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El huevo de la serpiente: Museos y la cancelación ultraderechista
Foto: Agencia Uno

El huevo de la serpiente: Museos y la cancelación ultraderechista

Por: Pablo Rebolledo | 04.09.2025
La persecución contra el contenido de los museos que impulsa el presidente de EE.UU. refleja un fenómeno que en Chile ya está en marcha. Las denuncias contra Arturo Duclós o el Museo de Bellas Artes son el “huevo de la serpiente” de una censura que podría profundizarse bajo un gobierno de derecha radical.

Donald Trump quiere decidir qué parte de la historia merece ser contada y cuál debe borrarse. Ahora acusa a una red de museos de ‘ideología antiestadounidense’ por hablar ‘demasiado’ sobre la esclavitud.

No es un hecho aislado: es el mismo presidente que ha recortado fondos federales a universidades por motivos ideológicos, que ha cancelado subvenciones a proyectos de arte y que ha convertido al “contenido woke” en un enemigo público. En ese contexto, el presidente de Chile, Gabriel Boric, dijo que la democracia en aquel país está siendo socavada, y advirtió el peligro de que un gobierno empiece a decidir qué se debe mostrar en un museo.

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Cancelar museos o el arte ha sido algo común en la historia: Goya enfrentó a la Inquisición por satirizar a la nobleza y el clero, los talibanes destruyeron estatuas budistas milenarias y los nazis hicieron una exposición que se llamaba "Arte Degenerado", en la que exponían las obras de arte moderno que consideraban influenciadas por bolcheviques y judíos, para prohibirlos y perseguir a sus autores, entre ellos Paul Klee, Wassily Kandinsky, Oskar Kokoschka, entre otros.

Generalmente esta cancelación ha venido de mundos religiosos y/o conservadores, y en Chile, ha venido esencialmente de la derecha política.

El 2 de agosto de 1975, el director general de TVN, Jaime del Valle, decidió que se suspendía "Mafalda", de Quino, la que calificó como "tendenciosa y destructiva". En democracia, pasó cuando el sacerdote Jorge Medina, pidió que el gobierno democrático prohibiera el concierto de Iron Maiden en 1992.

Y hace menos tiempo, cuando por octubre de 2001, Manuela Infante estrenaba la obra “Prat”, una ficción sobre el héroe nacional, lo que llevó a que la Corporación 11 de septiembre se querellara contra el ministerio de educación, y se presentaran recursos de protección contra los creadores de la obra, respaldados, entre otros, por políticas como Evelyn Matthei. La querella fue inadmisible y los recursos rechazados.

Hoy, las derechas del mundo han encontrado nuevas palabras para legitimar su arremetida por la censura, para cancelar el arte, y reescribir la historia, en Estados Unidos es lo que se llama “woke” en Chile se ha llamado “octubrismo”.

El concepto “woke”, se ha convertido en un arma política eficaz: coloca a las izquierdas del lado de la cancelación y a las derechas del lado de la libertad de expresión. Pero es una trampa. Como advierte Susan Neiman, la izquierda no es “woke”.

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Y en un contexto donde los principales enemigos de “lo woke” y “la cancelación” impulsan en EE.UU. una campaña de revisionismo histórico -llegando a cuestionar incluso la exhibición de lo ocurrido durante la esclavitud-, la paradoja se vuelve evidente. La censura está más vigente que nunca: los mismos sectores que denuncian una supuesta “cultura de la cancelación” cancelan en Chile todo lo que etiquetan como “octubrismo”, un concepto tan laxo y arbitrario que recuerda a la categoría de “arte degenerado” de los nazis.

Así pasó cuando el reconocido artista visual Arturo Duclós, fue seleccionado por un comité calificador para la exposición de su obra “Una vida” para ser presentada en el Centro Cultural lo Matta, eran 17 obras inéditas, que reflejaban los últimos años de Chile. Un diputado del Partido Republicano dijo que era “Una apología al octubrismo”, solicitaron retirarla, culparon a la alcaldesa, a pesar de que había sido seleccionada por un comité calificador. Incluso un grupo de vecinos de Vitacura convocó a una protesta contra la obra.

Luego ocurrió lo mismo en el Museo Nacional de Bellas Artes. El medio de derecha Ex-Ante decía que el Museo tendría un “sesgo octubrista” en sus exposiciones, ya que, según denunciaba la subeditora de Artes y Letras de El Mercurio, había asistido a una visita guiada en que se explicaba que el museo había sido fundado por un “grupo de hombres, descendientes de europeos” que toman esta decisión por Chile, con una mirada “Patriarcal y paternalista”. El medio denuncia en las guías existía una “lectura feminista y mapuche de la colección”, y que consideraba variables como el poder, el sexo y la academia.

En junio del año pasado, el mismo medio, Ex Ante, denunciaba que una película financiada con fondos públicos reivindicaba el octubrismo, a pesar de que el Consejo de Calificación Cinematográfica la segmentó para mayores de 7 años, y ganó como mejor Largometraje Nacional en los Festivales de Cine de Valdivia y Viña del Mar. Pero con esta denuncia trató de ser ‘cancelada’.

La persecución contra el contenido de los museos que impulsa el presidente de EE.UU. refleja un fenómeno que en Chile ya está en marcha. Las denuncias contra Arturo Duclós o el Museo de Bellas Artes son el “huevo de la serpiente” de una censura que podría profundizarse bajo un gobierno de derecha radical, uno que no estaría tan lejos de llegar al absurdo de considerar “woke” a Bernardo O’Higgins.

Por ridículo que parezca, hay señales que invitan a tomárselo en serio: el Partido Republicano ya decidió rebautizar el 12 de octubre como “Día de la Hispanidad” para congraciarse con VOX. No hay nada más ajeno a los valores de la República que someterse de esa manera, y tampoco hay nada más fiel a los principios que fundaron esta patria que defender la libertad. Pero la libertad verdadera.

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