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Cuando el imperialismo duele: Pueblos en resistencia, cuerpos en disputa
Foto: Agencia Uno / Ayuda humanitaria en Gaza

Cuando el imperialismo duele: Pueblos en resistencia, cuerpos en disputa

Por: Sascha Cornejo y Camilo Arenas | 21.09.2025
Más allá de todos los análisis geopolíticos, nunca debemos perder de vista que lo que se juega en estas disputas no son números, sino vidas humanas. Cada estrategia global se traduce en cuerpos que sufren, mueren, resisten o migran. Si el análisis olvida esta dimensión humana, corre el riesgo de volverse inerte, funcional, hasta morboso, incapaz de reconocer el dolor real que late detrás de las estadísticas.

En este breve texto queremos reflexionar sobre el alcance geopolítico del biopoder imperial aplicado a los cuerpos que sufren sus efectos. Nuestra lectura invita a pensar desde Latinoamérica la relación entre geopolítica y biopoder en un momento crucial de redefinición global de alcances insospechados.

Las preguntas que guiarán nuestras reflexiones son: ¿cómo entender estas nuevas constelaciones económico-políticas que emergen desde un horizonte multipolar? y ¿Cómo las nuevas definiciones de biopolítica y soberanía se traducen en manifestaciones concretas del poder sobre la vida y la muerte afectando todas las dimensiones de nuestra vida?

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En estos tiempos convulsos, el poder imperial se encuentra desenmascarado. Para quienes piensen que las intromisiones de la CIA pertenecen al pasado, les recomendamos leer los conflictos actuales (Ucrania-Rusia/ Israel-Palestina/ Irán/ Taiwán/ Venezuela) en clave desestabilizadora que obedece a los intereses de la élite política de Estados Unidos.

Este país hoy representa a cabalidad el “imperio del caos“, como lo llamaba el analista geopolítico Pepe Escobar, que dicta su voluntad de guerra al mundo entero. Este dictamen del reino de la guerra y de la violencia como fines en sí mismos, se condice con la decadencia del poder imperial, la de su colonia Israel, y la de sus estados vasallos principalmente la Unión Europea, en un momento clave de auge de un contrapoder de tipo económico (BRICS) y militar (Rusia, China e Irán).

Si trasladamos esta dinámica al nivel de la biopolítica, se hace evidente que el poder no solo actúa sobre territorios y geografías distantes, sino sobre cuerpos concretos: personas que enferman, sufren y mueren debido a decisiones que escapan a su control. La biopolítica determina quién vive, quién muere y quién recibe o no cuidado, mientras que la necropolítica materializa la violencia estructural sobre los cuerpos más expuestos.

Cada bombardeo, sanción económica o presión internacional deja huellas visibles en la salud de los más vulnerables. Desde la perspectiva de la enfermería crítica y la epidemiología social, estas estrategias generan desigualdad estructural: colapso de sistemas sanitarios, desnutrición infantil, estrés crónico y acceso limitado a medicamentos esenciales. El cuidado, entonces, no es neutral; es un acto político que articula ética y resistencia frente al abuso del poder, ejerciendo un efecto transformador sobre la realidad donde los cuerpos se erosionan progresivamente.

No debemos olvidar que cada sanción o intervención internacional genera dolor y sufrimiento concretos en los cuerpos de las personas comunes. Las políticas que se discuten en despachos lejanos muchas veces terminan traducidas en hambre, enfermedades prevenibles, traumas, estrés crónico y desplazamientos forzados; son los cuerpos quienes pagan el precio de los intereses geopolíticos de los grandes poderes.

Esta relación directa entre la estrategia global y la vulnerabilidad corporal demuestra que la política y la salud están inextricablemente entrelazadas: la soberanía de los Estados y la autodeterminación de los pueblos no son solo cuestiones diplomáticas, sino también condiciones para proteger la vida de sus habitantes y garantizar que la biopolítica no se transforme en necropolítica. De hecho, estamos asistiendo a esa transformación, cuyo paradigma es Gaza.

El grado de soberanía (palabra “clave” en estos tiempos) es un asunto de discusión respecto a la libertad de los gobiernos latinoamericanos de elegir su lugar dentro de esta nueva constelación geopolítica y geoeconómica. Hace 50 años Chile ya experimentó el castigo más severo por atreverse a elegir un camino propio. Estados Unidos buscará desesperadamente disciplinar su patio trasero y encuadrarlo según sus intereses. Quien osara ir contra este mandato más pronto que tarde sentirá la ira del imperio en forma de diversos intentos de desestabilización, presiones económicas e intentos de golpe.

El mejor ejemplo de esta situación son las amenazas veladas a México y las claras amenazas de guerra a Venezuela con argumentos ridículos como el “cartel de los soles”, que no se sostienen pero que sirven como justificativo para una nueva intervención militar. Después de tantos intentos de desestabilización y fraude electoral en Venezuela, no han logrado tumbar el gobierno de Maduro, donde parece quedarles solo la última alternativa.

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Extraña casualidad que un país tan rico en recursos sufra tantos intentos de desestabilización. Así es como opera el soft power imperial, porque es más fácil culpar al gobierno de Maduro por su ineficiencia e ignorar el daño que las sanciones económicas infligen en las economías locales “haciéndolas gritar”.

Pero debemos considerar que lo que pasa en Latinoamérica debe verse también a la luz de lo que sucede en el Medio Oriente. De la mano con Israel, EE.UU. está literalmente destruyendo todas las reglas y códigos civilizatorios que alguna vez rigieron el mundo. Israel parece gozar de completa impunidad en cometer innumerables crímenes contra la población palestina de Gaza, Cisjordania, Yemen, Siria, Líbano, Irán, ahora Qatar, bien escudada por intereses norteamericanos.

De esta forma han demostrado la completa inoperancia de los órganos internacionales incapaces de ejercer presión real sobre un Israel completamente desatado. Si su gobierno compuesto por fanáticos mesiánicos y radicales puede perpetrar un genocidio transmitido en vivo y en directo, sin que haya mayores consecuencias, dudo que en el futuro haya mucha resistencia al despliegue de una violencia mayor.

El mensaje que acompaña esta vergonzosa impunidad es el de la palestinización del sur global como una nueva versión más radicalizada de “the West and the Rest”. Y estamos convencidos de que este refleja un giro geopolítico cuyos efectos tarde o temprano se volcarán hacia Latinoamérica, donde la violencia estructural, la desigualdad y la precariedad sanitaria han marcado históricamente la vida de millones.

Ya sabemos lo que significará la intensificación de estos contextos de sufrimiento que generará mayores riesgos psicosociales, colapso de servicios de salud y desplazamientos internos y externos. A la vez que se impone un nuevo tipo de doctrina securitaria que pretende combatir el narcotráfico, discurso que siempre vendrá a favorecer a la ultraderecha, como también al nuevo intento de presión imperial sobre los territorios latinoamericanos.

Pero más allá de todos los análisis geopolíticos, nunca debemos perder de vista que lo que se juega en estas disputas no son números, sino vidas humanas. Cada estrategia global se traduce en cuerpos que sufren, mueren, resisten o migran. Si el análisis olvida esta dimensión humana, corre el riesgo de volverse inerte, funcional, hasta morboso, incapaz de reconocer el dolor real que late detrás de las estadísticas.

Por eso, es que debemos tener mucho cuidado, porque lo que están haciendo en Gaza lo podrán replicar en cualquier parte del mundo. Para analizar el efecto de estas conexiones geopolíticas que se traducen en sufrimientos humanos reales, proponemos un abordaje interdisciplinario, que articule las herramientas de la antropología, la etnología, la enfermería crítica y la epidemiología social, imprescindibles para comprender, resistir y transformar las condiciones en que se ejerce el poder sobre la vida. Como ciudadanos comunes debemos resistir estos horribles desarrollos, con conocimiento, análisis y protesta.

En este mismo sentido, la escritora libanesa Lina Mounzer, al reflexionar sobre el proceso de deshumanización, nos recuerda que los sistemas de opresión no son eternos:

Pero, llegados a este punto del genocidio, ha quedado claro que no estamos apelando a los seres humanos, sino a los sistemas. No se puede suplicar a un sistema. Hay que derrocarlo.

Sus palabras no son un gesto de desesperanza, sino una invitación a imaginar que lo que hoy parece inmutable puede y debe ser transformado.

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