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La prisión de Bolsonaro: Brasil muestra cómo se sostiene una democracia
Foto: Agencia Uno

La prisión de Bolsonaro: Brasil muestra cómo se sostiene una democracia

Por: Catalina Baeza | 27.11.2025
Lo que Brasil nos muestra hoy -y el mundo observa- es que es posible verificar los hechos cuando existe la disposición persistente de contrastar, examinar y corregir. Cuando una sociedad renuncia a pensar críticamente, cuando se niega a poner en duda sus propias creencias -por cómodas que sean-, abre espacio para que líderes como Bolsonaro lleguen al poder. Y en Chile, esto no es una amenaza futura: lo estamos experimentando ahora.

La prisión preventiva de Jair Bolsonaro es el resultado de un largo proceso judicial que demostró algo grave y sencillo de entender: un presidente derrotado intentó sostener su poder mediante el quiebre de la democracia. La Corte Suprema brasileña lo había condenado a más de 27 años por tramar un golpe de Estado, fabricar un “decreto de intervención”, coordinar campañas de desinformación y presionar a las Fuerzas Armadas para desconocer los resultados de las elecciones de 2022.

El encarcelamiento realizado este sábado, sin embargo, no se debe precisamente a esa condena de fondo, sino a la violación de la tobillera electrónica que lo monitoreaba. Sus aliados, en un primer momento, alegaron que se trataba de “represión religiosa”, pues había sido convocada una vigilia frente a su casa.

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Luego apareció un video donde el propio Bolsonaro confiesa haber usado una soldadora eléctrica para romper el dispositivo. Ahora sus defensores sostienen que tuvo un brote y preparan dicho argumento. El motivo que consideran relevante es su supuesta fragilidad de salud.

Es justamente en materia de salud donde Bolsonaro carga con uno de los capítulos más graves de su legado.

Aunque no fue juzgado por los crímenes cometidos durante la pandemia, no es posible separar este episodio de ese pasado. Mientras más de 700 mil personas morían por Covid-19, él se burlaba de quienes no podían respirar, promovía tratamientos inútiles y saboteaba la vacunación. Su desprecio por la vida está documentado. Su desprecio por la democracia también.

En un mundo donde las instituciones retroceden ante líderes autoritarios, Brasil hizo lo que muchos países no han logrado: defender, de forma transparente, la democracia y la justicia. Mostró que ningún cargo puede blindar a quien conspira contra el Estado de derecho.

Esta noticia trasciende Brasil e interpela directamente a Chile. Mientras Bolsonaro enfrenta las consecuencias de sus actos, acá escuchamos candidatos presidenciales negando los crímenes cometidos durante la dictadura e incluso proponiendo libertad para criminales de lesa humanidad. Candidatos indignados porque, después de muchos -demasiados- años, el Penal Punta Peuco será finalmente una cárcel común.

Bolsonaro utilizó su cargo para engañar a sus seguidores con discursos violentos y promesas falsas que todavía repercuten en gran parte de la sociedad brasileña. Esa misma arquitectura del engaño -la mentira convertida en método-, el uso político del miedo y la manipulación emocional como estrategia electoral se repiten hoy en Chile.

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Los discursos exaltados, muchas veces agresivos, y las falsedades instaladas en campaña fabrican estados de ánimo, erosionan la confianza, confunden a la ciudadanía, generan disonancia cognitiva y presentan -al final del caos- a un supuesto “salvador” que promete restaurar un orden que él mismo contribuyó a desbaratar.

La duda, ese gran recurso del pensamiento crítico, provoca malestar en sociedades que buscan certezas. Y ese malestar se transforma en tierra fértil para políticos y líderes religiosos que lo utilizan -junto con el miedo que produce- para imponer relatos que presentan como incuestionables. Las redes sociales, infestadas de bots y trolls, amplifican ficciones disfrazadas de hechos, rápidamente legitimadas por quienes solo desean calmar la angustia de la duda. Las certezas -aunque no sean reales- tranquilizan.

Con Bolsonaro comprobamos el daño que este método de gobernar ocasiona a una nación y el peligro que representa para la democracia. Sabemos que nadie tiene acceso privilegiado a la verdad, pero tenemos el deber -como ciudadanía consciente-, de intentar acercarnos a ella. Permitir que la mentira se instale como forma legítima de gobernar es abdicar de la responsabilidad democrática.

Lo que Brasil nos muestra hoy -y el mundo observa- es que es posible verificar los hechos cuando existe la disposición persistente de contrastar, examinar y corregir. Cuando una sociedad renuncia a pensar críticamente, cuando se niega a poner en duda sus propias creencias -por cómodas que sean-, abre espacio para que líderes como Bolsonaro lleguen al poder. Y en Chile, esto no es una amenaza futura: lo estamos experimentando ahora.

Lo que ocurre en Brasil importa porque confirma que las democracias no fracasan solo por quienes las atacan violentamente, sino también por quienes descansan en sus creencias y dejan de cuestionar. Celebro el ejemplo que Brasil nos está dando.

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