
Trolls de corbata: La derecha chilena y sus cómplices de pantalla
Cuando un apagón y un mal tuit desenmascaran la farsa mediática y política.
Capitán Cianuro
En Chile, la política y la comedia suelen coincidir de manera inquietante. Hace unas semanas atrás, un apagón eléctrico desenmascaró a Patricio Góngora, director de Canal 13, como el cerebro detrás de la cuenta de X “Patitoo_Verde”, dedicada a difundir desinformación y ataques políticos.
De día, un ejecutivo televisivo; de noche, un troll de ultraderecha con acceso VIP a los medios. La moraleja es simple: incluso los lobos con corbata tropiezan con la luz. Al final parece que no hay solo un Hermosilla con navaja.
Lo más inquietante es que Góngora no operaba solo en el vacío digital. Su estrategia de manipulación coincide con la narrativa de más de un candidato de ultraderecha como sería el caso de José Antonio Kast, bueno Parisi, Kaiser y Evelyn Matthei, tambien usan Fake news y se hacen los larry.
Las campañas de desinformación como parte de su estrategia política pareciera que esta en sus programas de gobierno. De la mano de estos trolls de corbata, el límite entre periodismo y propaganda se difumina, y lo que debería ser información crítica se convierte en un circo de rumores y verdades a medias.
Mientras tanto, los matinales de Canal 13 y Mega actuaban como si el tema de los bots fuera un asunto menor. “Son opiniones más fuertes”, decían, o “solo usuarios expresándose”, como si millones de cuentas anónimas que fabrican consensos falsos fueran simples burbujas de libertad de expresión. La complicidad de estos periodistas es tan evidente como ridícula: blanquear la mentira, minimizar la manipulación y convertir la propaganda de ultraderecha en entretenimiento de sobremesa.
Siempre se puede hacer daño y con creces, recordemos que la narrativa sobre la llegada masiva de haitianos a Chile muestra que no toda desinformación se origina en canales corporativos. Los facinerosos de la derecha levantaban el dedo acusador culpando a Michelle Bachelet y la ONU, porque hay un grupo de ignorantes que se van contra la ONU y la agenda 20/30 sin ni siquiera saber de que se trata, mientras la realidad era mucho más mundana y vergonzosa: el responsable era un ex piloto de la FACh, condenado por tráfico de personas quien cobraba mil dólares por ingresar haitianos a Chile.
Ni un gesto de disculpa, ni rectificación: la ficción es más cómoda que la evidencia y claramente los ilusos sigue repitiendo esto como otro de los mantras que este sector político imprime.
Dos casos, un patrón: la derecha chilena opera en dos niveles. Uno visible, institucional y respetable; y otro oscuro, anónimo y manipulador. Lo más curioso es que, como en la historia de Góngora, la verdad termina saliendo a la luz por la vía más absurda: un apagón, una investigación judicial o la vanidad de un mal tuit.
La derecha ha tejido, con paciencia de artesano, redes de fake news sobre todo aquello que no les gusta: políticas sociales, migración, educación. Cada tuit viral, cada meme compartido, funciona como un pequeño misil de propaganda digital. Es la fábrica de la incredulidad: mientras ellos apuntan con su dedo acusador, los medios que deberían cuestionarlos se limitan a susurrar que “son opiniones más fuertes” o “libertad de expresión”, minimizando la manipulación.
El efecto es devastador: crean una percepción pública falsa, legitiman rumores y engañan a quienes confían en la información que supuestamente proviene de fuentes respetables. Mientras tanto, los ciudadanos quedan atrapados entre la exageración de la ultraderecha y la pasividad cómplice de ciertos periodistas. Y cuando la evidencia aparece, suele hacerlo de manera absurda, casi poética: un reflejo en un retrato, un corte de luz, un fallo judicial.
La pregunta que queda flotando es obvia: ¿estos gigantes de papel, que construyen mundos paralelos de fake news y complicidad mediática, alguna vez asumirán responsabilidad? ¿O seguiremos viendo a la derecha y sus cómplices de pantalla desmoronarse de forma cómica, mientras los espectadores aplauden la farsa sin darse cuenta de que la risa es, en realidad, un espejo de la vergüenza colectiva?
Al final, la lección es clara: la desinformación puede disfrazarse de poder, pero siempre habrá alguien que tropiece con la luz. Y cuando eso sucede, la verdad no solo sale a la superficie, sino que se ríe con ironía del imperio de papel que la ultraderecha y sus aliados mediáticos intentaron construir.