El verdadero extremo: Sensatez frente a la caricatura política
Calificar a Jeannette Jara como “de extrema izquierda” es un acto de prestidigitación política. No se trata de un análisis ideológico, sino de una estrategia: cuando la derecha carece de ideas, se dedica a montar un teatro de sombras donde inventa monstruos para asustarse a sí misma.
Así, Jara -una mujer trabajadora, articuladora de consensos y conocedora del Estado- se convierte en su blanco preferido. La razón es simple: representa una amenaza real para quienes viven de la desigualdad y del miedo.
El extremismo, paradójicamente, florece entre quienes se autodenominan “moderados”. Basta oír a Johannes Kaiser, siempre dispuesto a regalarnos una nueva perla de sabiduría. Con la confianza de quien ignora sin remordimientos, ha demostrado no conocer ni la capital de Bolivia, aunque eso no le impide opinar sobre política internacional con tono doctoral.
Su gran mérito, según parece, es ser youtuber: un título que le permite mezclar racismo, misoginia y delirios de grandeza con la soltura de quien nunca ha debido rendir cuentas a la realidad. En él, el sarcasmo se vuelve innecesario: su propio discurso es una caricatura de sí mismo.
No muy lejos, José Antonio Kast continúa su cruzada contra todo lo que huela a justicia social. Se presenta como el defensor del “orden”, aunque el único orden que le interesa es el que mantiene intactos los privilegios. Kast no ha trabajado un solo día en las condiciones del ciudadano común, pero se siente autorizado para dictar lecciones sobre esfuerzo y meritocracia.
Su currículum político parece más un manifiesto de negaciones: niega la historia, niega la desigualdad, niega la evidencia y niega, sobre todo, su propio extremismo, ese que disfraza con discursos de familia y patria. En su visión del país, los pobres sobran, los derechos estorban y el Estado solo sirve cuando lo protege a él y a los suyos.
Y, por si faltara una cuota de elegancia conservadora, aparece Evelyn Matthei, que en lugar de ampliar su visión, la reduce a los límites de un círculo social que se observa a sí mismo en una esfera de cristal. Desde allí, dicta juicios morales, rodeada de asesores que confunden liderazgo con altivez y distancia. Su comando parece un club privado más que un espacio de propuestas, y su tono, ese de falsa compostura, encubre un desprecio por quienes viven fuera de su burbuja.
Frente a ese panorama, Jeannette Jara representa un contraste necesario. No promete milagros ni vende humo: habla de calidad de vida, del bien común y de un país más justo. Pero para que esas ideas florezcan, no basta con llegar a La Moneda; se requiere un Parlamento comprometido, no uno dedicado al sabotaje. Ya lo vivió Gabriel Boric: un Congreso más preocupado de bloquear que de construir, donde la mezquindad se convirtió en herramienta de trabajo.
El Parlamento actual es reflejo de esa decadencia política. Figuras como Walker o Rincón, que hicieron del cálculo su profesión, simbolizan la traición a las ideas y al electorado. Otras, como María Luisa Cordero, reducen la política a un escenario de desdén y frivolidad; mientras tanto, personajes como Santibáñez confunden amistad con convicción y votan según conveniencias de pasillo. Son ellos quienes erosionan la institucionalidad, no los que buscan transformarla.
Chile necesita una nueva madurez política. No se trata de izquierdas o derechas, sino de honestidad frente a la impostura. Quien observa sin prejuicios sabe dónde está el extremo: en el negacionismo, en la mentira y en el oportunismo. En quienes, como Kast o Kaiser, confunden liderazgo con resentimiento y política con espectáculo.
Hoy, el país tiene una elección que trasciende nombres. Puede optar por seguir a una derecha paupérrima en ideas, que necesita inventar enemigos para existir, o puede apostar por un proyecto que mira hacia adelante, con Jeannette Jara al frente y un Parlamento que la respalde. El voto, esta vez, no solo define un gobierno, sino también la dignidad de un pueblo que merece ser tomado en serio.
Si alguien aún duda de dónde está el extremo, solo debe mirar quién grita más y propone menos. La diferencia entre el ruido y la razón se llama Jeannette Jara.