Militarismo y crisis en Alemania: ¡No es solo la economía, estúpido!
Hasta hace poco, Alemania aún era considerada la locomotora de Europa, con un sector industrial robusto y poderoso, principalmente en la industria automotriz y del acero. Hoy ambos sectores se encuentran bajo presión debido a los altos costos energéticos. Esto ha llevado al gobierno a buscar formas de subvencionar los costos de la energía con tal de salvar su industria. Pero todo indica que el proceso de desindustrialización ha iniciado una espiral irreversible.
Las cifras no mienten sobre la desastrosa situación económica en Alemania. El país está en su segundo año consecutivo sufriendo una recesión económica, con un BIP negativo del 0,9 % en 2023 y del 0,5 % en 2024. La crisis se ve intensificada por la guerra arancelaria de Trump, dirigida también contra sus aliados occidentales, que impone unilateralmente un arancel de hasta 50% sobre el acero y el aluminio europeos.
La Unión Europea responde a esto replicando con políticas arancelarias similares, discutiendo la posibilidad de imponer aranceles a la importación de acero para fortalecer la industria interna. Pero lejos de responder a Estados Unidos, estos aranceles buscan golpear a China, declarado, por Europa, como otro importante adversario. De hecho, en los medios leemos expresiones como “competencia desleal” o “precios dumpling”, que los “malvados” chinos imponen a los “pobres” europeos.
Por otra parte, la industria automotriz alemana tiene que enfrentarse a los altos costos energéticos y la creciente competencia de empresas chinas, sobre todo en lo que atañe a la electromovilidad. Volkswagen ha anunciado el despido de alrededor de 35.000 puestos de trabajo para 2030; mientras que las ventas de Mercedes y BMW se desplomaron un 46 % en los primeros nueve meses de 2025 en comparación con el año anterior. La crisis de este sector, alguna vez tan robusto, demuestra que Alemania requiere un cambio en su política industrial.
El marco de este cambio ya lo ofrece la Unión Europea, utilizando como argumento una posible invasión rusa de su territorio. La salida de esta crisis es la hipermilitarización. En una página Web de la Unión Europea se puede leer lo siguiente:
“En 2024, el gasto en defensa de los Estados miembros ascendió a 343 000 millones de euros, lo que supone un aumento por décimo año consecutivo. Se prevé que el gasto aumente hasta alcanzar los 381 000 millones de euros en 2025. En 2024, el gasto en defensa de los Estados miembros aumentó un 19% con respecto al año anterior y un 37% con respecto a 2021.”
Con estas cifras, ante nuestros ojos, no es de extrañar que la crisis de los sectores industriales “civiles” se compensara con el boom de la industria de la guerra. La debilidad del sector automotriz hoy parece favorecer a la industria de defensa, cuyos encargos y contratos, así como sus acciones en la bolsa, no dejan de subir. Incluso partes del sector automovilístico se están reorientando hacia el de defensa.
Como señalaba un importante político alemán: “Las empresas armamentísticas necesitan personal cualificado. Y cuando se despide a trabajadores en sectores que actualmente están en declive, las empresas tienen la oportunidad de absorber a estos trabajadores”.
Este militarismo desatado va de la mano con el debilitamiento del Estado social. Las promesas de políticos alemanes de que elevar el gasto militar no significa desmantelar el Estado social no se están cumpliendo. Varios sectores que reciben subsidio estatal -como cultura y educación- están sufriendo cortes presupuestarios. En agosto de 2025, el canciller Alemán Friedrich Merz señalaba que el estado social era demasiado caro. Mientras tanto, se anuncian nuevos paquetes de “ayuda militar” que van directos a la élite cleptómana ucraniana.
Algunos autores han denominado este fenómeno “militarismo keynesiano”, caracterizado por un fuerte intervencionismo estatal que redirige sus fondos de inversión hacia el sector militar prometiendo nuevos puestos de trabajo y mejoras en la infraestructura. Pero el keynesianismo del siglo pasado suponía la existencia de un estado benefactor robusto, pero este está siendo sistemáticamente debilitado por las nuevas políticas de austeridad del nuevo gobierno.
Esta crisis tiene que ver con el grado de sumisión al poder norteamericano, cuyo ejemplo paradigmático fue la voladora del gasoducto Nord Stream en septiembre de 2022, que conectaba Alemania con Rusia. Durante ese mismo mes, el presidente Joe Biden anunciaba públicamente que Estados Unidos se iba a asegurar de que ese gasoducto no existiría en un futuro, mientras que su par el canciller alemán Olaf Scholz, sonreía a su lado. A pesar, que las investigaciones de Seymour Hersh apuntaban a una operación conjunta entre Ucrania y Estados Unidos, en Alemania parece haber cierto manto de silencio sobre este tema. Semejantes muestras de sumisión de políticos alemanes a Estados Unidos, llevan a analistas como Emmanuel Todd a afirmar que Alemania se comporta como otra colonia del imperio.
Lo que tampoco se señala en la prensa europea, es que el desacoplamiento de Alemania y Rusia fue una estrategia planificada desde Washington ya desde mucho antes de la guerra, como se puede ver en un documento de la RAND Corporation publicado en 2019. Siempre fue el objetivo estratégico de Estados Unidos debilitar a Alemania al desacoplarla del gas ruso barato. Esto lo lograron, sobre todo, gracias a los políticos entrenados en el atlantismo que hoy ocupan la cúspide del poder en Europa.
De esta manera, lejos de buscar la responsabilidad en políticas fallidas y de restablecer relaciones diplomáticas con Rusia para así salvar la dañada industria, las élites políticas occidentales realizan una huida hacia adelante, alimentando el desenfreno belicista.
Esto ocurre con el nivel de propaganda ya desatados al interior de la maquinaria informativa europea, donde se combinan las “explicaciones” de los grandes problemas de la industria alemana con una propaganda de guerra que busca convencer al ciudadano promedio no solo que la “culpa” de la decadencia económica de Europa la tienen los otros, sino que esos “Otros” (China, Rusia, Irán, BRICS) son una amenaza existencial para el maravilloso proyecto civilizatorio de occidente.
Sin duda, la crisis de la industria alemana, como la del acero y la automotriz, es multifactorial e intensificada por la fuerte competencia de China. Pero esto, guste o no, no es más que el resultado de la globalización impuesta por Occidente al mundo entero. Hoy China lidera el esfuerzo del sur global por desarrollarse, pero sin los dictámenes ideológicos de Occidente como condición.
De ahí habrá que entender la serie de intentos por desestabilizar las economías emergentes y generar el caos como lo hacen Estados Unidos y sus aliados occidentales. Alemania ya parece haber elegido el bando perdedor en una contienda geopolítica mucho mayor. Europa ya ha perdido esta guerra y está pagando con una creciente insignificancia en el ámbito geopolítico.
Pero además, la élite política europea hace tiempo dejó de hacer política en función de los intereses de sus ciudadanos, al continuar con una agenda cuyo guion parece emanar de Washington y de los diversos think tanks pro OTAN. Su resultado se expresa en el gran plan de rearme llamado Readiness 2030, que, a la vez, sintoniza con la meta de alcanzar un gasto militar del 5% del PIB de todos los países de la OTAN. De esta forma Europa continúa demostrando su ciega obediencia al “imperio del caos” (como lo llama Pepe Escobar), independientemente de quién ocupe el puesto en la Casa Blanca.
Es de suponer que estas políticas fatales repercuten en el comportamiento electoral de los europeos, donde una población nada contenta con el triste desempeño de sus líderes tenderá a votar por la extrema derecha como respuesta. Pero cuando esto suceda, también es probable que, una vez en el poder, la extrema derecha europea no tenga mayores inconvenientes para alinearse con la industria militar y la OTAN a fin de continuar este camino suicida. De hecho, la historia nos enseña la complicidad del capital y el fascismo en tiempos de crisis, y en estos tiempos cargados de militarismo y genocidio no nos debiéramos sorprender si el fascismo vuelve con nuevas caras y nuevos métodos.