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Haití: Desde el fondo
Foto: Agencia Uno

Haití: Desde el fondo

Por: Haroldo Dilla Alfonso | 25.08.2025
Haití va a remontar la actual situación. Tiene a su favor una sociedad –en la media isla y emigrada- orgullosa y con un nivel impresionante de resiliencia patriótica. Y una historia de autogestión forjada desde el abandono estatal y la decrepitud y corrupción de su élite política. Aunque, reconózcamelos, tiene en su contra la irresponsabilidad de una comunidad internacional que sigue queriendo ver en Haití el fracaso de una osadía.

Las noticias sobre Haití son alarmantes. Cerca del 80% de su semiderruida capital y casi todo el sur del país están firmemente controlados por unas 100 pandillas coaligadas que han ido extendiendo sus tentáculos hacia la cuenca del Rio Artibonito, el corazón agrícola del país.

En esa zona son resistidos por grupos de autodefensa que no dudan en replicar los mismos métodos de las pandillas, y todo ante la mirada atónita de una policía nacional en desbandada. Los estragos humanos desbordan la contabilidad, y los precarios conteos disponibles hablan de miles de muertos cada año, 800 mil niños al borde de la muerte por hambre y millón y medio de personas que huyen, sin rumbo fijo, de la violencia, las ejecuciones públicas, las violaciones sexuales, y la destrucción de propiedades.

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Aunque la magnitud de lo que hoy sucede rebasa lo imaginable, de alguna manera hemos aprendido a vivir con eso que llamamos el desastre haitiano. Conocimos de una cruel dinastía de tres décadas protagonizada Francois Duvalier y su hijo Baby, derrocada en 1986 por un movimiento de protestas que abrió un largo período de inestabilidad

Golpes militares, fraudes, motines, asesinatos de presidentes, solo interrumpida por un breve período de quietud que un terremoto sepultó junto con la mayoría de los edificios capitalinos y los cadáveres de unas 300 mil personas. Entonces muchos creímos que no había manera de ir más hacia abajo. Pero nos equivocamos: Haití sigue descendiendo sin tocar fondo.

Veamos un poco de historia.

Lo que hoy es Haití fue en la segunda mitad del siglo XVIII la colonia más redituable del mundo. Producía el 75% del azúcar y el 40% del café que consumía Europa, todo ello en base a la sobreexplotación y privación de todo derecho del 90% de su población, negros esclavos, que solo duraban unos 6 años en las plantaciones que engrandecían al capitalismo europeo.

La revolución antiesclavista que comenzó en 1792 fue un acto desesperado de esos hombres y mujeres por conseguir un espacio digno en la vida. La intransigencia de las élites esclavistas, apoyados manu militari por el imperio napoleónico, les empujó a la radicalidad. Los insurrectos prendieron fuego a la media isla centímetro a centímetro, para dar lugar a la única revolución antiesclavista triunfante en el mundo y la primera de independencia en América Latina.

El nuevo estado fue sometido a un brutal aislamiento. Al que, desafortunadamente, no fue ajeno el propio Simón Bolívar, que desconoció a Haití tras lograr su propósito independentista que había sido apoyado sustancialmente por el presidente Petion. El único recurso con que contó la élite postrevolucionaria haitiana para asomarse al mundo fue pagar una indemnización a Francia por la (entonces) astronómica suma de 150 millones de francos, lo cual estuvo haciendo –principal e intereses- por 122 años.

Sin lugar a dudas estos son argumentos que ayudan a explicar el empobrecimiento haitiano. Pero solo ayudan. A mediados del siglo XIX Haití podía mostrar una economía agroexportadora relativamente dinámica y una vida política republicana que podía compararse con otros países latinoamericanos, y en todos los sentidos superior a su vecina República Dominicana.

Las crónicas dominicanas hasta el mismo siglo XX hablan de un Haití vigoroso cuyas ciudades –y en particular Puerto Príncipe- constituían referentes lúdicos y culturales. Aun en la década del 50 del siglo pasado la capital haitiana era un destino turístico regional –solo comparable a La Habana- y una canción, que en algún momento cantó Nat King Cole en su encantador español chapurreado, habla de un Puerto Príncipe atractivo que mira al mar e invita a soñar y amar. Lejos de lo que es hoy.

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La razón de la involución haitiana es una factura del siglo XX y tiene que ver con la manera como esta nación pudo vincularse al mercado regional agroexportador, hegemonizado por Estados Unidos, y que a principios del siglo XX apuntaló militarmente con la ocupación de Cuba (1998-1902), República Dominicana (1916-1924), Puerto Rico (desde 1998) y Haití (1915-1934).

Mientras los tres primeros pudieron ubicarse como productoras de alimentos baratos, principalmente azúcar, lo que indujo un fuerte proceso de modernización capitalista, Haití quedó relegada a un rol fatal: la provisión de mano de obra barata.

La diferencia provino principalmente de la dificultad que tuvieron los norteamericanos para incentivar la plantación agroexportadora en Haití debido a la gran densidad de población y a la fragmentación de la propiedad de la tierra. RD estaba virtualmente despoblada mientras que el oriente cubano aún tenía tierras suficientes para ser ocupadas por las grandes firmas azucareras.

Fue necesario expropiar campesinos, reprimir protestas y asesinar personas, pero el costo era discreto en comparación con Haití, que tenía mayor densidad demográfica y un minifundio extendido como consecuencia de la revolución.

Cuando hacia 1916 una compañía quiso entrar en las feraces tierras del Artibonito, se produjo una briosa insurrección campesina que mantuvo al país en estado de guerra por tres años (1917-1920). Solo pudo aplacarse con un intenso despliegue militar –que incluyó la aviación- y el asesinato de sus principales líderes.

En consecuencia, mientras República Dominicana y Cuba ganaban capitales, infraestructuras, recursos humanos y tecnologías, Haití perdía su mejor fuerza de trabajo a cambio de sobrevivencia. Y en consecuencia solo acumuló deterioro hasta desembocar en el proceso de autofagia en que hoy se encuentra.

Por supuesto, las naciones no se suicidan. Y Haití va a remontar la actual situación. Tiene a su favor una sociedad –en la media isla y emigrada- orgullosa y con un nivel impresionante de resiliencia patriótica. Y una historia de autogestión forjada desde el abandono estatal y la decrepitud y corrupción de su élite política. Aunque, reconózcamelos, tiene en su contra la irresponsabilidad de una comunidad internacional que sigue queriendo ver en Haití el fracaso de una osadía.

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