Migración en Chile: De las cifras del Censo a una reflexión sobre derechos

Migración en Chile: De las cifras del Censo a una reflexión sobre derechos

Por: Juan Fernández Labbé | 16.05.2018
Las políticas, no ya solo las migratorias, sino que las de atención y prestación de servicios, deben avanzar en ser más integrales, pertinentes y basadas en enfoque de derechos, y situadas en territorios concretos que tienen características, dinámicas y habitantes de carne y hueso...y emociones y sueños que quieren realizarse aquí o donde parezca posible.

Se han dado a conocer los resultados del Censo 2017 sobre población migrante en Chile y destacan tres resultados, que cabe ponerlos en contexto para comprenderlos mejor.

En primer lugar, se señala que el porcentaje de inmigrantes (personas residentes en Chile nacidas en otro país) ha crecido de un 0,81% en el año 1992 a un 4,3% en 2017; en segundo lugar, 2/3 de la población inmigrante ha llegado al país entre los años 2010 y 2017; y tercero, el 51% proviene de 3 países de América Latina: Perú (25%), Colombia (14%) y Venezuela (11%); en 6to lugar Haití con un 8,4%.

Efectivamente, el flujo migratorio se ha incrementado significativamente y lo ha hecho de manera explosiva en los últimos años. También ha cambiado en su composición, pues si bien la peruana corresponde a una migración de larga data, la colombiana y venezolana representa una novedad, y qué decir de la haitiana, que sí es mucho más novedosa. El paisaje social ha ido variando, se ha hecho más diverso y multicultural, y todo en un corto período de tiempo.

Pero hay que tener algunas consideraciones para situar este análisis. Si bien la cifra de 4,3% de migrantes puede parecer alta dada su comparación con las tres décadas previas, no es algo inédito: según el Censo de 1907 el porcentaje de migrantes en ese año en Chile ascendía a 4,1%. Además, los países que a nivel global son “atractores” de población, por ejemplo, algunos de Europa, registran cifras por sobre el 10% y el 15% de población nacida en otros países. Es decir, no se trata de algo totalmente extraño a nuestra historia ni tampoco de una “alarmante invasión”. Sí es un fenómeno desafiante para la sociedad y para las instituciones del país, y exige ser comprendido y procesado adecuadamente.

Las características del flujo migratorio, con predominancia latinoamericana por sobre la proveniente del hemisferio norte, y con mayor población negra o afrodescendiente exige, primero, entender que “la población migrante” no es un todo homogénero, al contrario, es esencialmente heterogénea,  pues la diversidad de nacionalidades de origen y de elementos étnicos y raciales es precisamente el sello de lo que estamos observando, y que enfrenta a la sociedad chilena a algo nuevo, básicamente ignorado…y la ignorancia la mayoría de las veces se traduce en temor y recelo.

Hemos visto actitudes racistas, que además se potencian cuando se trata de mujeres, sexualizando sus cuerpos, manifestando un trato discriminatorio y segmentando estereotipadamente sus oportunidades de inserción laboral, en un contexto de creciente feminización de la migración. Pero no sólo hay de eso, también hay acogida, solidaridad y compañerismo en la cotidianidad de los barrios y lugares de trabajo, al fin y al cabo, muchas veces en el día a día se comparten problemas y penurias entre chilenos/as y migrantes.

Pero el fenómeno no sólo es distinto según el origen de quienes llegan al país, también lo es según el lugar de destino. Las desigualdades territoriales, aquellas que tanto sufrimos en cuanto a diversos indicadores sociales entre regiones y comunas del país también conforman dinámicas distintas de incorporación de la población migrante. Tarapacá y Antofagasta representan contextos territoriales distintos que la Región Metropolitana en cuanto a inserción laboral, relaciones de convivencia barrial y actitudes ante los migrantes. Características de origen y de destino definen el tipo de interacción social y acogida e inclusión.

El proceso en curso requiere de cambios institucionales y sociales. Hay factores legales (política migratoria y visado generados bajo la doctrina de la seguridad del estado) que deben revisarse, no para poner más condiciones, sino que para adecuarse a los tiempos democráticos y de creciente movilidad humana a que ha conducido la globalización.

Hay factores culturales (racismo, machismo) que deben ser problematizados, puestos en evidencia y discutidos abiertamente en el seno de la sociedad y sus instituciones. A la base de esto pareciese haber un déficit para abordar la interculturalidad (y no es necesario referir sólo a los migrantes en este punto, baste ver la relación de la sociedad chilena con sus pueblos originarios, especialmente los mapuche); la equidad de género (mujeres en desventaja, si son migrantes en doble desventaja, indígenas o negras, en triple…); y los DDHH (¿dónde quedan los derechos de los migrantes, que antes de ser migrantes son personas humanas, como cualquiera, iguales en dignidad y derechos?).

Debe avanzarse desde la idea de asimilación (que el otro se adapte a como somos “nosotros”) al reconocimiento en la diversidad (cada uno aporta con su diferencias, su riqueza cultural y al encontrarnos cambiamos ambos). Por ello, las políticas, no ya solo las migratorias, sino que las de atención y prestación de servicios, deben avanzar en ser más integrales, pertinentes y basadas en enfoque de derechos, y situadas en territorios concretos que tienen características, dinámicas y habitantes de carne y hueso...y emociones y sueños que quieren realizarse aquí o donde parezca posible.