
PISA y la brecha digital: Una mirada desde las humanidades digitales
En la prueba PISA de 2022, Chile alcanzó los 448 puntos en lectura, casi 30 puntos menos que el promedio de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Esto se aproxima gravemente a los 40 puntos que la OCDE considera equivalentes a un año de retraso en el sistema educativo.
En otras disciplinas la situación es más dramática. En ciencias la diferencia fue de 41 puntos y de ¡60 en matemáticas! Esto confirma una vez más el complejo problema estructural de nuestro sistema educativo, el cual está estrechamente ligado a nuestro desigual sistema económico neoliberal.
Y para complicar aún más este difícil escenario social, a los tradicionales módulos de lectura, matemáticas y ciencias, la PISA 2025 incluirá un nuevo módulo que medirá competencias digitales. Estudios demuestran que si bien Chile evidencia un altísimo acceso de los jóvenes a dispositivos digitales, el uso crítico de los mismos sigue siendo muy deficiente.
Ante estos difíciles escenarios, y bajo una mirada crítica constructiva, surge la propuesta de que la brecha no es solo educativa, sino también cultural y social.
En ese sentido, tras un exhaustivo análisis teórico y de la praxis educativa en los colegios, se plantea que, en un mundo hiperdigitalizado, las humanidades digitales, que van desde la filosofía a la historia, son la última salvaguarda del ser para reorientar nuestro modelo educativo en función del pensamiento crítico y no de simples destrezas técnicas.
Ahora bien, el Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial (ILIA) de 2024, tiene a Chile como líder, sin embargo, tal como señala PISA, nuestro país posee déficits profundos en ciencias, lectura y matemáticas. ¿Cómo explicar semejante contradicción educativa?
Este escenario contradictorio refleja a un país que invierte en infraestructura tecnológica, pero descuida abiertamente la formación crítica de sus ciudadanos.
Lo anterior supone el riesgo de convertirnos -o ya nos hemos convertido- en un país tecnológicamente similar a países del primer mundo, pero que en lo cultural y educacional posee niveles francamente deficientes.
UNICEF valora en sus informes que el Estado de Chile fomente el acceso a dispositivos entre sus jóvenes, pero lo anterior no garantiza la comprensión crítica de lo que debiese ser un país alfabetizado digitalmente.
El grave riesgo de lo anterior, es que nuestra juventud se está quedando con la parte superficial de la información, atrapada en los algoritmos ideológicos de quienes los controlan, y especialmente sustentadas en las denominadas fake news o falsas noticias que soportan la desinformación mostrándola como una supuesta verdad.
Si nuestros jóvenes no ejercen su pensamiento crítico, caen en un espejismo de la posmodernidad digital, que oculta las profundas desigualdades sociales y económicas estructurales que mayoritariamente los aquejan.
Bajo ese escenario, las humanidades digitales no pasan exclusivamente por el uso de medios digitales para buscar o soportar información intelectual, sino que son la integración entre cultura, patrimonio y tecnología.
Lo anterior, permite no solo leer, sino que analizar críticamente textos, imágenes o videos en soportes digitales. La enseñanza y el aprendizaje, por tanto, deben estar circunscritos a modificar o adaptar los métodos tradicionales de estudio al nuevo soporte digital, con tal de que nuestros estudiantes aprendan a cuestionar críticamente los algoritmos, los discursos ideológicos y los sesgos digitales.
En un mundo occidental donde cada día están en riesgo los valores democráticos frente a populismos demagógicos, como los de la extrema derecha, generar ciudadanía activa entre nuestros jóvenes es, en palabras de Kant, un imperativo categórico.
De esta manera, es necesario que el Estado de Chile, a través del Mineduc incluya curricularmente con mucha más fuerza la transversalidad entre la enseñanza-aprendizaje de las disciplinas humanistas con el uso de las tecnologías digitales. Asimismo, el Mineduc debe fomentar la inclusión de las humanidades digitales en la formación inicial docente.
Por su parte, otros ministerios, como los de ciencia y cultura, deben garantizar un mayor financiamiento hacia los proyectos digitales patrimoniales. Por otro lado, las políticas públicas sobre Inteligencia Artificial deben incluir a la par las dimensiones culturales-educativas en conjunto con las productivas-comerciales, ya que hasta ahora son mayormente estas últimas las privilegiadas con las políticas subsidiarias del Estado neoliberal chileno.
Por último, la sociedad civil, desde las universidades a las comunidades escolares, debe potenciar el uso y la promoción ciudadana de las humanidades digitales, fomentando aprendizajes ciudadanos basados en proyectos que colaboren con el desarrollo de una correcta y democrática alfabetización crítica en la educación.
Así, el verdadero salto al desarrollo de un país no se medirá solo en megabytes consumidos o laboratorios de Inteligencia Artificial construidos, sino en la capacidad de que nuestros estudiantes -potenciales ciudadanos activos de una democracia lamentablemente en crisis- puedan leer, pensar y actuar críticamente, tanto en el mundo real como en el digital, para de esa manera defender valores humanistas fundamentales como la igualdad, la libertad y la confraternidad.