Érika Montecinos a 40 años del primer lesbocidio:
Érika Montecinos - Fotografía: Ministerio de la Mujer e Igualdad de Género.

Érika Montecinos a 40 años del primer lesbocidio: "Mónica Briones nos enseña a ser nosotras mismas"

Por: Matias Rojas | 29.09.2024
En conversación con El Desconcierto, la periodista, escritora y activista lesbo-feminista Érika Montecinos habla sobre su libro "Con mi recuerdo encendí el fuego. Mónica Briones Puccio, una biografía personal", obra que narra la vida y muerte de Mónica Briones, considerado el primer caso documentado de un crimen de odio lesbofóbico en Chile.

La noche del 9 de julio de 1984, en pleno centro de Santiago, con la dictadura como telón de fondo represivo, ocurrió el primer caso documentado de lesbocidio en el país. Mónica Briones Puccio, una artista de 34 años, que vivía su sexualidad sin tapujos, fue asesinada en un crimen que quedó velado bajo la nebulosa de un sistema judicial saturado por el contexto de la época.

Cuatro décadas después, la periodista y activista Érika Montecinos presenta "Con mi recuerdo encendí el fuego", una biografía que busca rescatar la vida de Mónica Briones más allá de su trágica muerte. El libro, publicado por el sello Ariel (Planeta), es el resultado de 18 años de investigación.

La también escultora y pintora, frecuentaba círculos con activistas y militantes de izquierda opuestos al régimen de Augusto Pinochet, aunque no participaba activamente en movimientos políticos. El crimen ocurrió en la esquina de Irene Morales con Merced, cuando Briones esperaba un autobús tras celebrar su cumpleaños en el bar Jaque Mate.

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Según el testimonio de Gloria del Villar, amiga de la víctima, un hombre descrito como alto y fornido atacó a Briones, profiriendo insultos homofóbicos antes de golpearla fatalmente. Inicialmente, el asesinato fue encubierto como un atropello, reflejando la impunidad y discriminación imperantes.

La fundadora de la revista digital Rompiendo el Silencio y reconocida internacionalmente por su activismo LGTBIQA+, aborda en su obra el significado político de la figura de Mónica Briones yendo más allá solo de los detalles del crimen.

-En el libro hay una tensión, pues al principio de su investigación querías encontrar al culpable del crimen. ¿Cómo toma la decisión de abordarlo más bien como una biografía vital? ¿Cómo se toma esa decisión de darle ese cariño, esa mirada a Mónica?

El caso de Mónica siempre ha sido conocido por el hecho mismo, la escena del crimen. Yo misma di a conocer el caso a través de mi revista impresa en 2008, donde narré que estaba parada en una esquina esperando micro con una amiga y se acercó un hombre. Eso quedó en la retina de las comunidades y es lo que más se ha difundido. No se conocía mucho más de ella salvo algunas cosas que fui publicando.

Más allá de reconocer que el hecho fue muy cruento, quise dar a conocer que ella también tuvo una vida que no conocimos, pero que está documentada por la gente que la conoció, sobre todo su familia y amigos. Ahí me fui dando cuenta que su vida fue bien entretenida. Obviamente tuvo etapas y complejidades que todas tenemos, sobre todo en una época, imagínate, 60, 70, donde vivir de una manera libre era ser considerada loca y patologizada.

Conocer esos aspectos de Mónica le saca eso y ayuda a que la interpretación de lo que fue su crimen no se piense que se debió a otras cosas. No fue porque estuviera muy imbuida en el tema del alcohol o las drogas. Simplemente Mónica era libre en cuanto a su sexualidad, a ser visible. Eso le trajo consecuencias, el no reprimirse.

-¿Cómo resolviste en el libro abordar la historia de Mónica, considerando ese cambio desde querer resolver el crimen a narrar su vida?

Al principio, en 2006 cuando me decidí a investigar en serio el caso, me metí en el papel de la periodista busquilla, que quiere resolver el crimen, basado también en las series. Pero lentamente me fui dando cuenta que a veces, si bien es importante, no es lo central. Tuvieron que pasar años para que comprendiera a qué iba esta búsqueda. Y eso tenía que ver con lo que ella representaba políticamente para nosotras, las comunidades lésbicas.

Partí siendo una periodista muy engrupida, para después ir decantando en la activista. En esa época, 2006, igual estaba en el activismo, pero quizás era un activismo más consciente, en que yo quería lograr cosas en el sentido de instalar las vivencias lésbicas en la discusión pública. El tema de Mónica podía entregar esa memoria que muchas veces a las mismas mujeres que se identifican como lesbianas les pesa. O sea, el borrado de la memoria como que no se nombra, no existe, como que no tenemos historia o siempre está colgada del movimiento gay. Pero sí tenemos una historia, un movimiento potente que empezó en los años 80 en plena dictadura.

Sé que siempre en el periodismo se dice que uno no puede ser activista y periodista, uno tiene que ser una de las dos cosas, o si no pierdes objetividad. Pero aquí me ha servido, me ha ayudado, porque he puesto el valor de lo que es la profesión, una vocación que tengo yo, pero también mi otra pasión, que es el activismo. Vincular derechos con la profesión ha sido que salga un producto respetuoso también, y que tenga esta distancia, en el sentido de que no es una mártir a la que le pasaron cosas malas, sino que también es alguien que tuvo una vida errática, como todas las personas han tenido alguna vez en su vida.

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-¿Qué representa políticamente la figura de Mónica Briones?

Políticamente representa ser una misma, no dejar de ser una misma en cualquier circunstancia y eso es súper político. Lo que hacía Mónica sin tener conciencia de eso, el hecho de revelar su orientación sexual, que en ese tiempo no se le ponía palabra, era súper valiente. Fue calificada de loca y habersela vivido en un contexto súper represivo y conservador es político. Yo siempre he dicho, la visibilidad de nosotras las personas de las disidencias es política, porque no es fácil plantearte como una persona de las disidencias abiertamente. Eso mismo yo creo que es la disidencia y eso nos demostró Mónica también, nos hace fuertes también, independiente de su tragedia.

-El crimen de Mónica sucede cuando tú tenías 12 años y lo empiezas a investigar en 2006. ¿Cómo te ha acompañado en estos casi poco más de 18 años en su investigación?

Me fue acompañando, varias personas que han leído el libro me han comentado que se dan cuenta que fue como un crecimiento para mí. Empecé joven, no tan joven, tenía treinta y tantos años. Incluso escribiendo el libro me di cuenta que yo tenía 34 años cuando comencé a investigar, la misma edad que murió Mónica.

Creo que en el fondo me ha ido enseñando también, me entrega mensajes súper potentes, que me hace comprender cosas súper potentes, tener un entendimiento respecto a las complejidades de las vidas a no llegar y juzgar de una manera tan liviana a las personas. Por ejemplo, el juicio contra las personas que no declararon. ¿Cómo la dejaron ahí? Todos desaparecieron, nadie quiso declarar. Pero loco, estábamos en dictadura, estaba la CNI, te podía matar y te podía borrar. Entonces, en ese sentido, creo que una parte me enseñó eso, el tema de juzgar, de emitir juicio, sin antes tener esta empatía necesaria.

-¿Cómo era ese escenario de dictadura en el que un crimen de este tipo se encubrió diciendo que había sido un atropello?

En época de dictadura simplemente reinaba el caos en los tribunales. No era una cuestión así como que tú podías encontrar justicia fácilmente, era ida, los agentes de inteligencia estaban ahí, estaban bloqueando causas que se les iban acumulando. Había la presión internacional también para el régimen que quería perdurar, empezaban las protestas en los 80 contra el régimen, entonces ya no querían ir acumulando causas donde todas eran muertes sospechosas.

Entonces, al final lo que se hacía muchas veces donde se veía que había algún abogado como Alfredo Echeverry que estaba con las pilas puestas y quería investigar, no se encargó, por ejemplo, el retrato hablado, iban a buscar a una persona y ya había cambiado de domicilio, el número telefónico se había puesto con más número, nunca ubicaban a las personas. Podían pasar un año, dos años en lo mismo.

Creo que el abogado quiso hacer lo mejor posible y la procuradora, pero también hay que reconocer que la labor que estaban haciendo era ad honorem, o sea no le cobraron a la familia y muchas veces cuando hacen eso los abogados no es que le pongan toda la onda. Una amiga abogada también me dijo, mira, no se hizo lo del retrato hablado, no se hizo un análisis exhaustivo de la autopsia, que sí el abogado lo mandó a hacer y ahí se pudo descubrir, por ejemplo, que la autopsia fue falseada. Hubo bloqueos, muchos bloqueos. Ni siquiera estuvo en un contexto donde su muerte pudiera ser aclarada.

-En el libro nombras cómo se representó los lesbocidios de Mónica Briones en "Informe Especial", el de Carolina Trincao en los diarios, y recientemente hubo polémica por un podcast sobre Ana Cook. En base a estos casos, ¿cómo ves la representación en los medios de comunicación a las personas disidentes, en particular cuando hay crímenes de odio?

Hay que hacer una diferencia entre épocas. En los años en que sucedió el crimen de Carolina Trincado teníamos unos medios mucho menos amigables que actualmente. Hoy, debido a los movimientos del 8M y Ni Una Menos, es impensable que algún medio aparezca con algún titular ofensivo. Ha habido más respeto al tratamiento que se le da, entre comillas. Sin embargo, aparecen igual interpretaciones, se hacen investigaciones, podcasts, y muchas veces las interpretaciones no le caen bien a todo el mundo.

Entre esa diferencia de atrás, donde había titulares muy ofensivos, y hoy, en que supuestamente estamos en un contexto más respetuoso con las disidencias, también hay productos e investigaciones que hacen sus interpretaciones de los casos y muchas veces desde el activismo tampoco eso cae bien. Creo que ahí se da otro fenómeno muy diferente a lo que fueron los casos de fines de los 90 o principios del 2000.

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