socialista debe asumir esta tarea: transformar el mérito de un mecanismo de legitimación de desigualdades en una herramienta de transformación social igualitaria. El desafío es grande, pero la alternativa de abandonar el campo del mérito a la derecha sería un error histórico.
La tradición socialista siempre ha combinado la crítica radical de lo existente con la afirmación de principios emancipatorios. Es tiempo de hacer lo mismo con el mérito: criticar su realización actual para afirmar su potencial democrático.