Construyendo vidas: Ser profesor y profesora en Chile
Ser profesor y profesora en el Chile de hoy es una tarea desafiante, compleja y agotadora, tanto por las demandas desde diversos actores, estudiantes, colegas, directivos docentes y padres y apoderados, como así también desde las expectativas de la sociedad, que espera, como si fuera solo responsabilidad del Profesorado, la formación de nuevas generaciones en rol de continuidad académica, inserción laboral, vida profesional o en un rol que de cuenta de una formación ciudadana comprometida con la paz y la justicia social.
La tarea de los y las profesoras parece volverse difícil cuando las exigencias o expectativas, venidas de distintos lugares sociales, se vuelven un contrapunto a la íntima identidad y sensibilidad del ser educador y educadora. Y es que, parafraseando a Byung-Chul Han: La velocidad a la que se mueve el tiempo en la vida diaria nos tiene confundidos.
Vivimos en una espiral creciente que nos presiona, que nos irrita, que nos enajena, que nos agota. Muchos tenemos la sensación de que existimos dando tumbos, que los acontecimientos nos atropellan, que todo parece ser efímero y fugaz. La vida gana aceleración pero pierde duración, profundidad y se tiene, menos aún, capacidad de contemplación.
Esto también ocurre en las salas de clases con planificaciones, evaluaciones, mediaciones, atenciones de situaciones emergentes, entre otros. Tenemos la sensación de que todo se termina antes de lo que debería. Somos los pasajeros de un tren, algo así como un tren al sur de alta velocidad que cada vez corre más rápido.
Tal vez la mayoría de quienes viajan se maravillan de la aceleración, no del paisaje ni de quien viaja a nuestro lado, mientras unos pocos sin palabras, asombrados o incómodos, no saben qué decir de lo que ven: el éxtasis de la velocidad, “somos aves de paso, eso somos”, dice la Premio Nacional de Literatura 2024, la poetisa Elvira Hernández.
Pero no vivimos en un tiempo acelerado, vivimos en un tiempo sin narrativa, pues cada uno mira el paisaje como aquello que le corresponde hacer, algo así como su velocidad. Y en ese paisaje no hay un nosotros, ya que naufragó en los individuos. De acuerdo a Nietzsche este tiempo es el tiempo del tú debes y solo yo puedo y, si no, sigamos que nos tocó vivir esto o aquello.
Y como diría Nicanor Parra, al cierre de su poema Los Profesores: “Y mientras tanto la Primera Guerra Mundial / Y mientras tanto la Segunda Guerra Mundial / La adolescencia al fondo del patio / La juventud debajo de la mesa / La madurez que no se conoció / La vejez / con sus alas de insecto”.
Pero en íntimo latido del ejercicio profesional, la vocación docente sigue palpitando y derramando aguas a los ríos que inundan las aulas, los patios y las calles de nuestros, nuestras niñas, niños y adolescentes, por quienes la vida y sus sueños, se nos devuelve a mares y desborda con mundo de la vida en las salas de clases. Y es que no hay más preciado don que el sentir que la vida cobra sentido en otros y en otras, en ese don que es tan preciado, como la de sembrar para las nuevas primaveras que vienen, para el presente continuo que se forja.
Como nos dijera Beatrice Ávalos; los profesores, no son ni héroes ni villanos, son profesionales de la educación que construyen su identidad docente, gastando su vida, sus vidas, en dar vida en la cotidiana interacción con sus estudiantes, en cada uno de los diversos contextos en los que les toca desenvolverse.
Como lo dijera Gabriela Mistral: los profesores y profesoras nos cuidamos de teorizar o enceguecernos con teorías pedagógicas o de estar creando siempre nuevas; el lugar de cada niño y niñas es lo que importa, pues otra cosa es con guitarra.
Mistral además ilustra en el texto Pasión de enseñar (2017), que:
“El niño, hasta el más infeliz, llega a la escuela trayendo su mitología, [su relato] un puñado chiquito de fábulas recibidas unas en la falda de una madre contadora, otras de boca de la vecindad... Habría que oírle primero y ver el modo de usar ese pequeño tesoro, aunque no fuese sino para valorizar lo único que trae y abrirle con esto la confianza (...) [Para] Contar de nuevo, metiendo lo que falta (...) hasta dejársela incorporada en su contorno cabal” (pp. 31-32)
“El contador ha de ser sencillo y hasta humilde si ha de repetir sin añadidura fábula maestra que no necesita adobo; deberá ser donoso, surcado de gracia en la palabra, espejeante donaire, pues el niño es más sensible que Goethe o que Ronsard a la gracia” (p. 61).
Y “no hay mayor fiesta en la relación escolar, que la de una confianza desatada” (p. 50)
Son muchos los desafíos para ser profesor o profesora en Chile, pero desde las disciplinas de cada programa, desde los espacios en los patios y en tantos lugares que rodean el encuentro con los y las estudiantes, se debe reavivar el impulso por construir espacios de vida, que nos permitan siempre encontrarnos en un nosotros, que día a día renueven las experiencias y vivencias que nutren el sentido de aprender conocer, a ser, a saber a vivir y convivir.
Los educadores y educadoras tenemos el desafío de volver al sentido de la escuela como el lugar de encuentro y ocio junto a nuestros y nuestras estudiantes, tal vez lograríamos que cada uno y cada una de sus integrantes descubrieran lo que habla en cada corazón; en los aromas de un recreo, del aula o aquello que nos conecta con la naturaleza; reconoceremos nuestras historias pasadas o momentos de goce y alegría.
La belleza de los sonidos y los aromas, además, nos invitan a testimoniar una vocación que nace de nuestra voz más íntima; hacer del aprendizaje y la formación un viaje de vida.
Ser profesor en el Chile de hoy significa educar en aulas diversas, con políticas públicas de inclusión y convivencia, lo que demanda nuevos conocimientos y nuevas competencias por parte de los y las docentes, para generar espacios de aprendizaje donde los estudiantes interactúen y construyan conocimientos, desarrollen habilidades, y en en ese viaje descubran la dignidad que los hace vivir y convivir en un mundo en el que el cuidado es la primera tarea para la paz, para nuestra naturaleza, para nuestra convivencia, para cada corazón que quiere latir para sí y también para otros.