Salud mental y VIH: cómo el estigma debilita las redes de apoyo en Chile
La crisis de salud mental que atraviesa Chile no se limita al aumento de diagnósticos ni al malestar individual.
El problema es más profundo: un sistema de salud tensionado, falta de especialistas, largas listas de espera y una carga estructural que dificulta el acceso a atención oportuna.
Para quienes viven con VIH, este escenario se vuelve aún más complejo debido al estigma social que persiste en torno al diagnóstico y que termina influyendo directamente en su bienestar emocional.
Ese estigma se manifiesta en juicios morales, temor al rechazo y una relación frágil con los espacios de salud.
La autoestima, la vida cotidiana y los vínculos sociales quedan atravesados por ideas que históricamente han acompañado al VIH y que continúan presentes, aunque la información disponible y los tratamientos hayan avanzado.
Durante décadas, muchas de estas dificultades se enfrentaron colectivamente. Los grupos de apoyo entre pares ofrecieron contención, conversación y un sentido de pertenencia que fortaleció el cuidado emocional.
En esos espacios se compartían experiencias, se generaban confianzas y se visibilizaban factores sociales que influyen en la salud mental. Sin embargo, en los últimos años ese tejido comunitario ha perdido fuerza.
La pandemia de COVID-19 marcó un punto de quiebre: varias organizaciones que funcionaban dentro de hospitales dejaron de existir y surgieron iniciativas virtuales que, aunque útiles, no reemplazaron completamente la participación presencial.
A esto se suman el desgaste de las organizaciones, la falta de financiamiento y las dificultades de tiempo de quienes intentan sostenerlas.
Un fenómeno especialmente preocupante es la automarginación. Muchas personas optan por no vincularse con otras que viven con VIH por miedo a ser identificadas o estigmatizadas.
Ese retiro debilita las redes de apoyo y refuerza el aislamiento, generando un impacto directo en la salud mental.
Cristian Ortega, psicólogo y doctorante en la Universidad Diego Portales, advierte que el estigma suele internalizarse hasta transformarse en autoestigma, lo que provoca pensamientos ligados a la contaminación, la culpa o la suciedad.
También señala que la decisión de revelar o no el diagnóstico depende del contexto: el silencio puede ser una estrategia de resguardo, pero cuando surge desde la vergüenza, sus efectos pueden ser dañinos a largo plazo.
En este escenario, las redes de apoyo vuelven a ser fundamentales. Recuperar espacios seguros, reconstruir confianzas y apostar por lo colectivo permite enfrentar el estigma y sostener el bienestar emocional en común.