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Marcelo Leonart, dramaturgo:

Marcelo Leonart, dramaturgo: "En Chile los apellidos siguen siendo fundamentales para establecer poder"

Por: Matias Rojas | 14.10.2025
El dramaturgo estrena "Una corona en el fondo de una piscina" en Matucana 100, una tragedia shakespeariana sobre las dinastías chilenas que se disputan el poder. "Los apellidos pesan mucho. No es lo mismo llamarse Garmendia Jones que Álvarez González", afirma en esta conversación donde también analiza los cuatro años de gestión cultural del gobierno de Boric.

"Tú a un niño le pones Hermógenes con un apellido rimbombante solamente porque es parte de la tradición. Eso es parte de tu privilegio, pero también es tu peso", dice Marcelo Leonart. El cofundador de La Pieza Oscura explora en su nueva obra cómo en Chile la aristocracia marca a sus herederos con nombres anacrónicos que funcionan como coronas invisibles. Agapito, Heliodoro, Andrónico. Nombres que nadie más usaría, pero que en ciertas familias son sellos de distinción.

Entre el 16 de octubre y el 2 de noviembre de 2024, Matucana 100 estrena "Una corona en el fondo de una piscina", escrita y dirigida por Leonart. Con nueve actores en escena —entre ellos Jaime Omeñaca, Sebastián Layseca, Felipe Zepeda, Nicole Vial y Daniela Castillo—, la obra es una tragedia shakespeariana adaptada a Chile. Familias de alcurnia que se disputan el poder no con batallas ni envenenamientos, sino con firmas, negocios y alianzas estratégicas.

"Es un espectáculo grande con actores de varias generaciones. En la obra pasan grandes momentos y vamos siguiendo esta historia hasta un final muy impactante", adelanta el dramaturgo, conocido por obras como "Noche Mapuche" y "La casa de los monstruos".

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Shakespeare y las dinastías chilenas

—¿Por qué escribir una obra sobre nobleza en un país sin reyes?

La lógica de la alcurnia, de las estirpes que van dominando los distintos lugares, es una cuestión muy antigua. Los griegos ya trataban eso en sus obras. Después me metí en Shakespeare, en el ciclo de las tragedias como Hamlet, Macbeth, El rey Lear, y todos los dramas históricos sobre las luchas por la corona en la Guerra de las Rosas.

Cuando uno eso lo lleva a Chile, a lo secular, a lo republicano, siempre vemos que son las familias de alcurnia las que se van peleando el verdadero poder, más allá del poder político. Estas mismas familias apoyan indistintamente a un sector político u otro. Antiguamente eran las familias terratenientes del carbón de Lota. Después pasan otras a tener el poder, los Matte, después los Luksic. Siempre hay una lucha de apellidos.

Hay apellidos que se mantienen con el tiempo en Chile, que se mantienen con un grado de estatus, independientemente de que sean los que tienen más poder económico o no. Y hay advenedizos, como los Luksic que son relativamente nuevos, o los Angelini.

—¿Cómo trasladaste esa lógica shakespeariana a Chile?

Si lo ves desde el punto de vista de las obras shakespeareanas, se van produciendo esos mismos vaivenes de quién finalmente es el dueño de la corona. En la obra lo decimos: antiguamente era con batallas, con asesinatos, envenenamientos, y acá básicamente se produce en la bolsa, con firmas, con uniones familiares en grandes negocios. Era bonito hacer ese símil porque en el fondo lo que yo quería era hacer una obra shakespeariana, porque me interesaba ese tema del honor, el heredar o no heredar la corona, qué es lo que da ese poder, y hacerlo en Chile.

Agapito, Heliodoro: los nombres como coronas

—Mencionaste que en Chile ese poder se establece poniendo nombres ridículos. ¿A qué te refieres?

Tú tienes un apellido rimbombante con un nombre ridículo. Tú a un niño le pones Hermógenes con un apellido rimbombante solamente porque es parte de la tradición. En este caso sería Agapito. Es como ponerle a un niño Heliodoro. En el fondo le estás poniendo una corona porque finalmente son los primogénitos que se hacen cargo. Ponerle Andrónico a un niño. Eso es parte de tu privilegio, pero también es tu peso. Hay algo de poder en que ese niño va a poder lograr lo que sea a pesar de tener ese nombre porque al final tiene un destino predestinado.

Jugamos también con el nombre de pila como el elemento distintivo, que es como la corona. Pero también los apellidos. No es lo mismo llamarse, por ejemplo, como en la obra, Garmendia Jones, que tener apellido Álvarez González. Ahí se va dividiendo la obra entre los que quieren aspirar a la corona, que son la gente que tiene apellidos distinguidos, los que tienen apellidos comunes y corrientes que quedan en una medianía, y finalmente la servidumbre que no tiene apellido, que solamente son nombres de pila.

—En Chile todavía el apellido sigue siendo un significante importante para establecer clases sociales.

Cuando yo era chico había un ministro de Pinochet que tenía apellido Kast. El mérito del actual candidato a presidente, José Antonio Kast, fue básicamente ser el hermano chico de Miguel Kast. Partió con eso. Después aparece Felipe Kast, que es el hijo de ese mismo Miguel Kast, que evidentemente hace su aparición porque tiene ese apellido.

Al final el apellido se transforma en una marca, lo mismo que ha sido Eduardo Frei. Su único mérito en la vida fue llamarse Frei. Hay un caso de realeza que tiene que ver con el apellido que es muy distinto, los Parra. La cantidad de Parra que vienen de la misma hebra: Nicanor, Violeta, Roberto, Javiera, Ángel, Isabel, Angelito. Todo eso es una especie de realeza. Ahora, todos ellos sí con méritos. Hay una construcción desde lo popular, que es distinta. Pero también puede ser una especie de dinastía en el mundo de la cultura.

En los negocios también funciona así. En los grandes conglomerados, los apellidos pesan mucho.

Comedia, tragedia y violencia

—¿Cómo se combinan comedia y tragedia en la obra?

Uno de los leitmotivs de la obra es que la gente en general se trata por el nombre y los dos apellidos. El nombre solo no existe. Entonces empiezan Agapito Urmenechea Bascuñán, Félix Garmendia Jones. Eso empieza a producir, cuando empecé a escribirlo, que funciona como rutina de payaso. Hay unos gags permanentes donde va apareciendo eso.

La obra tiene elementos de tragedia, pero como las tragedias de Shakespeare. Las tragedias de Shakespeare siempre tienen lugares donde el sinsentido de la risa revienta. Hay personajes que son más claunescos. Y eso en la obra, que dura un poco más de dos horas, va flotando, va emergiendo, hasta que de repente entra en una especie de embudo.

—¿Cómo se desencadena el final?

Es como Succession. Hay conjuras, traiciones. Un remolino que lleva hacia un final donde estalla la violencia. Todo esto sucede en una casa que es como un palacio de la alta sociedad chilena, siempre atestiguado por la servidumbre. Ellos ven todo y en algún momento empiezan a interactuar con la trama. Y ahí es donde finalmente se desata la violencia, de los lugares más inesperados.

Balance del gobierno de Boric en cultura

—¿Cómo evalúas estos cuatro años del gobierno de Boric en materia cultural?

Siempre hay cosas que son insuficientes. Eso nos va a pasar siempre. Yo no soy de los que tenían grandes expectativas. Para mí la vara, que es la relación con el gobierno anterior, el gobierno de Piñera, es una vara muy baja. Teníamos una ministra que no actuó en lo más mínimo cuando hubo violación a los derechos humanos de actores.

Recordemos que una de las primeras víctimas de violencia facial con perdigones fue el 19 de octubre cuando nuestra compañera María Paz Grandjean venía saliendo de una función de La pérgola de las flores y un paco le tiró un perdigón en la cara. La ministra en ese momento no se pronunció. Nunca. Ese momento fue de abandono muy brutal.

Este gobierno cometió muchas torpezas, sobre todo al principio, sobre todo con un nombramiento muy extraño y extravagante que no justifico bajo ninguna circunstancia.

—¿Te refieres al nombramiento de Jaime de Aguirre?

El de Jaime fue muy extraño. Jaime estaba enfermo, tampoco era muy cercano al mundo de la cultura. Sí era músico, creador de Filmocentro, trabajó en los canales de televisión, pero un canal de televisión no tiene que ver con la cultura. Ese nombramiento fue porque había algo que no estaba funcionando bien, era como vamos a cambiar porque no está funcionando bien, y tampoco duró tanto. Fue un momento feo.

—¿Qué balance haces del período completo?

Al término de esto, desde el punto de vista del teatro, se ampliaron los programas PAOC para compañías de trayectoria. Este año por segunda vez se otorgan, donde muchas compañías, entre ellas mi compañía, se han visto beneficiadas. Hemos ido de gira con nuestras obras a lugares de Chile, hemos ido fuera de Chile. Con este PAOC vamos a hacer una obra nueva y estamos haciendo un taller con ocho dramaturgos y dramaturgas.

Se le otorgó financiamiento para hacer montajes universitarios a los teatros universitarios, que ahora no son solamente la Católica y la Chile, sino varios más, varios en regiones. Son cosas que no son fáciles y que se han pedido durante largo tiempo. Es insuficiente, y hay cosas que se han hecho mal, pero se ha avanzado un poco. Entonces no diría que no sirve para nada.

—El PAOC ha significado salir de esa concursabilidad constante.

Siempre hay una especie de concursabilidad. Para estar en el PAOC la primera vez uno igual concursa, pero te dan un espacio amplio para poder desarrollar con mayor tranquilidad ese trabajo. No son montos grandes, no son montos pantagruélicos. De hecho son casi irrisorios. Eso podría establecerlo como una crítica. Hay cosas que son torpeza, hay cosas que son desacuerdo, pero a la gente se le olvida el nivel de abandono y de burla.

Piñera, por ejemplo, nombró a Alejandra Pérez, cuyo principal vínculo con la cultura era su trabajo en televisión. Duró menos de un fin de semana en el cargo. Después pusieron a otra ministra que no se pronunció durante la pandemia. La vara era muy baja.

Mis colegas de repente alegan por cosas que no alegaron en gobiernos anteriores, que me parece insólito. De repente piden que haya plata para todos los teatros, que los teatros sean de los artistas, cuando en general los teatros los tienen que manejar gestores culturales porque los artistas nos dedicamos a hacer obras, no a gestionar espacios. Yo no encuentro que esté terminando de una manera tan desastrosa. No soy un fan del gobierno, estoy lejos de serlo. Pero no encuentro que sea un desastre.

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