"Va a caer, pero además lo vamos a tumbar": La noche en que los feminismos de Latinoamérica se encontraron en Bolivia
Llueve a raudales en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, pero nada frena el movimiento al interior del Centro de la Cultura Plurinacional, en pleno centro histórico. Mujeres, activistas, artistas y curiosos varios se suman a una actividad que reúne a algunas de las voces de la organización feminista en la ciudad y en todo el país.
Repartidas en el suelo y en las escaleras, las esperan atenta cerca de 40 activistas de América Latina y el Caribe. Todas participan del último encuentro “Fes-minismos – ¡El futuro es feminista!”, de la Fundación Friedrich Ebert (FES), instancia que busca acercarlas a la realidad local de las mujeres.
Lupe Pérez, miembro del Colectivo Rebeldía, es la primera en presentarse. Cuenta que su organización es creada por mujeres feministas de Santa Cruz, quienes con mucho coraje -en tiempos donde ser feminista era aún más impopular que hoy- decidieron asociarse para reivindicar sus derechos y los de otras.
"La perspectiva de posicionarnos como feministas tuvo muchos desafíos, porque el patriarcado machista en Santa Cruz siempre fue ostentado, hacían gala del frater (alude a la supuesta hermandad entre hombres), del macho, con características de cada sitio en particular. Esto se ha mezclado con un papel importante de la Iglesia Católica, unas relaciones casi feudales asociadas a la producción agrícola como señoríos, con patrones y, por supuesto, una apuesta feminista afectaba intereses sobre todo económicos, pero también políticos y culturales ante esta estructura", recalcó la activista.
Hoy, Colectivo Rebeldía es parte del movimiento nacional boliviano por la despenalización del aborto, una campaña que se ha desplegado bajo el nombre de 28 de septiembre. Ahí, mujeres de todas las edades se reúnen a discutir este y otros temas, sin límites esencialistas, aclara, porque un espacio para todes.
"Hay un surgimiento y riqueza enorme de espacios feministas en nuestra región por suerte y por trabajo", destaca con una sonrisa. Y por ello, reconoce, estos espacios son muy disfrutables, sobre todo para las activistas con más años. El pasado 8 de marzo, en la calle, vieron con sus propios ojos la diversidad disidente que se tomó el espacio público para dar cuenta de su irrupción en una ciudad que los propios bolivianos de diversos rincones definen como conservadora.
Ante la mirada atenta de sus compañeras de diversas generaciones, Lupe Pérez explica que vivió en una familia en donde su madre se ocupó del trabajo de la casa y también de los cuidados de sus hijos e hijas. También debía velar por los adultos mayores, estar atenta a la salud y educación de los miembros de la casa, levantar las normas de convivencia, ocuparse de que la comida siempre estuviera a tiempo y de los remedios para los enfermos.
Así surgieron sus primeros pensamientos feministas. "Sentía rechazo a las injusticias que esto suponía y sobre todo al no identificarme con la posibilidad de sostener una carga de tamaño peso. Desde ahí, desde cualquier lugar donde nos aproximamos a revelarnos con este sistema, creo que hoy esto está ocurriendo en todas las generaciones, en todas las clases sociales, en todos los grupos culturales, con la etiqueta feminista o no. Tengo compañeras de los pueblos indígenas de Santa Cruz con las que comparto muchos sueños, esperanzas y luchas que se ponen o no la etiqueta y son tan feministas o más que cualquiera de nosotras", recalca.
La presentación de Lupe cierra con aplausos. Tras ella aparece Christián Eguez, artista y activista de la disidencia sexual. Vestido con mallas negras ajustadas, puntas sobresaliendo de sus hombros y un maquillaje recargado, el integrante de la colectiva La Pesada Subversiva alza la voz para recalcar la importancia del transfeminismo.
"Por un feminismo de mujeres, de maricas, de travestis, de travas, de trans, de marimachas, de camionas, de sidosas, de sifilíticas, por un feminismo disidente e interseccional. El patriarcado se va a caer, pero además lo vamos a tumbar", dice a modo de presentación. Y la galería estalla en aplausos.
El creador de la propuesta de activismo Marica y Marginal asegura que a todos los hombres les han dicho maricón en algún momento de sus vidas. Cuando rompe con su rol de macho, cuando no quiere acosar a una mujer, cuando no le gusta el fútbol. "Le dicen maricón a un hombre cuando decide renunciar o disiente de ese rol de macho en la sociedad y es de ese lugar del que agarramos nosotras, las travestis, las maricas, las gordas, las putas, las sifilíticas, la palabra marica", señala.
La marginalidad viene por herencia. Eguez asegura que las utopías infecciosas crecen en el margen geográfico, pero además en la periferia de las periferias, donde ni la cultura ni el arte alcanzan a torcer la censura. Esa construcción del orgullo marica es tomada como una fuente de inspiración, un motor creativo, que renuncia al "ay, qué pobrecitos y pobrecitas que somos, cuánto sufrimos. Tomamos nuestro lugar donde nos ha tocado nacer para seguir luchando y batallando", añade.
El activista de la disidencia sexual explica que "las artes travestis y la intervención callejera en el espacio público tiene que ver con una serie de disciplinamientos citadinos de la ciudad que nos impone una serie de normas para habitar la calle, la casa, el centro cultural, la cama. Y es por eso que intervenimos: porque no puede ser que un cuerpo travesti no tenga lugar en el transporte, no puede ser que de 80 casos de crímenes de odio a maricas y compañeras trans, solo uno en la historia contemporánea de Bolivia tenga sentencia. Uno en la historia", recuerda.
Antes de cualquier pregunta, antes de que algún cuestionamiento apunte hacia ese lado, Christián explica cuál es la importancia que la disidencia sexual juega en el feminismo actual en la región. No se enreda, no acude a las teorías, Eguez sabe que tiene poco tiempo y va al grano.
"¿Y por qué estas maricas tan feas se dicen feministas? ¿Por qué se dicen transfeministas? Más allá de la discusión biológica esencialista sobre qué nos cuelga o qué agujero tenemos entre las piernas, lo que nos interesa es empezar a decir que sí, las compañeras mujeres sufren un conjunto de violencias patriarcales que recaen sobre su cuerpo, pero que esas violencias que pasan por el cuerpo de la mujer no son indistintas de las violencias que pasan por el cuerpo de una trans, del marica afeminado, pobre y sidoso. No son distintas esas violencias de las que pasan por el cuerpo de la gorda construida como el cuerpo no deseado y tampoco de lo que viven las mujeres indígenas, ni las compañeras que ejercen el trabajo sexual y por eso somos transfeministas, porque no nos vamos a preguntar cuál es el sujeto político del feminismo, sino cuáles son sus cuerpos", aclara.
Eguez forma parte del Primer Museo de la Sexualidad de Bolivia, una muestra itinerante trabajada en conjunto con el Colectivo Rebeldía. Desde su espacio, llama a recordar que las disidencias sexuales siguen disciplinadas y controladas en su país, donde una persona trans no tiene derecho a ejercer su identidad siendo menor de edad.
"Aunque se dice una ciudad de avanzada, aunque se dice una sociedad en proceso de desarrollo y toda esa maraña capitalista, no es así. Es la ciudad más conservadora del país, es dificilísimo ser marica en Santa Cruz, es muy difícil ser marica o trava en la periferia cruceña. Santa Cruz no es más que un pueblucho que merece ser sacudido y quienes lo van a hacer son ustedes, nosotras, vamos a ser las feministas", cierra, mientras sus compañeres vuelven a aplaudir.
Sabemos que la trata de mujeres sigue y crece
La comunicadora audiovisual Alejandra Menacho es la tercera en intervenir durante el encuentro. La integrante de La Pesada Subversiva participó de la fundación de Pezones Metralleta, una idea surgida en la frontera tripartita de Chile, Perú y Bolivia. La trata y tráfico de mujeres se convirtió en el tema central del colectivo, quienes llegaron a la zona a pintar un lienzo gigante con los rostros de todas las mujeres desaparecidas desde 2015, que van desde los 13 a 30 años.
Dicha imagen y proyecto fue presentada más tarde en el Centro Cultural Gabriela Mistral, en Santiago de Chile, entre junio y agosto del año pasado. El trabajo profundizó en una temática abierta y que sigue sin ser objeto prioritario de investigación para las policías de los tres países de la región. Así fue como Alejandra y sus compañeras conocieron a señora María Rita, fundadora de la Asociación de Apoyo a Familiares Víctimas de Trata y Tráfico de Personas y Delitos Conexos.
El 20 de junio de 2015, María vio por última vez a su hija Dayanna Algarañaz Hurtado (21). La joven cursaba su segundo año de Ingeniería Medioambiental y nunca volvieron a saber de ella. "Ya papito, ya estoy de ida" alcanzó a decir al teléfono la última vez que lograron escucharla. Desde entonces, María y otras mujeres trabajan para combatir la desidia del Estado ante la desaparición de sus hijas y exigen la regulación y fin de los prostíbulos que se pierden del control y la fiscalización en la frontera.
"No están solas", fue el mensaje que Alejandra Menacho y sus compañeras escribieron para aquellas jovencitas que viajan en vagones, quizás en qué condiciones, tras ser captadas para ejercer -en muchas ocasiones forzosamente- el comercio sexual. "En cualquier momento, cualquiera de nosotras podemos desaparecer y cualquiera está implicado también en la trata y tráfico de personas. El gobierno también es cómplice", señala la audiovisualista.
A pesar de los años, la señora María Rita no baja los brazos. Con la voz quebrada, dice que "el consumista es un cómplice fatal, es por ellos que nos roban a nuestros hijos. Aunque no lo veamos en las noticias, la trata sigue creciendo. Ya no las raptan como antes; entran a grupos ofreciéndoles salidas a algunos lugares, que es donde las captan".
Al finalizar la presentación de su proyecto, Alejandra Menacho también lo recalca: "Sabemos que la trata sigue y crece pero nadie hace investigación por esos lados", se lamenta.
La activista Andrea Terceros se suma al cierre y cuenta que lleva unos 14 años militando en el feminismo. Hoy es miembro de Warmis en Resistencia, un colectivo nacido en La Paz que busca articularse con diversos departamentos de toda Bolivia.
"En Bolivia, el centralismo político pesa mucho a la hora de organizarse socialmente. La Paz funciona muchas veces como 'el modelo de', entonces la realidad deja muy en la periferia a otros movimientos feministas que están surgiendo en otros departamentos. Al momento de la acción de calle, cuesta todavía mucho por acá", reconoce.
Sin embargo, es un hecho que la articulación ha crecido. "Hay compañeras cada vez más jóvenes que se suman, que están interesadas, curiosas, pierden el miedo. Se van sumando. A diferencia de otros países, en Bolivia nos falta sentarnos y, como decimos nosotras, jalarnos las pichicas (la cola, la trenza, el cabello) ante las diferencias", añade.
Para Andrea, uno de los riesgos que están viviendo en Bolivia y otros países de la región es que "se ha empezado a instrumentalizar al movimiento de mujeres y a los feminismos, ya sea para el partido del gobierno de turno o para la oposición. Incluso, nuestras amigues fundamentalistas: ahora salen hasta feministas provida a hablar en nombre nuestro, cuando sabemos que ahí hay cero trasfondo político. Sumar por sumar no; es necesario establecer ciertos límites".
Por estos días, Andrea y sus compañeras trabajan en el proyecto "Más turbadas que nunca", que contiene una propuesta de educación sexual integral que será difundida en clips a través de redes sociales. "Queremos reivindicar los cuerpos, las sexualidades y sobre todo el placer. Es importante redescubrir nuestros cuerpos y placeres y estamos en esa lucha", cierra.
Afuera sigue lloviendo. Las mujeres cierran la jornada entre abrazos, fotos y copas de vino. Los correos electrónicos y teléfonos ya fueron intercambiados. Las realidades de las activistas de Bolivia, Chile, Venezuela, República Dominicana, Costa Rica, Colombia, Uruguay, Ecuador y otros rincones de Latinoamérica y el Caribe, han comenzado a enredarse como una trenza que suma nuevas pichicas y se va haciendo cada día más fuerte. Por ello, para que no queden dudas, antes de partir toman sus pañuelos verdes y lanzan el grito que advierte que ahora que están todas, que ahora que sí las ven: arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer.