La meritocracia en la segunda renovación socialista
En artículo de El Mostrador (31-10-2024), el profesor de la Universidad Andrés Bello, Mauro Basaure, intenta aportar a los esfuerzos de una “segunda renovación socialista”, con el argumento que ésta debiera revalorizar la meritocracia, la misma que el filósofo Michael Sandel condena, con buenos argumentos, en su libro La Tiranía del Mérito.
Basaure señala que, “Debemos promover un concepto de mérito que esté al servicio de la justicia social, que no sea simplemente un reflejo de privilegio, sino una expresión genuina de la capacidad de las personas para contribuir al bienestar colectivo” (El Mostrador, 31-10-2024).
Sin embargo, no basta con decir. Debiera explicar cómo podría la meritocracia favorecer el bienestar colectivo en vez de servir a la reproducción de las elites en el poder.
El profesor agrega que es “un error del socialismo” concentrarse exclusivamente en la ayuda estatal a los desfavorecidos y, en cambio, lo que corresponde a la izquierda es valorar el esfuerzo individual.
Esa argumentación ignora que el verdadero socialismo no concentra sus fuegos en la ayuda estatal o, en general en la distribución, sino en las relaciones económicas que determinan esa distribución y que dan origen a las desigualdades. Por lo demás el esfuerzo individual ya está presente en el actual régimen de injusticias, con sus salarios precarios y jornadas interminables.
Carlos Marx fue categórico en sostener que las desigualdades deben ser atacadas en el ámbito de la producción y no en la distribución. Ello es claro en todo su pensamiento y explícito en su Crítica al Programa de Gotha, cuando sostiene “…es equivocado hacer hincapié en la distribución como si fuera lo más importante. La distribución de los medios de consumo es un corolario de las condiciones de producción”. Y esa visión es permanente en toda la tradición socialista.
Es probable que el profesor Basaure esté pensando en La Tercera Vía de Giddens y en su expresión política con Tony Blair, la que conduce por el erróneo camino de la distribución, en vez de atacar la base material de las desigualdades. En consecuencia, ni el Estado distribuidor ni tampoco la meritocracia pueden ser componentes del socialismo o de una izquierda efectivamente transformadora.
Vamos entonces a la meritocracia.
En el sistema capitalista, y sobre todo en el actual capitalismo neoliberal, la izquierda debe colocar el énfasis en el ámbito de la producción y por tanto en las luchas reivindicativas de los trabajadores por mejores salarios y en sus condiciones laborales. Ese debe ser su referente, y no la promoción de la meritocracia.
A la izquierda le corresponde entonces apoyar y potenciar la fuerza de los trabajadores, tanto para mejorar sus condiciones de existencia, como para que su poder material y moral favorezcan a mediano plazo un cambio radical en el régimen de injusticias.
En el caso particular de Chile, en la lucha contra las aberraciones del capitalismo neoliberal, lo prioritario es reducir las desigualdades económicas y las relaciones de poder entre el capital y el trabajo, para lo cual el fortalecimiento de los sindicatos y la negociación colectiva resultan fundamentales. Y, por cierto, habrá que insistir también en la construcción de una estructura productiva diversificada, que genere mayores fuentes de empleo y que reduzca la informalidad.
Si la izquierda (re)valoriza la meritocracia como mecanismo de promoción, reduce aún más la representación de los trabajadores, en la vida económica, política y cultural del país. Así las cosas, la elite económica y política tendrá siempre un acceso privilegiado a los puestos de responsabilidad en los partidos, gobiernos e instituciones de la República.
Es lo que ha sucedido en Chile en las últimas décadas. La preponderancia de los títulos universitarios ha restado representatividad a los trabajadores y gente modesta, dejando a “los meritocráticos” que atiendan sus demandas; pero, éstos desconocen los problemas del mundo popular y por tanto las políticas públicas en su favor resultan siempre insatisfactorias.
En realidad, la meritocracia favorece la perpetuación de los privilegios de la clase dominante, gracias a que vivimos en una estructura económica y social que desde la partida entrega mayores ventajas a los dueños del poder y del dinero.
El problema radica en que el esfuerzo individual no tiene el mismo premio según la clase social en que se nace. El obrero tiene talento para realizar sus tareas y trabaja duro, pero no obtiene los mismos frutos en la vida que el banquero o el empresario exportador (Carlos Gil, Espacio Público, 20-02-2023, España).
Así las cosas, el niño nacido en La Pintana, aunque tenga talento y se esfuerce, sin un contexto económico, cultural, familiar y social apropiado, jamás podrá tener el mismo éxito en la vida que el niño nacido en Las Condes. Por tanto, el resultado de la meritocracia se conoce de antemano.
En efecto, no existen ejecutivos de empresas, profesores universitarios o ministros, con origen en barrios populares. Por tanto, los perdedores en la carrera meritocrática serán siempre los mismos: los que nacieron en La Pincoya o en La Pintana, y que terminan de conserjes, limpiadores, obreros de la construcción, o en otros trabajos similares.
Aunque Basaure descubra una meritocracia con justicia social, el sistema neoliberal y el exacerbado individualismo que vivimos siempre cerrará las puertas de la movilidad social para los trabajadores y sectores populares.
No hay que olvidar que los trabajadores son los que hacen posible que la sociedad funcione, al realizar las actividades fundamentales de la vida económica. Y por ello es sorprendente que la valoración meritocrática considere perdedoras a personas sin títulos, que son las que garantizan las necesidades básicas de alimentos, vestimenta, educación y sanidad en la sociedad.
A final de cuentas, la meritocracia no es más que un mecanismo de concentración y transmisión dinástica de riqueza y privilegios entre generaciones. Un orden de castas que genera rencor y división. No transforma la élite, ni la amplia, simplemente, la hace digerible en su injusticia; la legítima. Por su intervención: “las élites monopolizan cada vez más no solo los ingresos, la riqueza y el poder, sino también el honor público y la estima privada” (P. Jódar, “Desigualdad y meritocracia”, en Paso a la izquierda, 05-06-2021)
En suma, la defensa de la meritocracia fortalece el discurso ideológico de las elites, reproduciendo la arrogancia de los ganadores y generando resentimiento en los que han quedado atrás.
Y, si la “primera renovación socialista” fue funcional a los intereses del neoliberalismo, fortaleciendo el poder de las elites, la promoción de la meritocracia para una segunda renovación ampliará el régimen de injusticias.