
Cuando todo está a un clic: ¿Para qué sirve un docente?
Hasta el siglo XX pasado, el aula universitaria se sostenía en una premisa no dicha, pero asumida: “yo sé, tú no”. El profesor era la fuente casi exclusiva del conocimiento, con bibliotecas limitadas y recursos escasos. La clase universitaria era el canal privilegiado de transmisión.
En el siglo XXI, esa asimetría se quebró. Hoy un estudiante tiene en su dispositivo digital acceso a bases de datos, papers, videos explicativos, herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT y otros recursos digitales disponibles en cualquier momento y lugar.
Puede, además, consultar con comunidades en línea o con otros estudiantes en segundos, encontrando con facilidad la respuesta a trabajos o incluso a evaluaciones tradicionales. Ante esto, emerge la pregunta incómoda y necesaria: ¿Por qué un estudiante necesitaría ir a clases si lo que escucha allí lo encuentra en línea?
La respuesta no está en la información en sí, sino en la mediación del docente, cuyo desafío es que el estudiante no solo reciba datos, sino que pueda dotarlos de significado, ponerlos en práctica y convertirlos en aprendizaje.
Lo que la información no garantiza
El acceso a datos es abundante, pero no equivale a aprendizaje. La pedagogía constructivista inspirada en Vygotsky nos recuerda que el conocimiento se construye en interacción social, no en aislamiento. Por eso el rol docente no desaparece: se transforma.
El profesor ya no es “poseedor único del saber”, sino guía y mediador crítico que ofrece:
Curaduría y jerarquización: enseñar a distinguir lo esencial de lo accesorio.
Contexto: traducir lo global a lo local, situando el aprendizaje (Lave y Wenger).
Pensamiento crítico: fomentar la capacidad de cuestionar fuentes, detectar sesgos y usar la IA con criterio.
Experiencia aplicada (know how): compartir lo que no está en manuales: dilemas éticos, aprendizajes de la práctica profesional, toma de decisiones en situaciones reales.
Acompañamiento humano: motivación, contención y diálogo, dimensiones imposibles de replicar en un motor de búsqueda.
El aula como espacio de construcción activa
Si la clase se limita a repetir lo que ya está en internet, pierde relevancia. Pero cuando el docente convierte el aula en un espacio de aprendizaje activo, ocurre lo contrario. Algunas metodologías clave:
ABP (Aprendizaje Basado en Problemas): los estudiantes enfrentan casos reales y deben resolverlos colaborativamente.
Flipped Classroom: el contenido factual se revisa en casa con apoyo digital, y en clase se discute, aplica y debate.
Aprendizaje colaborativo mediado por IA: se pueden usar chatbots para generar propuestas iniciales, que luego se analizan críticamente en grupo.
De este modo, la clase universitaria deja de ser un lugar de “recepción pasiva” y se convierte en un espacio de construcción colectiva, contraste de perspectivas y aprendizaje situado.
El desafío de la evaluación en tiempos de IA
Aquí está uno de los puntos más críticos. La evaluación tradicional, basada en ensayos, resúmenes o pruebas centradas en la memorización, se vuelve insuficiente en tiempos de inteligencia artificial, porque esta puede resolverlas con facilidad.
Esto no significa que la memorización desaparezca: sigue teniendo un lugar como base del aprendizaje, y hay estudiantes que destacan por esa habilidad natural, pero no basta para demostrar comprensión ni aplicación. Por ejemplo, nadie puede discutir seriamente sobre Piaget si no recuerda las etapas que él propuso, prescindiendo de la IA y de motores de búsqueda.
Sin embargo, recordarlas no significa comprenderlas ni aplicarlas: la verdadera comprensión exige analizarlas en profundidad, y la aplicación implica usarlas para interpretar situaciones reales en el aula o en la práctica clínica. Por eso, el docente enfrenta el desafío de repensar cómo y qué evaluar.
Algunas posibilidades:
Evaluar procesos además de productos, considerando cómo el estudiante llega a la respuesta, qué herramientas usa y cómo las valida.
Diseñar aplicaciones contextuales, ligadas a problemas locales o casos propios del entorno profesional, difíciles de replicar con respuestas genéricas.
Promover defensas orales y coevaluaciones, que permiten comprobar comprensión y fomentar el debate.
Incluir rúbricas de metacognición, donde los estudiantes expliquen cómo usaron la IA, qué límites detectaron y cómo complementaron la información.
Proponer proyectos interdisciplinarios, en los que el valor no esté en el dato, sino en la integración creativa de conocimientos.
A modo de ejemplo, lo que un estudiante puede pedir a ChatGPT
En el caso de un estudiante de Derecho: un alegato. Lo valioso está en que pueda defenderlo oralmente y contextualizarlo en la legislación local.
En el caso de un estudiante de Psicología: un informe clínico simulado. El foco debe estar en que sea capaz de analizar críticamente, interpretar los resultados y situarlos en el marco teórico o aplicado de la asignatura, considerando la situación particular de la persona evaluada.
En el caso de un estudiante de Informática: un fragmento de código. El examen debe considerar su habilidad para comprenderlo, adaptarlo y optimizarlo por sí mismo, sin ayuda de la IA, además de explicar las decisiones tomadas y verificar su eficiencia en el contexto del proyecto.
En todos los casos, lo valioso no está en lo que ChatGPT redacta, sino en cómo el estudiante lo analiza, lo defiende o lo aplica en su contexto profesional. Estos ejemplos muestran que la evaluación no puede limitarse a verificar respuestas, sino que debe valorar procesos, análisis y aplicación. En este sentido, el marco de Bloom revisado resulta útil, pues invita a pasar de ‘recordar’ y “comprender” hacia “aplicar”, “analizar”, “evaluar” y “crear”.
El nuevo contrato pedagógico
El cambio es profundo:
Antes: “yo sé, tú no”.
Hoy: La información está ahí para ambos, donde yo te acompaño en el proceso de aprender a usarla, cuestionarla y aplicarla en tu vida y profesión.
En este contexto: El docente no compite con la IA ni con los buscadores, sino que acompaña a los estudiantes en el proceso de integrarlos con juicio crítico, ética y sentido humano.
El estudiante del siglo XXI no necesita un docente como transmisor exclusivo de información. Lo necesita como guía, mentor y acompañante crítico, capaz de convertir la abundancia de datos en aprendizaje significativo.
Por eso, la respuesta a aquella pregunta inicial es clara: el estudiante va a clases no para recibir datos, sino para dar sentido a la información digital, hoy inmediata, y transformarla en conocimiento con la mediación y la experiencia docente. Y es precisamente allí donde la enseñanza universitaria, lejos de perder sentido, se vuelve más decisiva que nunca.
En tiempos de sobreinformación e inteligencia artificial, el profesor tiene el desafío y la oportunidad de aportar al aprendizaje aquello que ninguna tecnología puede replicar: la dimensión humana, reflexiva y formadora. Esta se enriquece con las herramientas pedagógicas, el know how que provienen de la práctica educativa y la formación docente, complementando la experiencia de cualquier profesional que enseña.