Crítica de cine | “Oso intoxicado”: Poca trama, mucha cocaína
¿Qué pueden tener todas estas historias en común? Pues que todas se topan con un enorme oso negro intoxicado con cocaína. Esta es la delirante premisa de Cocaine Bear, película ambientada en la década de los 80 que mezcla elementos de las comedias y el horror estadounidense para presentar una historia absurda y llena de irreverencia, pero que, siendo fiel a sus mismos códigos, logra sostenerse.
Desde un primer momento, la película deja bastante en claro el pacto de verosimilitud que como espectadores tendremos que aceptar para disfrutarla: abrazar lo disparatado.
Lo primero que se nos menciona es que está basada en una historia real, lo cual no termina por ser del todo falso. En 1985 un narcotraficante dejó caer 40 paquetes de cocaína desde un avión sobre el estado de Georgia, parte de los cuales un oso negro —que más tarde sería llamado “Pablo Escobear”— consumió, muriendo inmediatamente de sobredosis.
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Sin embargo, este oso aparentemente nunca se topó, ni mucho menos asesinó, a nadie. Luego, y justo antes de la primera escena de la película, se describe el comportamiento de los osos citando directamente a Wikipedia. La intención de veracidad es dejada de lado al instante, sin por eso permitirse ser completamente inverosímil.
Lo que la directora Elizabeth Banks (Los ángeles de Charlie, Pitch Perfect 2) presenta es una fantasía que juega con la década de los 80 en Estados Unidos.
El oso que desarrolla una dependencia a la cocaína, droga predilecta de la época, y que mata a quien sea para conseguirla, solo es la referencia más obvia.
Todas las pequeñas historias que la película conecta son tropos que se explotaron a más no poder en aquella década: la aventura familiar de rescate, la pareja dispareja, el drama policial, los adolescentes pendencieros e incluso el romance improbable. La gran diferencia es que ahora se encuentra atravesada por la violencia explícita y la sangre.
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El carácter de horror slasher que pretende atribuirse a la película, y que hubiera sido interesante de ver y explorar, por desgracia queda anulado rápidamente por la comedia física y las bromas incesantes y efectistas que se siguen una tras otra.
El oso y sus ataques nunca producen temor o suspenso, al punto de que incluso los personajes parecieran no sentirse tan amenazados como deberían, pese al peligro próximo.
Lo que sí se mantiene tanto del horror como de la comedia, es la carga moral que se les suele imponer a estos géneros. Pese a tener una escena en la que dos niños intentan consumir cocaína, luego se dan espacios para hablar de los efectos negativos de las drogas y del tráfico, los cuales terminan por ser derrotados prácticamente por el poder de la familia, la amistad y las buenas costumbres.
Si bien en un comienzo pareciera que este elemento será tratado de manera irónica, dicha perspectiva termina por desaparecer.
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Pese a todo, Cocaine Bear puede verse como un ejercicio de honestidad de Hollywood: no pretende darse aires de importancia con lecciones de moral social a través de un drama fácil, y no complica su historia o narrativa para simular complejidad o inteligencia.
La película es exactamente lo que promete: un oso reaccionando a la cocaína como un humano, de forma errática y violenta. Lo interesante es que no es una película serie B o de bajo presupuesto, sino que contó con 35 millones de dólares (cifra que ya duplicó en la recaudación) y un elenco de caras familiares que incluye al fallecido Ray Liotta.
Si la película logra sostenerse hasta el final es gracias al ritmo rápido que lleva y a que Banks no abusa del chiste que apenas sostiene la trama.
Al ser una película sin pretensiones, que se asume como tal, entretiene y hasta saca más de una risa. Con todo, termina siendo un punto medio entre películas-tan-malas-que-son-buenas, como Sharknado y The Room, y una comedia de acción genérica, por lo que probablemente será más recordada por su alucinante premisa que por su contenido.