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A 80 años del Nobel ¿Más Mistral en los colegios, un antídoto al burnout docente?
Foto: Agencia Uno

A 80 años del Nobel ¿Más Mistral en los colegios, un antídoto al burnout docente?

Por: Violeta León | 11.12.2025
Quizá el antídoto no esté en Mistral sola. Pero sí en volver a escucharla juntos, y visualizar transformar la educación desde el corazón, desde dentro, usando el arte y la poesía, porque solo así podremos recuperar el espíritu humanista que hoy la escuela ha perdido.

Ayer se cumplieron los 80 años desde que Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura. Como chilenos, casi desconocemos su obra más allá de las “Rondas de niños”, y muy poco sabíamos de su escritura y de su visión pedagógica y filosófica humanista. Mistral nos recuerda que educar es un acto de amor, y que este principio debería guiar la escuela chilena hoy más que nunca.

Tengo 37 años, soy profesora y madre de una joven de 17. Me formé como docente crítica en Valparaíso, esa ciudad que te obliga a pensar mientras caminas, donde la belleza y el caos conviven y te enseñan a mirar el mundo desde la pregunta. Soy alguien con muchas dudas y pocas respuestas, pero con certezas firmes sobre el amor, la justicia y la fuerza de las comunidades humanas, esas “manadas” que nos recuerdan nuestra animalidad compartida.

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Hoy estoy cursando un segundo máster en Madrid. Decidí por salud mental salir por un tiempo de la educación escolar para mirarla desde fuera, intentar pensarla con esperanza y proponer ideas con un dolor más gestionado, que da la distancia, para seguir colaborando en proyectos colectivos que la transformen desde el corazón, desde dentro, usando el arte y la poesía como herramientas de creación y reflexión. Frente a un modelo neoliberal que nos gana, esto es más urgente que nunca: nos ganó en lo económico y nos está ganando en el espíritu humanista dentro de la escuela, que hoy no está presente salvo bellas y particulares excepciones.

Reportes de 2025 señalan que seis de cada diez profesores en Chile sufren desgaste emocional y un 30 % muestra síntomas severos de estrés crónico, ansiedad o depresión. La sobrecarga laboral, la falta de apoyo institucional, el clima escolar adverso, la presión administrativa y el número de estudiantes por curso impactan directamente en la salud mental de los docentes, porque no se ve un porvenir esperanzador.

La pandemia solo agravó lo que ya estaba roto: convivencia deteriorada, aumento de diagnósticos psicoeducativos y un profesorado que sostiene con su cuerpo y su mente una maquinaria que le devuelve burocracia vacía y escasa humanidad.

Como muchos, viví mi propio quiebre. Luego de nueve años en un liceo público, colapsé. El diagnóstico fue claro: burnout. No fue solo el cansancio, sino la frustración de educar dentro de un sistema que exige seguimiento emocional, cognitivo y físico de 30 o 40 estudiantes a la vez, mientras reduce el acto pedagógico a indicadores, consejos técnicos y análisis sin alma.

Se nos pide estar enteros, pero se nos trata como engranajes… como en ese video de Pink Floyd. Mistral, en cambio, nos recordaba que quien enseña debe amar profundamente lo que hace y a quienes enseña, y que ese amor es lo que da sentido a la enseñanza.

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Por si fuera poco, el golpe político del 4 de septiembre de 2022 dejó al descubierto otra fractura: la sensación de aislamiento de quienes creímos en un Chile más justo, más comunitario, más solidario. Una burbuja estallada de la que emergimos con la intuición amarga de que la educación humanista no es prioridad nacional.

En ese escenario, volver a Mistral no es nostalgia: es supervivencia. Su pedagogía no resuelve el burnout, pero nos recuerda algo esencial: el sentido de educar nace del amor y de la búsqueda de belleza en lo cotidiano. Cuando Mistral dice que “de los nombres de Dios, el único completo es el de amor”, nos ofrece una orientación ética, no religiosa: educar es cuidar profundamente del otro… y, a la vez, una práctica de libertad.

A veces pienso que el profesorado chileno necesita menos “innovación” y más fundamento: menos formularios y más humanidad; menos estándares y más conversación; menos presión técnica y más comunidad. Mistral nos enseñó que la educación auténtica florece en espacios donde el amor, la confianza y la creatividad predominan, y por eso su visión puede ser la chispa que nos impulse a imaginar una escuela diferente, que todavía no existe pero que muchos deseamos.

Tiempos oscuros se asoman. En ellos, la voz de Gabriela Mistral puede ser una luz: no una luz que queme, como la del burnout… sino una que ilumine y sostenga. Una luz que nos recuerde que solo el amor es digno de abrir la boca para enseñar, y que “quien no pueda amar mucho, no debe enseñar a niños”.

Quizá el antídoto no esté en Mistral sola. Pero sí en volver a escucharla juntos, y visualizar transformar la educación desde el corazón, desde dentro, usando el arte y la poesía, porque solo así podremos recuperar el espíritu humanista que hoy la escuela ha perdido.

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